Nuevos horizontes

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Me levanté con cierta sensación de control sobre mi vida después de la agitación de los últimos días. Había logrado pasar la noche en mi casa, sola, sin sufrir un nuevo ataque de ansiedad ni deshacerme en un mar de lágrimas.

Había dormido poco, sin embargo.

No pude dejar de darle vueltas en la cabeza a la cena con Fina. Me lo había pasado de maravilla, la charla, el ambiente de confianza que habíamos creado me curaba las heridas del abandono y la traición. Se había convertido, sin comerlo ni beberlo, en mi refugio, mi apoyo, mi lugar seguro, en la persona más importante de mi vida. Era mucho más que una empleada: era una amiga.

Si tu mundo se derrumba, es importante tener una amiga al lado.

Sólo que no estaba segura de que las amigas se despidieran como lo habíamos hecho nosotras. Intenté convencerme de que su acercamiento había sido inocente, por mucho que la mirada de Fina justo antes de depositar su beso en la comisura de mis labios hubiera sido todo menos eso. Reviví a cámara lenta, una y otra vez, esos segundos, hasta llegar a la conclusión de que la secretaria sentía algo por mí.

Suponía que venía de antes, como había insinuado Carmen, porque si no, no veía ni medio normal la forma en que había escalado nuestra relación con los acontecimientos recientes, de ser casi completas extrañas a besarnos en un portal. 

No sabía cómo sentirme con eso. No me molestaba, incluso era halagador que una persona tan bonita, por dentro y por fuera, me distinguiera con su cariño. Nadie me había dado cariño últimamente, y era una sensación cálida que me sanaba.

Analicé críticamente mis sentimientos. Me agradó la naturalidad con que había respondido a su casi beso. Me hubiera decepcionado a mí misma si la hubiera rechazado sólo por el hecho de ser mujer, si me negara a aceptar que una mujer podía atraerme. No, yo no era así. Negar la atracción sería mentir, y yo no me mentía a mi misma, ya no.

Fina me gustaba mucho. Como persona y como mujer.

Lo cual no quería decir que pudiera corresponderle en la misma medida. No podía confiar en la profundidad de mis sentimientos, ni en su estabilidad. Yo aún era una náufraga tratando de salir a flote y salvar los restos de mi vida, que se había ido a pique. Necesitaba tiempo para llegar a puerto, salvar los pedazos que quedaran, y construir algo nuevo.

Tenía que protegerla, incluso de mí.

Me asustaba pensar que, vinculándome aún más a ella, pudiera arrastrarla hasta las profundidades abisales en que me movía. No era momento de romances, sino de ponerme a trabajar para garantizarle seguridad, a ella y a su hijo. Ese era el compromiso que había adquirido, y como me llamaba Marta de la Reina que iba a cumplirlo.

Cogí temprano el tren a Zaragoza. Quería confirmar que el plan C que le había ofrecido a Luis no era tan descabellado como él pensaba, que el entrenador lo quería allí y que podría tener oportunidades para destacar y lograr la continuidad y estabilidad que ansiaba. En las oficinas del club me hablaron claro, y salí satisfecha.

Hecho esto, aproveché para saludar a antiguos conocidos. Necesitaba imperiosamente ampliar redes, conseguir nuevos clientes. La viabilidad del proyecto, y con ello mi responsabilidad para con Fina, lo exigían.

De vuelta a Madrid recibí una llama que no esperaba.

-¿Cómo estás, Marta?

Escuchar la voz de mi hermano pequeño me rompió de nuevo. Pasé casi una hora hablando con él, dejando que las lágrimas se deslizaran por mis mejillas, liberando no ya la ansiedad, sino la necesidad de tener un confidente que comprendiera todo casi sin necesidad de explicarme, porque él ya había sobrevivido al repudio familiar.

Amor y desafío / MafinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora