Otro día más que llego a mi casa en la mañana. Amanecer fuera jamás fue una opción para mí, ni siquiera lo pensé. Nunca consideré que despertaría en otra cama que no fuese la media. Cuando estaba con Malcom, pues cada noche, él me regresaba a mi casa y mi hermana o mi madre me abría la puerta. No estoy acostumbrada a despertar en una cama de hotel o en un apartamento que no sea el mío.
Pero supongo que la vida es una constante evolución, una guerra contra los cambios.
Debo de acostumbrarme a que soy una mujer adulta que en determinado momento podría amanecer en la cama de un extraño.
Sé que no debería ser una opción, sé que los paradigmas de la vida es que uno termine siempre acompañado por la persona con la que quieres pasar el resto de sus días, pero en mi caso no sé lo que quiero aún de la vida, más que el hecho de tener una familia amplia y varios hijos a los cuales querer.
—Por fin llegó la señorita. —Mi madre se ríe y me abraza. —Debo irme al trabajo, estoy tarde, pero recuérdame que debo de hablar contigo, algo muy serio cuando regrese. —Me dice poniéndose seria.
—¿Que tienes que hablar conmigo? —Pregunto de inmediato, asustada, mi madre jamás tiene el rostro tan serio. La sonrisa se borra de mi rostro y espero por su respuesta.
—No te preocupes, cariño, te lo cuento esta tarde cuando llegue.
—Saldré un rato con Rosita.—Le aviso y termino de entrar a la casa. Mi madre sale y me deja con un desasosiego en el corazón, pero la alegría que tengo opaca cualquier síntoma de desesperación o angustia.
Hoy estoy demasiado feliz como para pensar en los problemas que puedan llegar.
Estoy feliz porque por primera vez he hecho algo por mí, por lo que he querido, porque lo he deseado.
Después de darme una ducha rápida a pesar de haberme duchado en el apartamento de Clyde, decido ponerme un vestido fresco y unos sneakers.
Al llamar a mi mejor amiga, esta de inmediato toma el teléfono y me bombardea con una serie de preguntas con relación a mi noche.
—Tranquila, tranquila. —Le digo, para intentar tranquilizar su euforia.
—¿Cómo la pasaste? ¿Qué tal todo? —Inquiere. Nueva vez con voz nerviosa. —No sabes lo emocionada que estoy por ti. Literal, las manos me tiemblan ahora mismo.
—Tranquila, no vayas a morirte, cariño. —Le digo sonriendo junto al teléfono y mirando el reflejo de una mujer en el espejo, una totalmente diferente, que no tiene ni semejanza con la que hace dos días estaba llorando por un hombre que le fue infiel.
Jamás he sido partidaria de las infidelidades y mucho menos ahora que reconozco que Malcom me fue infiel.
A pesar de todo lo que compartí con él y de que le entregue cinco años en mi vida pensando que llegaremos a casarnos, a tener hijos, idealicé un futuro con él, me imaginé cómo sería nuestros hijos, el color de su cabello, a qué escuela asistirían, incluso llegué a pensar en qué lugar podríamos comprar nuestra casa, donde formaríamos un hogar para nuestros hijos.
Pero todo se fue a la mierda cuando su hermana comenzó a darme indicios de que él podría estar engañándome.
Pero no eran indicios, no eran pistas, no eran simple mentiras y rumores, era la realidad y ella lo sabía. Tatiana sabía que su hermano me había estado engañando y no tuvo la delicadeza, la decencia de decírmelo a la cara.
—¿Sigues ahí? —Cuestiona mi amiga y yo, perdida en mis pensamientos no me había dado cuenta que seguía con el teléfono pegado a la oreja.
—Lo siento, me he puesto a pensar en estupideces.
—No piensen mal con ese idiota, ya no lo vale. —Mi amiga me cuando se mejor que nadie y sabe bastante bien cuando estoy pensando en mi ex y cuando no. —Él no te hacía feliz y ahora esta felicidad que estás experimentando con este extraño es lo que habías estado buscando y necesitando en tu vida.
—¿Cómo pude haber necesitado algo que ni siquiera sabía qué era?
—Así es la vida Vicky. Una cosa es lo que queremos tener y otra es lo que necesitamos en nuestra vida.
—Necesito verte, tengo que contarte tantas cosas.
—Uy perversiones, me encanta, vamos a vernos en 30 minutos en la cafetería de Alf.
Era una cafetería que estaba a dos esquinas de mi casa donde desde pequeña me quedaba durante horas leyendo novelas de vaqueros, de jeques y princesas. Soñando con mi príncipe azul. Alf Veleny me conoce de toda la vida, sabe que tomo café solo con espuma de leche, que me gusta un toquecito de canela, también sabe que tengo dos hermanas y donde trabaja mi madre. El es de esos pocos hombres en los que he confiado de toda la vida, y en el único con el que en mi adolescencia intenté emparejar con mamá.
Solo que un pequeño detalle nos detuvo.
Alf tiene setenta y tres años recién cumplidos y mamá apenas va cruzando los cincuenta.
El la ve a ella como su hija.
Media hora después tomo asiento frente a mi amiga y ella me evalúa de pies a cabeza.
—¡Me encanta como destacas y la felicidad que irradias! — exclama justo cuando nos traen nuestros cafés de siempre. —Gracias, Tony. — el chico de unos quince años se sonroja al ver la sonrisa hermosa de Rosita. Ella es capaz de embobecer a cualquier hombre, sin importar la edad de este.
—El me hace feliz y no se da cuenta.
—Quizá si lo hace, pero no quiere dártelo a notar.
—¿Crees que...? — la pregunta muere en mis labios, no quiero adelantarme a los hechos.
No quiero emocionarme y pensar que él ha comenzado a sentir lo mismo que yo en escasas 48 horas.
—Es muy pronto para decir cualquier cosa. —Continúo amonestándome a mí misma en silencio. —No hagas caso a mis tonterías.
—¿Como la pasaste anoche? — Inquiere Rosita y toma mi mano entre las suyas. —solo quiero saber qué está haciendo feliz. Que este hombre te está complaciendo en todo el sentido de la palabra.
—Lo hace. — reconozco sin dudar y abochornándome de mis palabras, continuo. —Sencillamente increíble. Si vieras la cantidad de pétalos de rosas que había ayer en la habitación, preparó una bandeja de chocolates de todo tipo y relleno. ¡Es increíble!
—No te enamores. — me dice ella de repente.
—Yo no...
—Vic. — me interrumpe. — nos conocemos, nena. Se muy bien el corazón puro que tienes y el deseo de que te quieran.
—Ros...
—No, Vic. Eres tú la que estudió psicología y tiene una maestría. Tu eres quien debe darse cuenta de que no puedes enamorarte de un hombre del cual ni siquiera sabes su nombre.
—Debo irme. — Me lavanto de la silla, de repente ya no me siento bien. Miro a mi amiga con los ojos azorados y llenos de lágrimas.
—Vic...— susurra ella y se que ya ha visto lo obvio.
Me estoy enamorando de un extraño que ni siquiera ha compartido su nombre real conmigo.
Dejo el billete para pagar mi café sobre la mesa y me marcho a mi casa con el corazón en la mano y las lagrimas bajando por mis mejillas.
Al llegar a casa, cierro la puerta y tengo ganas de encerrarme en la habitación, pero el sonido del timbre me lo impide. Al abrir, un hombre vestido de blanco y azul, me entrega un ramo de rosas y me hace firmar un papel.
Rosas.
Blancas y rojas.
Por un escaso segundo se cruza por mi cabeza que ha sido cosa de Malcom, pero entonces, la nota me saca de dudas.
Para mi Bonnie. Espero verte hoy.
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Un hijo para mi jefe - SERIE JEFES ENAMORADOS libro 1
RomanceVicky Román, siempre quiso tener hijos, una familia grande, de esas que se veían en las revistas y en las series de televisión. Ella siempre quiso tener lo que ella no había tenido en su infancia. Hija de una madre soltera que tuvo que tener tres t...