Una mano en la oscuridad

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-¿Marta? Háblame, no dejes de hablarme. Voy en camino.

-Fina.... no... quiero mi casa... - conseguí colar alguna palabra entre los irregulares sorbos de aire que intentaba captar.

-No cojas el coche. No cuelgues la llamada. Carmen, corre.

Entre los golpes de mi pulso en las sienes se escuchaba una conversación de fondo por el teléfono, una voz enérgica que protestaba.

-Seguro, señorita, a ver si nos estampamos las dos. Fina, ya tienes un hijo, no necesitas otra...

-¡Calla! - Fina recuperó su dulzura para hablarme. - Cuéntame algo, Marta.

No podía hablar, la respiración pasando ya del nivel de dificultosa a la de deficiente. No sabía cómo le había dado la dirección donde encontrarme, porque empezaba a ver borroso. Sentía una tensión insoportable en los músculos, como si se me fueran a romper, y la sensación de que me hundía en la espiral negra del ataque de ansiedad.

Una mano amiga me amarró a la superficie.

-Respira Marta, uno, dos, tres y metes aire, uno, dos y tres y suelta. Uno, dos y tres, inspiras, uno, dos y tres, expiras - intenté seguir las sencillas instrucciones, agarrándome a esa voz, sintiendo que si dejaba de oírla me hundiría sin remedio. - Uno, dos, tres, inspira, uno, dos, tres, expira.

Algo parecido al control pareció volver a mí, aunque seguía tiritando, empapada en sudor frío en medio de la calurosa noche de agosto.

-¿Sabes? Mejor hablo yo. Creo que no te he explicado por qué me he ido contigo esta mañana. No sabes lo que sentí al leer lo que habías escrito, el memorándum,...

-Declaración... - gemí, más que articulé la palabra, mi vena puntillosa sobresaliendo por encima del ahogo. Me estaba recuperando.

-Quiero decir, la declaración de objetivos... Es lo que siempre he buscado desde que tuve uso de razón, sentirme inspirada. Vengo de una familia humilde, Marta, y siempre he tenido que priorizar por encima de mis sueños el tener un trabajo que me permitiera sobrevivir...

-¿No pagamos bien los De la Reina? - la risa sofocada al otro lado de la línea me alteró de un modo diferente a la ansiedad que empezaba a remitir.

Me di cuenta de que había hablado como si aún fuera parte de la empresa familiar. Tenía que sacar eso de mi cabeza, aunque jamás olvidaría la noción de responsabilidad hacia mis empleados. Fina había dejado la relativa seguridad de un contrato indefinido en una empresa sólida por seguirme a mí, un cascarón de nuez dando tumbos en mitad de una noche de tormenta. La ansiedad volvió a treparme por la garganta.

Y ella lo notó. Siguió hablando.

-Ningún sueldo es suficiente cuando hay niños en casa. Rafa come mucho, y gasta muchos zapatos - no había reproche en su voz, sino una alegría cotidiana. - Le encanta arrastrarse por el patio del cole, destroza las punteras de los zapatos, las rodilleras de los pantalones, un desastre. Una vez intentó taparse un agujero con chicle para que no le regañara y....

A las historietas de su hijo le sucedieron anécdotas con sus amigas, y así conseguí no hundirme completamente en la oscuridad hasta que un taxi aparcó junto a mi coche. Su cara apareció en mi ventanilla, muy seria. Me puso la mano en la frente, despejándola de sudor.

-Ponle esto. Menos mal que llevo de todo en el taxi - la otra persona que había venido con ella le alargó un aparato que colocó en mi dedo corazón. Asintió al ver las cifras que aparecían en la pantalla y abrió la puerta para que bajara. Cuando notó mis temblores, me sacó del asiento del conductor ayudada por la taxista: conseguí sostenerme lo suficiente como para pasar a la parte trasera con su ayuda. Cuando vio que mi respiración se regularizaba, me puso el cinturón y despidió a la otra mujer con un abrazo.

Amor y desafío / MafinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora