XIII: Antifaz I

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Su sangre hierve cada vez que lo ve cerca de él, y es que, ¿por qué siempre tenían que estar pegados? Katsuki no es un infante para dejarse llevar de la mano del pelirrojo por todos lados.

—Hey.

Una molesta voz que hace de sus días un incesante dolor de cráneo se le presenta de nuevo como un regalo que le es enviado desde el quinto infierno. Izuku pone los ojos en blanco al corroborar la no grata presencia del dueño de aquél saludo.

—Hey... —Le responde sin muchas ganas, siguiendo su camino hacia la pila de casilleros.

—¿Por qué no te has ido aún? —pregunta el pelinegro sin despegar su vista de la puerta de su casilla—. ¿Acaso Ochako te deja quedarte hasta tan tarde?

El pecoso decide ignorar ambas preguntas por simple salud mental.

—No me lo tomes a mal —Le responde, inclinando su torso hacia abajo para buscar por debajo de los bancos—, pero no estoy de humor para tus intentos de chiste, Yo.

Una corta y satírica risa sale de la garganta del mencionado tras abrir la puerta de su casilla y sacar un morral de ella.

—¿Tengo cara de estar bromeando? —pregunta y curioso, deja el bolso en el banco bajo el que el pecoso insiste en revisar— ¿Acaso se te perdió algo?

Izuku cierra los ojos y respira hondo en un intento de guardar la calma, pues la paciencia, en definitiva, no es su fuerte.

—Mi broche —Le responde con la poca tolerancia que le queda—. ¿Te importa? —indicando con su mirada el bolso, le hace entender que está estorbándole.

—Oh, discúlpame.

Izuku, ya estando acostumbrado a su sardónica falsedad, ignora aquella disculpa y se dispone a volver a su tarea, pues no quiere regresar con Hatsume a ser parte de otro de sus locos experimentos con la excusa de crearle un nuevo soporte para su cinturón.

El banco es librado de aquél estorboso bulto color marrón, no obstante, el de glaucos cabellos arruga el entrecejo, pues un objeto liviano que reconocería entre un millón de copias aún en estado de ebriedad, cae en frente suyo.

Shindo toma rápidamente el antifaz que ha resbalado del bolsillo mal cerrado de su morral, dándole a entender a Izuku algo que lo hace ver completamente en rojo.

«No quiso que lo viera »

Izuku se pone de pie, soltando un último y pesado suspiro, pues aunque su cerebro trata de convencerse de que se trata de una equivocación, su instinto le exige probar lo contrario.

—Creí que ya habíamos pasado por la etapa de ir a fiestas de disfraces —verbaliza el pecoso, dirigiendo su mirada a la mano que trata de ocultar de su vista el accesorio ajeno.

—No lo robé si es lo que estás pensando —Le responde y desliza el cierre de su bolso—. Estaba tirado en los baños y pensaba devolverlo —añade tranquilo, encogiéndose de hombros después.

Aquella frase se repite como un bucle en su cabeza, y es que Shindo es ciertamente un despistado, pero no un estúpido. A Izuku, la tarea de tragarse como imbecil la respuesta que le es entregada, se le hace completa y totalmente imposible, pues ambos son conscientes de que la entrada de un alfa a lugares reservados únicamente para omegas está total y terminantemente prohibida, tal y como es el caso de los baños de los omegas.


El sólo pensar en Shindo fuera de las duchas mientras él se asea, lo hace tensar la mandíbula, pues su cuepro idea miles de formas para desfigurar el apático semblante que no demuestra siquiera un poco de pudor por lo que acaba de confesarle. Trata con todas sus fuerzas de no dejarse llevar por sus pensamientos, porque esa imaginación lo hará descuartizarlo en cualquier momento.

¡Espérame, Kacchan! [DekuBaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora