Capítulo 27: Una bala dolía menos.

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La rabia que siento ahora mismo no se compara con ninguna que hubiera sentido antes. Me pasé toda la noche pensando en ellos dos, haciendo toda clase de cosas. Mis celos no son irracionales. Pensar que mi primo y ella están de una forma u otra involucrados. Aunque Timotheo me contó que anda pasa, no puedo evitar estar furioso.

Es una tontería porque lo que he visto en esa mujer es que jamás traicionaría a nadie y quizás por eso es que no me da la oportunidad de explicarme, de darle las razones por las cuales tengo que casarme con Priscila.

Estamos en el siglo 21, estamos en una época donde el libertinaje, la libertad, rayan en lo mismo. Estoy seguro de que ella no va a creerme ¿quién diablo se comprometería con alguien que no conoce?

De forma tonta los padres de Priscila creen que esto es lo correcto y es lo ideal para nosotros.

¿Cómo pueden casar a su hija con un hombre del cual no saben nada?

Tomo el teléfono y le llamo.

—Ven a la oficina. — digo con tono duro.

No debería de hablarle con tanta rudeza, no cuando lo único que quiero es explicarme y darle las razones suficientes para que me perdone, para que suelte ese odio y mala voluntad que pueda tener. Yo no quiero hacerle mal. Yo no quise lastimarla. Jamás ha sido mi intención provocarle dolor. El hecho de que ella se diera cuenta que Priscila y yo estamos involucrados de una forma absurda, me hace saber que está dolida, ella está sufriendo.

Yo inconscientemente he sido el causante de su dolor.

Debí haber sido honesto con ella en Vancouver, decirle lo que mis padres estaban intentando hacer conmigo.

Sin embargo, escapé de mis problemas, de las malas decisiones que mis padres habían tomado y que me involucraba directamente. Hui del dolor que representaba que alguien manejara mi vida, alguien más que no era yo. Lo peor que le puede pasar a un ser humano toma el control de su vida.

—¿Qué necesitas? —Me pregunta ella desde la puerta una vez adentro.

—Cierra la puerta, Vicky. —Le digo sin levantar la mirada.

Siento el incómodo silencio que ocupa el espacio. Después de varios segundos, donde me imagino que ella piensa en si tirarme la agenda que lleva en las manos en la cabeza o se girarse hacia la puerta y largarse para nunca más volver a verme.

No tengo que levantar los ojos para saber qué lleva puesto. Me la he estado imaginando por completo desde que llegué esta mañana a la oficina; con un vestido gris de mangas cortas, con abrigo que cuelga detrás de su silla, unos zapatos negros de tacón bajo de unas cuatro pulgadas. Su cabello rubio está atado ligeramente en la parte de atrás, aunque sus risos caen sueltos en su espalda. Sus ojos grises están delineados con una de esas tinturas oscuras que las mujeres usan para resaltar sus atributos.

Pero Vicky no necesita nada de esto.

Vicky, mi Vicky, es hermosa por dentro y por fuera.

Finalmente ella parece tomar la decisión y escucho el cerrar de la puerta. Solo allí levanto la cabeza de mi computador y le miro.

—¿Cómo estás? —Le pregunto.

—Estoy bien, gracias. ¿Qué necesitas que...?

—Necesito que tomes asiento y me escuches un momento. —Le dijo interrumpiéndola, ella con paso dubitativo se acerca y toma asiento frente a mí.

—¿Qué es lo que quieres?

—Mi primo me dijo anoche que tienes planes de renunciar.

—Por lo que veo tu primo te cuenta todo. —Dice ella, mirándome con ojos centellantes. —No sé por qué tienes que llamarme a mí si tu primo es tu...

Un hijo para mi jefe - SERIE JEFES ENAMORADOS libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora