En tránsito

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Caja de libros, caja de libros, caja de zapatos, caja de enseres de cocina, caja de copas, bolsa con elaásticos y mancuernas, maleta con ropa, maleta con ropa, maleta con ropa. Era la última tanda de paquetes de la mudanza, que a la postre se retrasó hasta el viernes. Entre idas y venidas a Zaragoza, la limpieza del apartamento de Andrés, algunas llamadas, no me había dado la vida.

Desde media mañana, una procesión de amistades de Fina desfilaron por mi casa. Conocí al fin a Tasio, que se reveló como un algo presuntuoso aunque eficaz porteador. Cargó los bultos más pequeños en mi coche, y los más voluminosos en una furgoneta que les habían prestado.

-Me hubiera traído el taxi si no fuera porque entonces Isidro hubiera querido ayudar: no le conviene cargar peso - me aclaró Carmen. Recordé la enfermedad del hombre que tuvo como consecuencia la drástica decisión de su hija.

-¿No te llevas esta ropa? - se interesó Fina, revisando algunas cajas que dispuse para regalar o bajar al trastero. Sacó un corpiño bordado con pedrería. - Hay trajes preciosos.

-No creo que los vaya a usar mucho ahora. No pegan con "la nueva Marta" - bromeé. Habíamos suavizado la incómoda situación en que nos quedamos el sábado anterior, porque aunque no nos habíamos visto, habíamos hablado mucho, todos los días, hasta recuperar la confianza y la fluidez que yo temía haber echado a perder.

Aunque no llegamos a hablar de nosotras, de lo que nos pasaba.

-¿Hay una nueva Marta? - me miró con la cabeza ladeada y esa sonrisa pícara que me erizaba la piel. - Mira que la antigua tampoco era tan horrible.

-¿Lo dices en serio? ¿No era un poco insoportable, la dama de hielo? - la provoqué para seguir el juego, interesada en saber más.

-Algo estirada, lejana, sí que eras. Aunque luego resultó que te sabías el nombre de hasta la última secretaria de la empresa - me dedicó una mirada profunda, sincera. - Igual la nueva Marta atenta, empática, honesta, siempre estuvo ahí y sólo necesitaba... liberarse.

-¿Ahora estoy liberada? - le pregunté. Al salir de aquel piso me sentía libre de muchas ataduras, más ligera, aunque una nueva espada de Damocles pendía sobre mi cabeza: la de proporcionarle bienestar a ella. - Porque a ratos siento que me tiemblan las piernas.

-Ahora estás empezando un camino muy difícil, y que no acaba nunca: el de ser mejor persona.

La observé con atención. Fina podía pasar del flirteo más juguetón a la sabiduría más terrenal en un pispas, y aun así no dejar de ser ella misma, como un tiramisú que combina a la perfección ingredientes dulces y amargos. Me quedaban muchas facetas suyas por descubrir, como esta de consejera espiritual.

-Eres muy joven tú para ser tan sabia, ¿no? - la empujé con la cadera, bromeando.

-¿Me quieres regalar los oídos? ¿Acaso me vas a pedir algo?

-Quizá pudiéramos salir a cenar, mañana.

Y ahí estaba, otra vez echándome la soga al cuello yo solita, después de haber hecho el esfuerzo toda la semana por marcar una cierta distancia, evitar temas personales, de haberme hecho el propósito de no crearle más expectativas que no sabía si iba a poder cumplir, de no darle alas a aquello que estábamos sintiendo y que lo complicaba todo demasiado. De no intensificar mi dependencia de ella.

Bendita soga, si me enlazaba con Fina Valero.

Ya en el nuevo apartamento, invité a pizza y cerveza a quienes colaboraron en la mudanza. Latas de refresco y pringosas raciones pasaron de mano en mano entre risas y quejas por el calor que habíamos pasado trajinando con los bultos. Me parecía increíble lo rápido que me había integrado en aquel grupo, rodeada de personas a las que no conocía dos semanas atrás. Me sentía apreciada, cómoda... casi todo el tiempo.

Amor y desafío / MafinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora