XI: Digno de indiferencia

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Después de un silencio tenso e incómodo, ambos se decidieron por seguir a los pequeños niños. Su turno había terminado y tenían algo de tiempo antes de iniciar con el siguiente.

La inquietud comenzó a invadir el cuerpo del cenizo nuevamente, haciendo que evitara cualquier tipo de contacto con el pecoso, mientras éste parecía rehusarse a verlo como cuando el patrullaje dio inicio.

Como el ojirubí había indicado: pasan por un parque familiar abierto en el que los niños se detienen. El pequeño niño sube a un columpio a la vez que su hermana lo empuja por detrás. Katsuki suelta una sonrisa sincera ante la tierna escena, la cual no puede pasar desapercibida por el peliverde.

Tal vez se deba al gran impulso que Mahoro le ha dado, pues de un momento a otro, Katsuma se encuentra en el suelo de piedras y arena llorando por la raspadura en su pierna. Katsuki siente algo pesado en su pecho, e inconscientemente, su cuerpo se mueve con el único objetivo de socorrer al menor. No obstante, sus intenciones son detenidas por un agarre en su brazo, tal es que su reacción inmediata lo hace dar la vuelta.

Los orbes esmeralda le devuelven la mirada, e incluso parecen guardarle rencor.

El pecoso suelta bruscamente su agarre, disimulando su expresión y fingiendo observar atento la escena, dejando al cenizo confundido y desorientado por su repentino actuar.

—¡Katsuma! —grita la pequeña niña, corriendo a levantar a su hermano—. ¡¿Por qué no te agarras bien?! —le levanta la voz con preocupación.

—Lo siento... Me solté sin querer —Le contesta el menor entre pequeños sollozos.

Katsuki está agotando toda la fuerza mental que le queda para permanecer quieto en su lugar, pues lo que quería realmente era abrazar al dulce niño que llora descontrolado en el rasposo suelo, curarlo y dejarlo personalmente en su casa.

Izuki observa extrañado al cenizo que aprieta con angustia la tela de látex que cubre parte de su pecho, el cómo una mirada de preocupación se forma bajo la intimidante máscara y los delgados labios a punto de tiritar por la repentina aflicción. Niega con la cabeza y se regaña a sí mismo, pues le es imposible ocultar su sentir cuando está viviendo en primera persona el privilegio de ver en tal estado al omega.

—Dijimos que los veríamos irse a casa —Se decide por hablar, manipulando el tono de su voz para que le fuera al cenizo más sencillo de acatar—. Si vas, Mahoro se asustará y sospechará que estuvimos siguiéndola.

Dichas palabras hacen entrar en razón al cenizo, pero no le quitan el dolor del corazón, pues el cachorro de dulce rostro sigue llorando sin consuelo alguno.

—Le duele... —dice tenuemente y apagado, más para sí que para su pecoso compañero—. Le está doliendo.

Izuku lo observa perdido. Está echando a la basura toda la fachada que ha mantenido intacta hasta el momento con tan sólo mirarlo.

—Si me lo pides, vamos y lo llevamos con nosotros —le dice calmo, posicionándose detrás del cenizo e inclinándose para poder llegar a su oído— pero arruinaremos todo —susurra, no haciendo más que estremecer al omega con el corazón acongojado.

—Es... Sólo una pequeña herida en la pierna... ¿No? —pregunta, tratando de convencerse a sí mismo de que el pequeño estaría bien sin su ayuda.

—Sí... —susurra otra vez— Pero puede infectarse —añade, tensando al cenizo—. Aunque, estás seguro de que tienen padres y su casa está cerca de aquí, ¿no? —pregunta, haciendo del corazón y cabeza de Katsuki un confuso y pequeño desastre—. Por eso no los llevamos con la policía, ¿recuerdas?

Katsuki no tiene las fuerzas suficientes para aceptarlo, pues ha estado usando todo lo que le quedaba para mantener firmeza y no ir corriendo tras los pequeños. La culpa e incertidumbre comienzan a carcomer su cabeza, y es que le da la razón a Izuku, pues si se hubieran llevado a los menores junto con ellos a reportar su caso con los oficiales, ya estarían con sus padres y no llorando por la herida del más pequeño. Sin saber cómo controlar las emociones que le impiden bombear correctamente su corazón, se debilita contra sus ganas de echarse a llorar.

Entonces pequeñas chispas comienzan a rodear un aura verdosa, cubriendo el lugar de la raspadura del cachorro. Katsuki se alerta, decidido a ir y socorrerlo, pero un fuerte agarre en su antebrazo lo detiene de las exigencias de su razón.

—¡Katsuma! ¡No uses eso aquí!

—¡Pero duele...!

Los dos héroes observan al pequeño regenerar su piel al instante a la vez que llora por los regaños de su hermana mayor. Al cabo de unos minutos, los infantes se dirigen fuera del parque, dejando a los dos adultos sorprendidos.

Katsuki se remueve en su sitio con la idea de ir tras ellos, pero el pecoso sigue deteniéndolo del brazo.

—¿Qué ocurre? —pregunta desesperado más que confundido, pues tiene que apresurarse e ir por los pequeños.

—¿Cuándo adoptaste esa postura con los niños? —El peliverde suena tan despectivo con su pregunta que una sensación de frialdad se instala en el pecho del cenizo.

—Yo... Tampoco estoy seguro... —responde ahogando su voz, bajando su cabeza y apretando sus labios después. La mano que lo detiene impone más presión, pero se niega a recriminar el agarre.

—Ya veo... —menciona, inconscientemente, apretando más al cenizo.

—Suéltame. Debo ir tras ellos —Le pide evitando contacto directo con sus ojos—. Tal vez ya hayan regresado a casa y...

—¿Para qué quieres conocer su casa? —interrumpe tras resoplar con apatía—. ¿Qué piensas hacer después de eso?

Katsuki no comprende la dirección de sus preguntas. Ambos habían quedado en seguirlos para averiguar la dirección de su vivienda y así dar con sus tutores, mas el desconcerto de aquellas preguntas lo hace inquietarse, pues ¿por qué redundar en un tema sobreentendido?

—Hablaré con sus padres y les explicaré lo que ocurrió hace rato —le recuerda con debilidad el acuerdo mutuo.

—¿Por qué? —pregunta, y Katsuki no puede evitar sentir esa presión en su pecho por la notoria debilidad en la voz del pecoso— ¿Por qué con ellos es diferente? —añade, ejerciendo con sus dedos mayor presión en la carne del antebrazo ajeno.

Katsuki suelta un imperceptible quejido de dolor, pues le es inútil liberar su brazo de la mano contraria. El agarre va intensificando su fuerza e inmediatamente, da la vuelta con la única intención de hacerle saber al peliverde el dolor e incomodidad que aquello le causa; Sin embargo, éste sólo puede reflejar tristeza en sus ojos, inmerso en la dirección tomada por los pequeños castaños. Aquello desconcerta mucho más a Katsuki, y es que su cabeza llena del reciente tormento y suplicio no puede evitar preguntarse: ¿Había dicho algo hiriente de nuevo? ¿Había lastimado al dulce chico otra vez? ¿Qué tuvo que haber hecho para apagar las resplandecientes esmeraldas que alguna vez brillaron con tanta intensidad al verlo?

Y es entonces que se rinde, dejándose manipular por la mano que amasa con furia su brazo y obligándose a soportar el amenazante dolor. En segundos, su corazón se baña por una presión abrumadora, y su cabeza le hace creer que en cualquier momento, éste se aplastará y finalmente, se detendrá; No obstante, una voz dentro de sí le dice que se lo merece.

Y le da la razón.

Lo hace porque el dolor que se presenta en su húmero es poco comparado al insoportable sufrir que le hizo pasar cuando era tan sólo un niño, y está seguro de ello, pues siempre ha creído que los ojos de Izuku reflejan y delatan el sentir de su corazón.

Pronto, su vista comienza a nublarse tras sentir sus párpados picar, y se maldice por mostrarse débil de nuevo. Las lágrimas han iniciado su rumbo, deslizándose por encima de la máscara y cayendo al suelo arenoso en forma de gotas que el cenizo siente como pesas abandonándolo.

Los sollozos se hacen presentes y su brazo se libera de manera brusca por segunda vez en el día. Una mediocre sensación de valor se cuela para acompañarlo y finalmente soltar palabra, pero sus esfuerzos de voltear y enfocar a Izuku lo hacen sentir estúpido, pues lo observa ya saliendo de los frondosos árboles que hace tan sólo minutos usaban como su pequeño escondite.

Katsuki ahoga un diminuto llanto cuando su cuerpo lo obliga a flexionar sus piernas hasta quedar de cuclillas. Sus brazos se cruzan por encima de sus rodillas y esconde su rostro empapado de lágrimas dentro de aquella oscuridad, pues la soledad que él mismo se ha impuesto le cobra factura a su corazón.

«Pero te lo mereces... »se repite.

¡Espérame, Kacchan! [DekuBaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora