Capitulo 11: Principe Azul

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—No puede ser. —Dice mi madre repitiendo exactamente mi expresión mientras le muestro el correo electrónico donde especifica una cifra que jamás en mi vida me sería posible ganar aquí en Canadá.

—Te estoy diciendo, es lo mejor que me han ofrecido en toda la vida.

—Con esto es más que suficiente para que podamos sostenernos sin problema. —A mi madre se lo merecen los ojos y la miro sonriendo de lado a lado.

—Es increíble, la verdad.— La sonrisa se borra de mis labios al recordar el único detalle que me hace ruido. —Mamá...

—¿Qué sucede? —Mi madre me abraza eufórica y me aprieta en su pecho. —Vamos a poder saldar la hipoteca, esto es increíble. ¿Dónde es el trabajo? Es increíble que una empresa aquí en Vancouver pague tanto.

—Ese es el problema, mamá no está en Vancouver. —Le invito a que tome asiento y nos miramos las dos a los ojos, mientras el silencio se hace pesado.

Mis hermanas están dormidas. Mi madre, efectivamente, ha llegado tarde y es mejor así porque entre las dos podemos planificar cómo serán las cosas para luego decirle a mis hermanas.

—¿Dónde está el trabajo Vicky? —Ella agacha la cabeza y se mira, los zapatos, se pasa la mano por el rostro y veo como cierra los ojos, apretándolos con fuerza. —Dime qué...

—Está en Seattle.

—Joder. —Murmura ella. Y veo cómo su mundo se desmorona.

—Tenemos que vender la casa de igual forma.

—Con lo que recuperemos de lo que queda de la hipoteca podemos comprar una allá.

—No creo que estén tan económicas.

—Con el salario que te están pagando seguro que aparece algo.

—Mama, hay algo más.

—No me sigas arruinando la poca felicidad que me has dado.

—¿Entiendes que tendrías que renunciar a tu empleo y las niñas a sus estudios aquí?

Mi madre piensa en ello y después con la mirada triste, asiente.

—Hay que vender la casa.

—Hay que hacerlo. — concuerdo.

El timbre de la puerta me hace despabilar. Miro a mi madre y ella frunce el ceño.

—¿Esperabas a alguien?

—No. — le digo y miro mi ropa toda estrujada, un vestido en tela de camisa algodonada y mis pies adornados y cubiertos por unas pantuflas de panda. —Con esta facha te aseguro que no.

—Seguro es Rosita.

—Quizá es Emerson para intentarlo por enésima vez contigo.

—No saldré con Emerson. — dice mi madre y hace un puchero que me hace estallar en carcajadas.

—Te has puesto lívida. — me rio y le doy un beso en la frente. — Él quiere estar contigo. Deberías salir con él.

—Primero ve a ver quién es antes de hablar sobre citas.

Me dirijo a la puerta riéndome como nunca, el rostro de mi madre es un poema. Ella se niega a unirse a nadie más por miedo a que vuelvan a abandonarla. Lo sé, lo veo en sus ojos, veo el miedo al rechazo.

No le he comentado nada de lo que opino, de lo que como psicóloga sería mi consejo.

Pero ella necesita aire fresco y un hombre que le quiera, una pareja que le vuelva a encender la llama que mi padre había apagado con su partida.

Un hijo para mi jefe - SERIE JEFES ENAMORADOS libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora