—Día agotador. —Digo, sintiéndome mentirosa. Quisiera contarle a alguien, quisiera sacar de mi corazón que ese hombre, que es mi jefe ahora, hace unos días era el hombre que me hacía el amor en París. —Solo quiero llegar a casa y sacar los pies de estos zapatos mojados y tomarme una taza de chocolate caliente.
—¿Mojados? —pregunta sin comprender y entonces le explico lo que Priscila Domert hizo conmigo. —¡Está loca! Deberías ir a recursos humanos. — me dice poniéndose roja de rabia. —No es justo que ella por ser hija de uno de los accionistas se crea con el poder de hacer lo que desee.
—Prefiero mantenerme bajo perfil. Tengo que hacer lo mejor...—me detengo cuando llegamos a la recepción del edificio, el primer piso, y veo como Sully me observa. —...para mi familia. Tengo gastos y no puedo permitir que esa mujer me haga perder el trabajo.
—No es justo que se comporte así contigo. Eres nueva.
—No importa. — digo apretando el tiro de mi bolso. — sobreviviré.
Y así me lo prometo mientras voy camino a casa. No puedo rendirme y dejar que esa mujer me haga perder los estribos. Por el bien de mi familia, por el bien de mi hijo, necesito mantener la calma.
Al llegar a casa, un rayo de luz me ilumina la noche.
—¡Está todo aquí! —grito abrazando a mi madre mientras veo todas las cosas que los de la mudanza han traído finalmente.
Yo olvidé llamarles a las dos de la tarde como les prometí, con el día tan incómodo que tuve, si acaso tuve cabeza para tomar agua.
A pesar de que la casa está toda vuelta un etcétera, me alegro de que pueda ir con una ropa decente el día siguiente al trabajo.
Después de ducharme, escucho como el timbre. Suena justo cuando empiezo a cenar. Mi madre me observa curiosa y después mira a mis hermanas.
—¿Están esperando a alguien? —Pregunta, las tres nos miramos entre nosotras, ninguna está esperando a nadie, tenemos tres días viviendo en Seattle.
Mi hermana menor se levanta de la silla y va a abrir la puerta.
—Buenas noches, entrega para la señorita Vicky Román. — escucho una voz masculina.
El tenedor con las patatas fritas se queda a medio camino hacia mi boca. Me levanto lentamente y voy a la puerta, ante la mirada curiosas de mis hermanas y mi madre.
—¿Sí? — pregunto.
—Esto es para usted. — el hombre me entrega un ramo de rosas blancas y mis ojos se llenan de lágrimas.
—¿Para mí?
—¿Es usted Vicky Román?
—Bueno, si, pero...
—Firme aquí por favor. — me dice obviando mi sorpresa. Me entrega un papel pegado a una carpeta de cartón y firmo en automático.
Cierro la puerta cuando el hombre se aleja y miro el ramo de rosas cautivada.
—¿Quién te las envió? —Pregunta Neny.
—¡Que belleza! — exclama Francheska.
—¿Ya tienes pretendientes en Seattle? — inquiere mi madre.
Pero yo no las escucho. No me interesa escucharlas. Lo único que quiero, encerrarme en mi habitación y contempladas rosas como la primera vez que me las envió cuando estábamos en Vancouver, sé que son de él.
Sé que me las ha enviado Ernest.
El corazón acelerado, sintiendo el aroma profundo de las rosas, transportándome a cuando era feliz con él siendo mi Clyde y yo su Bonnie.
Me alejo de mis hermanas y mi madre y me encierro en la habitación.
Quiero soñar, al menos por un segundo, que las cosas van a salir bien. Quiero creer que este hijo que tengo en mi vientre no va a crecer sin un padre.
—Vic.. — mi madre entra a la habitación y se recuesta de la puerta que acaba de cerrar. — ¿Quién las envió?
No puedo seguir aguantándolo más, así que le confieso con todo el dolor que siento la verdad a mi madre.
—Es él, mamá. Mi jefe es el padre de mi hijo. Es estadounidense y ya no está en Canadá. Está aquí, conmigo, en Seattle.— murmuro dejando que mi cuerpo caiga sobre la cama junto a las rosas. Bajar por mis mejillas y llegar hasta mis oídos. Son gruesas, llenas de todo ese dolor que estaba sintiendo desde ayer, desde que supe que él es mi jefe.
—Pero eso no es posible. —Murmura mi madre sin comprender.
—Lo es mamá. Ese hombre que conocí en Vancouver, que me llevó a París a cenar, que me regaló rosas blancas, que me hizo sentir como una princesa, es mi jefe.
Me levanto de la cama y con fuerza tiro las rosas en la papelera.
—¡Que se vaya al infierno!
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Un hijo para mi jefe - SERIE JEFES ENAMORADOS libro 1
RomanceVicky Román, siempre quiso tener hijos, una familia grande, de esas que se veían en las revistas y en las series de televisión. Ella siempre quiso tener lo que ella no había tenido en su infancia. Hija de una madre soltera que tuvo que tener tres t...