Capitulo 11

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Al día siguiente, cuando Freen regresó a casa, quedó sorprendida.

Al pasó por la cocina, Rebecca le pidió que le echara un vistazo a la parte trasera de la casa con una enorme sonrisa de satisfacción dibujada en su rostro. Así que con curiosidad, Freen fue a la habitación, lanzó su cartera a la cama y miró hacia afuera.

—Puedes salir —dijo Rebecca desde la puerta de la habitación. La había seguido.

Freen la miró y luego abrió la puerta de madera y cristal. Pasó de los muebles y la hamaca y se detuvo en el borde del área de descanso, a un paso de las escaleras que daban al pequeño jardín.

Donde antes no había nada, ahora se alzaban unos muros de un metro de alto, aproximadamente, con columnas separadas por cinco metros entre unas y otras. Tal como dijo Rebecca, la vista a los lagos no se perdió. En los espacios entre cada columna, había vidrios de seguridad. Toda la parte trasera y los laterales de la casa estaban cercados. Era difícil que un intruso volviera a entrar.

—Es perfecto. Y fue rápido —comentó sabiendo que estaba cerca de ella.

—Son las bondades del concreto de secado rápido... y un cheque con muchas cifras.

Freen se volteó y la miró.

—Gracias.

Rebecca sólo sonrió y le guiñó un ojo.

—En la parte alta se colocó una barra de cobre electrificada. Por supuesto, también hay alarmas. Por las características superficiales de los muros y con la combinación del vidrio, es difícil que alguien pueda escalarlo. La única manera es que use una escalera. Son cuatro metros de altura.

—Eso me deja más tranquila.

Rebecca no dijo nada por un rato, sólo se dedicó a mirar el reflejo de la luna y las luces artificiales en el agua.

—Nuestro convivir sería difícil si tu no estuvieras tomando esto tranquilamente —Rebecca apartó su mirada del lago—. ¿Por qué es así? Es decir, eres... una fierecilla —los ojos de Freen se hicieron una rendija por el término que utilizó—. Es cierto, tienes que admitirlo. Freen se mordió el labio internamente para no reír.

Su pregunta era válida y merecía una respuesta sincera. Ella se movió hasta la mesa de jardín y se sentó en una de las sillas. Rebecca se recostó de una columna de madera con los brazos cruzados.

—Yo... pasé por una situación traumática —comenzó ella su explicación. Rebecca la miró con atención—. ¿Sabes de qué hablo?

La mujer de ojos color miel se removió.

—Sí —admitió luego.

—Eso cambió mi vida, Rebecca. Todavía me enoja pensar en que te metiste con la empresa de mi padre, pero también asumo que la idea de casarnos fue mía. No estuviéramos aquí si no fuera por eso. Y probablemente estaría odiándote si hubieras continuado con tus planes, así que creo que tomé la decisión correcta. Tú me has dado... espacio, a pesar que me advertiste que lo querías todo al casarnos. Si hago las cosas difíciles, eso afectaría tanto tu vida como la mía y sólo quiero tranquilidad.

Entregandome a tu amor (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora