Capítulo 21: Ernest Hossen.

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Mi cuerpo reacciona veloz por primera vez y me doy cuenta de mis palabras, de inmediato ante la estupidez que acaba de salir de mis labios, me alejo de Timotheo e intento ocultar mi rostro. Sé que tiene muchas preguntas y lo noto en sus ojos, justo cuando abre la boca, doy un paso hacia atrás.

—No tenía por qué decir eso. —Le digo deteniéndolo.— olvídalo.

—Por alguna razón, lo has dicho. ¿Te sientes bien? —Pregunta y su tono de voz de inmediato me hace sentir como si estuviésemos en confianza, aunque la verdad es que no conozco a este hombre de ningún lugar, pero a la vez siento que lo he conocido toda la vida.

—Estoy bien y ahora, debo volver a mi escritorio.

Me escabullo alejándome de él y de sus preguntas, de todas las dudas que sé que debe de tener, el no conoce mi vida personal, no sabe que me involucre con el que ahora es mi jefe, pero es que el hecho de no haberlo sabido, y la ira que me provoca haberle preguntado en determinado momento y que él me había mentido a los ojos, tal como lo hizo.

Siempre son las mismas preguntas cuando una mujer sale embarazada: ¿quién es el padre? ¿Es un bebé deseado y buscado? ¿Cómo vas a hacer con un trabajo que apenas comienza? ¿Qué dirán las demás personas a tu alrededor por el hecho de ser madre soltera?

He escuchado estas preguntas un millón de veces.

Y un millón de veces no estoy lista para responder.

—Vicky espera. —Me dice Timotheo, pero ya no le presto atención, lo único que quiero es sentarme detrás del escritorio y olvidar, al menos por unos segundos que he cometido la tontería de decirle a alguien que no es recursos humanos sobre mi embarazo.

Lo veo dirigirse hacia acá, pero volteo la cabeza hacia el computador, comienzo a teclear para responder todos los correos que están frizados en el email.

—En algún momento vas a tener que hablar conmigo. —Me dice cuando llega frente a mí. —No me interesa tu vida personal, pero por el rostro que tienes ahora mismo presiento que no lo estás pasando muy bien. Si necesitas un amigo, aquí estoy. —Aunque quisiera contarle que, en realidad, el hijo que estoy esperando es de su primo, del hombre al que él considera un hermano, ese que me mintió en Vancouver haciéndome creer que era un hombre soltero y que podíamos tener una idílica aventura sin repercusiones.

Yo no estaba buscando nada igual, aunque en verdad necesitaba aquello, sentirme amada, querida. Aunque la palabra amada me pese como mil kilos de cemento, lo cierto es que muy en mi fuero interno, siempre quise ser tratada y valorada como el lo hizo esas semanas.

¿Quién lleva a parís a una aventura de unos días?

¿Quién reserva todo un piso para tener privacidad con dicha aventura?

Hay demasiadas cosas que no comprendo de lo que tuvimos, aun así, prefiero intentar olvidarlas.

—Por el momento no quiero hablar de esto, pero te agradezco el ofrecimiento. Tengo amigas con las cuales hablar. —Tengo tiempo sin hablar con Rosita y mis hermanas han comenzado a hacer su vida en Seattle, por lo cual ahora mismo me siento más sola que nunca.

—Como digas. —Dices, por un momento, creo que va a decirme algo más, pero da media vuelta y se va al ascensor.

Poco de media hora después, justo cuando mi corazón comienza a tranquilizarse y el dolor de cabeza comienza a ceder, las puertas del ascensor se abren y Ernest sale de él.

Lo veo acercarse con su traje de color gris, su camisa blanca y una corbata azul oscuro, tiene el pelo negro desarreglado y en su cuello veo unas marcas que me preocupan, parecen moretones. De inmediato, me levanto de la silla y quiero acercarme a él, pero vuelvo a tomar asiento, no soy nada suyo. No soy su novia, su novia está en la oficina esperando por él.

Recuerdo a Priscila y como me arruinó los zapatos. Esa mujer es el mismo diablo encarnado.

—Vicky, tú y yo tenemos que hablar. —Dice cuando se coloca frente a mi escritorio.

Esa voz.

La misma voz que me volvió loca en Vancouver diciéndome que íbamos a tener un mes solo para nosotros dos, que nada más importaría, que él no necesitaba a nadie más que a mí. Ahora estaba frente a mí, ofreciéndome un salario y esperando que las cosas siguieran igual que cuando nos conocimos.

—Tu y yo no tenemos nada de que hablar. — murmuro levantando la barbilla y enarcando una ceja. — Las cosas pasaron y punto.

—No te mentí. — dice sin ocultar como su voz se endurece. — se que eso piensas. No tenia idea de que vendrías a trabajar a mi compañía.

—Así descubrí que no eres un hombre soltero. — digo sarcástica y teñida de ironía. — ¿No es un final feliz?

—Vicky...

—¿Ya no soy Bonnie? — pregunto y me muerdo los labios. — Así de fácil cambian las cosas. No soy Bonnie, tu no eres Clyde. Las cosas son como son.

—Necesito hablarte...

—No. — le interrumpo. — no necesitamos hablar de nada mas que no sea de trabajo.

—No hagas las cosas más difíciles de lo que ya son.

—¿Por qué no te vas a la oficina? — inquiero y giro un poco la cabeza. —Tu novia espera.

EL rostro le cambia de inmediato y veo la vergüenza en sus mejillas. Sus manos se vuelven puños y él se las lleva a la espalda para disimular.

—Jamás quise lastimarte. — confiesa. Pero lamentablemente, ya no le creo nada.

—¿Qué parte de no voy a hablar contigo, no has entendido? — pregunto. —Hablo serio cuando te digo que esto.. — nos señalo a los dos y giro los ojos. — esto fue una simple aventura. ¿Así le llaman ahora no? Esto jamás tuvo sentido ni importancia. —estallo en voz baja para evitar que nadie más escuche.

El aprieta tan fuerte la mandíbula que creo que va a estallar.

No me importa en lo absoluto. Al menos eso me digo mientras mis ojos se humedecen. El está insoportablemente hermoso. Tan atractivo que duele, como si hubiese sido creado por el diablo para martirizar a las pobres ilusas como yo. Sus ojos almendrados, iluminan su rostro, pero esos que antes me observaban con adoración mientras hacíamos el amor, ahora solo están opacos.

Quizá porque ha sido descubierta su mentira. Su fachada de tipo bueno.

Su relación con Priscila.

—Las cosas no tienen por qué ser así entre nosotros. Hay muchas cosas que debo explicarte.

—No de debes nada. Y te agradecería que no interfirieras con mi trabajo, lo necesito, es un nuevo comienzo y en verdad deseo permanecer en el por algo tiempo.

Sus ojos me observan tan duramente que mi respiración se detiene.

Temo por lo que vaya a decirme.

A lo mejor desea que me vaya para que su noviecita no se entere de lo que hicimos en Vancouver.

—Querido. — la voz de Priscila nos sorprende a los dos. —Llegaste. — tan falsa como su voz, Priscila nos observa con los ojos avispados. —¿Entras por favor?

Un hijo para mi jefe - SERIE JEFES ENAMORADOS libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora