Un taxi y un tazón de sopa

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-Hola. ¿Eres Marta de la Reina?

-Muerta de la Reina, a sus pies.

A lo largo del vuelo la borrachera había evolucionado, de su punto álgido al sopor, y de este a la resaca que combatí empezando a beber de nuevo. A resultas de todo eso, seguía en un estado de puntillo graciosete que no era nada habitual en mí: en consecuencia, no sabía controlarlo. Dediqué una pequeña reverencia a la conductora del taxi, y por poco me caigo contra la puerta del coche. La mujer, una morena con perfil de chiquita piconera, me lanzó una mirada desaprobatoria. No era para menos: no quería ni imaginarme el aspecto que tenía.

-Sube detrás. No me vayas a manchar la tapicería si vomitas: en la guantera hay bolsas - la advertencia sonó como un bofetón de las que a veces se llevaban mis compañeras díscolas en el colegio de monjas, así que me apresuré a proveerme. No quería incurrir en la furia de aquella mujer.

Pegué una cabezada, inducida por el traqueteo del coche circunvalando Madrid. Cuando abrí los ojos casi anochecía en un suburbio que no reconocí.

-¿Dónde estamos? - pregunté a la conductora.

-En Aluche.

Jamás había puesto un pie en aquel barrio obrero. Pero me daba igual. Había una satisfactoria distancia entre los problemas del mundo y yo.

-¿Me estás secuestrando? - me pareció divertido provocarla. 

La mirada que me evaluó a través del retrovisor hubiera hecho temblar a un consejo de guerra.

-No eres mi tipo.

-Entonces, ¿por qué me traes aquí? Y ya que estamos, ¿quién eres?

-Te traigo porque me lo ha pedido Fina. Soy Carmen, la amiga desaprobadora.

-Ah, encantada - seguía con el puntillo, pero el tono asesino de Carmen hizo que ya no me pareciera tan buena idea la de ir a casa de mi secretaria. Aquella mujer tendría una vida, y yo la estaba poniendo patas arriba.

-¿Y Fina siempre te manda a ti cuando quiere recoger a alguien? - era incapaz de callarme.

-Fina me manda a mí porque estaba de turno con el taxi de su padre. Y como no voy a cobrarte la carrera, me has arruinado la recaudación de la tarde - pegó un frenazo que me clavó el cinturón de seguridad. Se bajó para dejar mi equipaje ante un bloque de ladrillo visto y ropa colgada en los balcones. - Espero que no arruines nada más hoy.

Hay miradas que matan. Yo estaba acostumbrada a ellas. Lo que esa mirada auguraba era una tortura lenta y dolorosa.

-Sube. Es el 5ºA.

-¿Tú no vienes? - notaría la felicidad en mi cara porque su respuesta traía ácido.

-No. Algunas trabajamos para levantar el país.

Al segundo toque me abrió la puerta un señor con bigote y una camisa que había conocido días mejores. La piel áspera y manchada daban a entender una edad que desmentía la energía de su voz y el gesto al saludarme.

-Isidro Valero - el sólido apretón de manos me hizo aterrizar del todo. ¿Tan desesperada estaba que había llegado al extrarradio de Madrid buscando consuelo? Deseé poder dar media vuelta. - Usted es la jefa de mi hija.

Esa definición me recompuso. Sí, lo era. Tenía que dar la cara.

-Marta de la Reina. Déjeme que le diga que tiene una hija maravillosa - el cumplido protocolario en este caso era completamente cierto. Se sentía bien soltar verdades como puños cada dos por tres.

-Mi Serafina es una chica muy sensata. Casi siempre - intuí que tras los modales corteses, un poco de otra época, el comentario ocultaba múltiples discusiones con su "casi" siempre sensata hija.

Amor y desafío / MafinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora