20. Priscila Domert

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Creo que todas las personas en determinado momento de su vida han sentido un deseo implacable de cometer asesinato. Creo que este es el momento donde yo desee hacerlo.

Observo a Priscila y la miró con toda la rabia que soy capaz, toda esa que está haciendo emisión en mi interior y esa con la cual deseo estrellarla contra el piso y golpearla hasta dejar su rostro hinchado, su rostro perfecto. E hidratado, hinchado como un balón lleno de helio.

Sin embargo, al parecer ella no se percata de la amenaza que tiene enfrente.

Quiero decirle que no es el mismo vestido, pero la mujer es tan observadora que sería una pérdida de salida y una desfachatez intentar hacerle creer mi mentira.

Ella se da media vuelta como si no hubiese dicho la gran cosa y se dirige a la oficina de Ernest.

—Esperé, señora Priscila. —Le llamo, pero no me escucha. O se hace la desentendida toma ciento en 1 de los sofás, en ese mismo donde el día anterior estuve desmayado.

Aún no sé si fue el mismo Ernesto el que en sus brazos me llevó hasta el sofá. Quiero pensar que sí. Incluso soñé con eso anoche, siendo levantada por mi Príncipe Azul mientras me llevaba al Castillo, donde seríamos felices por siempre. Desperté toda sudada con las manos en el vientre y los ojos llenos de lágrimas.

Yo no iba a tener mi final feliz con él, me había enamorado sola.

—¿Por qué no haces algo productivo y me traes un té de manzanilla? —Inquiere una vez que me tiene enfrente.

Sus ojos son vivaces, pero maquiavélicos, me repasa de pies a cabeza y no sé qué está buscando, pero me hace estremecer la piel.

Presiento que va a ver desde mi ropa hasta el peinado soso que llevo que me he acostado con su novio.

Que su novio le ha sido infiel conmigo. Un hombre tan perfecto como él, yéndose a Vancouver a acostarse con una desconocida durante semanas.

Aunque no tiene lógica, presiento que ella está viendo todo eso en mi exterior.

—¿Te de manzanilla? —Pregunto.

—¿Acaso eres sorda, aparte de estúpida y mal vestida? —Me dice y aprieto los puños en una acción automática.

No soy agresiva, no suelo hacerlo, pero estas últimas semanas, con todo lo que sucedió con Malcom, descubrí que me estaba haciendo infiel. Después la situación con la hipoteca, el embarazo... En fin, todo esto está haciéndome perder la cordura, necesito volver a centrarme, ser yo misma, ser la Vicky de siempre, esa que ayudaba a todos es que sin importar si era un desconocido, esa que era capaz de entregarle su ropa para que se vistiera, aunque tuviera que llegar desnuda a casa.

Quiero ser la misma inocente, que no se percataba de las miradas curiosas de las personas, de las miradas llenas de prejuicios. Quiero ser la misma que no se daba cuenta de las indirectas ni de las ofensas, o quizás muy en su interior se daba cuenta, pero no les prestaba atención.

Parece que hace un siglo desde que me enteré que Malcom me estaba haciendo infiel, o al menos desde que tuve las sospechas, no sé cuántas veces me fue infiel en los 5 años que tuvimos de relación. A lo mejor no fue una situación reciente, quizá, es algo que viene acarreando desde el primer instante en que acepté ser su novia.

Solo de pensarlo me dan náuseas y trago en seco para intentar alejar la arcada que parece avecinarse.

Con toda la calma del mundo, le sonrío con hipocresía. Dos pueden jugar este juego.

—Ahora mismo, señorita Priscila. Con mucho gusto.

—Y que sepas que voy a esperar a Ernest aquí toda la mañana. —Me dice, como si intentara provocarme.

Un hijo para mi jefe - SERIE JEFES ENAMORADOS libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora