Enséñame la pasta

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Me desperté como una rosa. Durante la noche me había abrazado a un inmenso oso de peluche que ocupaba media cama y me estaba empezando a dar mucho calor. Hundí la nariz en la cabeza del muñeco para inhalar profundamente aquel olor a colonia infantil y polvos de talco. A hogar.

Un hogar que no era mío. Estaba usurpándole el espacio a un niño pequeño, el rey de la casa, cual madrastra de cuento. Tenía que volver a mi propio piso para poner un poco de orden en mi vida.

Era aún temprano, y no sabía lo que me iba a encontrar al salir de la habitación, así que me vestí con la poca ropa medio limpia que me quedaba y la camiseta holgada que me había prestado Fina. Esperaba estar lo bastante presentable como para salir huyendo si me cruzaba con Carmen. Al asomarme a la puerta de salida, me encontré con que mi empleada ya trajinaba con el desayuno. Un delicioso olor a café hizo rugir mis tripas, y debió oírme, porque se giró y le dio un acceso de risa.

-Has descansado - afirmó.

-Como un bebé - confirmé. - El mejor remedio contra el insomnio es dormir abrazada a un oso de peluche. ¿Por qué nadie lo ha patentado?

Reímos juntas esta vez.

-¿Y tú? Siento que tuvieras que sacar a Rafa de su cuarto para alojar a tu jefa borracha.

Fina se encogió de hombros quitándole importancia mientras me alargaba una taza con una serigrafía: "No me da la vida", rezaba. Señaló el azucarero y un cartón de leche sobre la mesa.

-Sírvete a tu gusto. Hay pan, magdalenas, o panetes en esa fiambrera, si prefieres.

Tomé uno de los dulces mientras sorbía mi café. Estaban deliciosos, y con la subida del azúcar en sangre que me proporcionaron reuní valor para decirle algo que necesitaba.

-Fina, tengo que pedirte disculpas. Esta mañana ya estoy en mis cabales y casi no puedo mirarte a la cara por el show que monté ayer. Anoche pasé mucha vergüenza, pero hoy... estoy abochornada.

-No hace falta que te disculpes, Marta.

-Sí, sí hace falta. Tú tienes otras obligaciones, prioridades, un hijo, Fina, y yo ahora mismo estoy tocando fondo. Te digo esto con toda sinceridad. Si quieres dejarme, lo entenderé. Es más, hablaré con mi padre para que te devuelva tu puesto. Yo me estoy hundiendo, pero tú aún puedes volver a tu vida y salvarte. No hay nada más importante para mí que eso.

Fina me miró y se alejó de mí. Contuvo la respiración unos segundos: yo ya me había dado cuenta de que hacía eso antes de decir o hacer algo importante. Esos segundos se me hicieron eternos, como si estuviera suspendida de un cable a mil metros de altura y supiera que, sí o sí, se iba a romper. Estaba segura de que iba a aceptar mi ofrecimiento de volver a su antiguo trabajo.

-¿Cómo voy a irme? Este proyecto es mío también - se sentó y puso su mano sobre la mía, que temblaba ligeramente sobre la mesa. - Vamos a ser claras, Marta. No nos mintamos, ¿de acuerdo?

-Sí, por favor - toda mi vida había querido hablar en serio, tener conversaciones honestas y significativas con personas que merecieran mi respeto. Aquello me sonaba a gloria.

-Me importa mucho el empleo, el sueldo, ¡qué remedio! El logopeda de Rafa no se paga solo.

-Me dijiste que tu hijo nació sordo - no pude evitar interrumpirla. No pareció molestarle mi curiosidad.

-Hipoacusia parcial unilateral. Digo sordo para resumir.

-Ayer parecía oírme sin problemas.

-La sanidad pública es una cosa maravillosa. Nuestros impuestos costearon la operación para ponerle un implante coclear. Tengo un vídeo del día que mi hijo me escuchó bien, por primera vez: algún día te lo mostraré para que entiendas lo que significan para mí palabras como felicidad y éxito.

Amor y desafío / MafinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora