Capitulo 8: Flores y chocolates

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La llegada al edificio de Clyde, donde el chofer me dejó informando que allí era el punto indicado por su jefe, fue tan escandalosa como jamás pude haber imaginado. Me caí de bruces en los escalones y mi rodilla chocó con el filo de uno de estos, haciéndome un pequeño corte que él casi mancha mi vestido de no haber sido porque éste era absolutamente corto. Mis hermanas y mi mejor amiga tenían el afán de decirme que vestía demasiado recatada, como si fuese una mujer casada con cuatro hijos. Pero es que ellas no entienden que en verdad me siento más cómoda sin demostrar y enseñar todo lo que tengo en mí.

Mi madre siempre me enseñó bajo su propio ejemplo y sé que ella es una mujer valiente, llena de escrúpulos que destaca entre los demás, aun cuando no desea llamar la atención.

Asimismo, quiero ser cuando yo sea de su edad y así intento mostrarme ahora y más aún considerando la carrera que ejerzo.

¿Has visto a una psicóloga con una falda corta y una blusa de tirantes caminar en plenas calles de Vancouver?

Seguramente no.

—¿Está bien, señorita? —Me pregunta el seguridad de la puerta, nada más verme entrar.

—Un pequeño accidente nada más. —Le digo intentando mantener la compostura y evitar que mis mejillas sonrojadas se vean más alteradas de lo que ya me imagino están.

Giró la cabeza hacia atrás, esperando que el chofer me indique en qué lugar voy a subir, pero solamente veo las puertas del ascensor que esperan por mí y el seguridad que me sigue observando, como si yo fuese una intrusa.

—Voy al apartamento de...—Me detengo. Ante mi estupidez.

No sé cuál es su nombre.

Una risa nerviosa se escapa de mis labios y el hombre me mira aún más confundido.

—¿De..? — pregunta para que termine la oración, pero no puedo, porque no tengo idea de cuál es el nombre real de Clyde.

En ese momento, las puertas del ascensor se abrieron y, soltando una exhalación sumamente nerviosa. Veo con gratitud y felicidad a mi salvador, caminando hacia mí.

De no haber sido porque Clyde llegó justo en este momento, estoy segura de que me habría regresado a mi casa.

—Hola preciosa. —Me dice saludándome, y dándome un beso en los labios.

Me olvido por completo del hombre parado en la puerta y su mirada, curiosa también del chófer, que sigue detenido al pie del vehículo. Ahora solamente puedo concentrarme Clyde, en el hombre que me hace vibrar el corazón y saltar de alegría, ese que hace que me suden las manos y que mi respiración se vuelva acelerada.

—Vamos arriba. —Dice él, tomando mi mano entre las suyas y comienzo a caminar con paso tembloroso, pensando que mis rodillas van a ceder en cualquier momento.

Nos subimos al ascensor y él pincha el botón del piso número ocho, se gira hacia mí y sus ojos almendrados, de un tono entre el marrón y la miel, brillan con malicia. Clyde se acerca un paso y comienza a besar mi cuello, despacio, con una lentitud electrizante.

Un gemido se escapa de mis labios y sé que estoy perdida. No entiendo el poder que tienen las manos y la boca de este hombre sobre mí. Por no hablar de mi falta de coordinación neural cuando debo decir algo con sentido frente a él. Me encuentro perdida rápidamente entre sus manos que agarran mi cintura con fuerza y su boca que va suavemente paseándose por mi piel, dejando un camino de besos hasta mi mandíbula y luego, con espasmódica lentitud, reclama mi boca.

Los segundos, minutos, o años, pasaron antes de que yo abriera los ojos y me diera cuenta de que las puertas de ascensor estaban abiertas y sus ojos me miraban divertidos y excitados.

Un hijo para mi jefe - SERIE JEFES ENAMORADOS libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora