La cruda realidad

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Diez minutos antes de las nueve ya estaba de vuelta, duchada y lista para dar batalla. Había elegido para vestirme mi traje fetiche, uno de chaqueta y falda roja demasiado cerrado para la época del año: necesitaba que me infundiera seguridad.

Tan pronto entré en la oficina, noté las miradas de todo el mundo fijas en mí. Al fondo, alguien empezó a dar palmadas. Muy lentamente, todo el personal siguió el aplauso, hasta acabar en una cerrada ovación.

Tragué saliva. Aquellos trabajadores sabían cómo emocionarme. Mientras recibía sus calurosas felicitaciones, pude ver unos cuadernillos fotocopiados que circulaban: era mi declaración de objetivos.

-Tome su copia, doña Marta - la secretaria a la que había encargado mecanografiarla me tendió una. Con el nerviosismo del momento, se nos escurrió entre los dedos.

Ambas nos agachamos a recogerla. Nuestros dedos se rozaron en el movimiento, y nos miramos, el paso del tiempo suspendido por un segundo. Retiré el documento de su manos con un escalofrío y ella se disculpó entre dientes por la torpeza, devolviéndome una sonrisa nerviosa.

-Me ha encantado su memorándum.

-Declaración de objetivos - puntualicé. La chica, que me igualaba en altura, se encogió, intimidada, y yo me reproché no saber encajar un halago sin renunciar ni un momento a mi altivez.

-Declaración de objetivos - aceptó con sencillez. - Permítame que le diga que... en estos tiempos, escribir algo tan humano, tan optimista, es un acto revolucionario. Ha sido muy valiente de su parte, exponerse tanto como para decir esas cosas en voz alta. Así es como una se hace mayor. Ha sido... inspirador.

Apreté los labios, conmovida hasta la médula. Esa era justamente la sensación que yo había tenido escribiendo, y saber que había conseguido transmitir mi visión me satisfacía. Ahora era cuestión de convencer a mi padre.

-Muchas gracias, Fina - me pareció que volvía a sorprenderse de que conociera su nombre, que acudía a mis labios con naturalidad. Posiblemente ella no supiera que su currículum había pasado por mis manos antes de que fuera contratada, y siempre recordaba esas cosas. - No hubiera sido posible sin tu ayuda. Eres muy rápida en tu trabajo.

Mi asistente personal interrumpió el momento de las congratulaciones con un aviso que volvió a ponerme el corazón a mil, aunque por otros motivos.

-Su padre ha llegado - asentí a Rosa, y respiré hondo para enfrentarme a lo que me esperaba.

Mi padre había tomado posesión de mi sillón, por lo que me mantuve de pie. Contrariamente a su costumbre, no anduvo con rodeos.

-Tienes que pedirle a Elena Barco que se retracte tan pronto como se baje del avión - sentenció acomodándose en mi sillón.

-Lo que ha hecho Ortega ha sido asqueroso, padre - la defendí, inclinándome sobre la mesa. - Sin entrar en las derivaciones judiciales que esto pueda tener, el tío es un garrulo y un egocéntrico. Y ni siquiera ha pedido unas disculpas.

-Es un garrulo con el que tenemos muchos negocios. ¿Sabes lo que ganamos cada vez que uno de nuestros clientes es elegido para salir en un anuncio de la selección?

-Claro que lo sé, padre. Pero esto no es una cuestión de dinero, sino de dignidad, de principios.

-Todo es cuestión de dinero, hermanita. No conviertas en algo personal lo que son negocios - el bufido de Jesús acabó por encresparme.

-¿Vamos a dejar tirada a Elena, una cliente, por una cuestión de dinero? - inquirí. - Porque yo me niego a hacerlo.

-Ya, ya he visto en qué plan estás, hija. ¿Qué se te pasó por la cabeza para escribir estas memeces? - lanzó en la mesa el cuadernillo de la declaración de intenciones, y su gesto de desprecio lo encajé como si de un bofetón se tratase.

Amor y desafío / MafinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora