El clavo ardiendo

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-María, no te arrepentirás de esto.

-Nos vemos pronto, Marta - quise creer que había afecto en su voz, en lugar de la ansiosa inseguridad que se estaba apoderando de la mía.

Llevaba seis horas al teléfono y María Duque, la campeona junior de Roland Garros, era la única de mis antiguos clientes que estaba dispuesta a seguir contando conmigo como agente. Todos los demás habían preferido la estabilidad y poder negociador que les garantizaba una empresa potente como la de mi familia. Los entendía, joder. Era lo que yo misma les hubiera recomendado hasta esa misma mañana.

La chaqueta roja se había deslizado al suelo desde el respaldo del sillón, y allí había quedado olvidada. La cara blusa de seda tenía cercos de sudor alrededor de las axilas y mi estómago me recordaba que no había probado bocado desde el desayuno, aunque tenía dudas de que pudiera tragar nada. Tenía que seguir haciendo llamadas.

-¿Por qué no funciona este teléfono?- le gruñí a Rosa, que se había movido a mi alrededor toda la mañana, como una sombra muda, facilitándome números, trayendo copias de contratos con cláusula de rescisión, contactos con atletas que se encontraran en trámites de cambiar de agencia. Mi fiel secretaria.

-Don Jesús ha dado orden de que se cancelen sus líneas... y el crédito de su tarjeta de empresa. Acaba de avisar de que en una hora vienen a redecorar el despacho - hasta la impávida empleada parecía ligeramente nerviosa ante esas noticias.

No reprimí mi enfado, que en ese momento superaba a mi angustia.

-¡Mierda! - tecleé sin pensar el último número de la lista. Un nombre que todavía me provocaba sudores pronunciar.

-¿Cómo estás, Luis? ¿Qué tal esa mano? Fue una pena que no pudieras jugar los playoff.

-Vete al carajo, Marta. Podía haberlos jugado perfectamente pero el gilipollas del mister se cagó cuando le dijeron que no podían renovarme por más dinero, y me calzó un banquillazo.

-Las cosas no fueron exactamente así, Luis. ¿Cómo está tu mujer?

-Las cosas fueron exactamente así, y lo sabes. El tipo de abuso por parte de un equipo que mi agente debía haber evitado. Claro que mi agente era otro gilipollas... ¿no tengo razón? Creo que lo conoces. Se apellida De la Reina.

Tragué saliva. No había querido llamar antes a Luis Merino por una razón, y es que sabía que la había cagado con él. Uno de esos errores resultado del exceso de trabajo, las prisas, el desprecio por los jugadores que no llenan portadas. Había gestionado su carrera desde el principio, cuando ambos éramos unos jovenzuelos dando los primeros pasos entre adultos. A pesar de ello, cuando su carrera empezó a declinar y su carácter lo convirtió en alguien incómodo para tenerlo en el banquillo, le había pasado el marrón a uno de los agentes novatos, y la había pifiado.

Por eso Luis había cancelado su contrato, y por eso podía intentar que firmara conmigo como agente libre. Podía darle la vuelta a aquello, a mi favor. Nunca más volvería a ocurrir algo así.

-Luis, te debo dos cosas. Una disculpa, y un buen contrato. Y, ¿sabes qué? Voy a darte las dos.

-No me hables como una vendedora de coches usados, Marta. Ya soy mayorcito para saber cómo funciona esto y sé la bazofia que sois en tu empresa.

-Ya no trabajo para De la Reina Sports Management - el silencio al otro lado de la línea me hizo comprender que había captado su atención.

El silencio se prolongó y miré el teléfono.

-No, joder, no me cuelgues... - la desesperación no llegó a ganarme porque enseguida sonó el tono de videollamada entrante. Me pasé la mano por el pelo intentando arreglarlo antes de descolgar.

Amor y desafío / MafinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora