Capitulo Cuatro: Conocer a Clyde

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—¿Qué has dicho? — debo haberlo imaginado, aunque casi puedo jurar que ese hombre con rostro de modelo, cabello oscuro como la noche, ojos verdes electrificante, y labios rosados y esculpidos por dioses griegos, casi puedo aseverar que me ha pedido irse con él a su apartamento.

—Me escuchaste, hermosa. — dice como si tal cosa no tuviera importancia.

—Puedo asegurarte de que quiero creer que no te escuché bien.

—¿Qué tan terrible sería eso?

Él me observa y yo le miro tímida. Es un hombre muy guapo, sus ojos son de un color almendra, muy llamativos e imposibles de dejar de mirar.

Rosita se ha marchado, esfumado, me dejó aquí con un completo extraño. Intento mirar sobre su hombro, pero el hombre es demasiado alto, al menos para mi estatura.

—¿A quién buscas? — inquiere, mientras hace señas al bartender. —Si es a tu amiga, sospecho que te abandonó.

—Al parecer sí. — reconozco con voz queda.

El bar está demasiado lleno para mi gusto, no estoy acostumbrada al ruido ensordecedor de las discotecas y clubes nocturnos, incluso puedo decir que aborrezco el ruido sin sentido.

—Bastante tonto. No me conoces.

—Ese no es un problema, hermosa. — dice. —tienes rostro de...

—Ni se te ocurra jugar al juego de las adivinanzas. No terminaré diciéndote mi nombre.

—El nombre es lo de menos. — él levanta los hombros y los deja caer en un rápido movimiento que denota indiferencia y resta importancia a mi comentario.

Me quedo en silencio y solo le miro. No puedo con su absurda seguridad. Se nota que tiene mucho dinero, mucho. Esa seguridad que este desconocido posee, solo la da el dinero, la tranquilidad de no pagar una renta o de nunca faltar el dinero para hacerlo.

Ya me imagino que debe tener un carro de esos costosísimos y que nunca ha tenido que preocuparse por llegar a fin de mes.

—¿Qué tan lanzada puedes ser? — me pregunta y yo sorprendida abro los ojos de par en par.

Frunzo el ceño pensando que he imaginado su pregunta.

El bartender le pasa una copa de algo oscuro y vuelvo me concentro en la bebida y no en sus ojos.

Malcom no es nada como él. Malcom es tranquilo, caballeroso, medita todo antes de tomar una decisión. Para salir a cenar, planificamos todo con semanas de anticipación.

Con Malcom todo es tan seguro y tranquilo, sin sorpresas absurdas y ridículas, de esas que pueden hacer doler la cabeza.

Odio que lleguen de improviso a mi casa, sin avisar al menos un par de horas antes. No me gusta lo impulsivo, quizá por ese motivo me encontré tan relajada con Malcom, porque él sabía de mi necesidad de tener todo planificado.

No es que sea obsesa del control, más bien deseo tener mi vida calculada, así como pienso en los hijos que tendré, en el trabajo que conseguiré y en cómo sacaré a mi familia adelante, así mismo cálculo los extras que gastare en la semana, y las vacaciones que tendré al año.

Según Rosita estoy perdiéndome lo mejor de mi juventud, pero así lo prefiero. Lo impulsivo en mi familia solo ha dado como consecuencia cuatro corazones rotos y un esposo y padre cobarde.

—Lo lamento. ¿Qué has dicho? — pregunto al ver que él sigue mirándome, como si esperara por una respuesta.

—¿Te irías con un hombre que conoces en un bar?

Un hijo para mi jefe - SERIE JEFES ENAMORADOS libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora