No te puedo querer por las dos

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A primera hora del lunes posterior a mi boda, me marché a Málaga con Luis. Había decidido, a regañadientes, aceptar la oferta del club de allí.

-Luz está a punto de salir de cuentas. Júrame que me avisaréis inmediatamente si pasa algo, lo que sea. ¡Júramelo!

-No la dejaré sola ni un momento. Fina y yo cuidaremos de ella - me comprometí, sin apartar mis ojos de los suyos hasta que quedó satisfecho.

Así lo hicimos. Mientras Luis trataba de ganarse el puesto en el nuevo equipo, y hacía más kilómetros que el correcaminos entre viajes a partidos y escapadas relámpago para ver a su mujer, nosotras nos convertimos en la sombra de la doctora. Fina la acompañaba a revisiones, a monitores, a comprar los últimos detalles para el bebé. Por mi parte, casi me instalé en su casa para ayudarla en todo lo que pudiera y aliviar sus incomodidades: le hacía la compra, la colada, la arropaba en la siesta, le cocinaba,... Hasta le masajeaba los pies para relajar la hinchazón.

-Tienes unas manos prodigiosas. Fina es muy afortunada - me alabó un día.

Apreté los labios. Desde que nos habíamos casado la veía menos que nunca. Tenía mi vida en el maletero del coche, una nómada en permanente ruta entre visitas a potenciales clientes, el seguimiento de Luis, el acompañar a Luz. Mi mujer me había animado a apoyar a la doctora durante la ausencia de su marido, pero cuando cumplió las treinta y cinco semanas y le anuncié que me quedaría a dormir con ella a partir de entonces, no pudo disimular un resoplido de disgusto.

-Uy.

-Uy qué.

-Que estás celosa. Celosa, celosísima.

-Por favor, no seas tonta - descartó.

Su enfado me dio la razón. Quise tranquilizarla.

-No seas tonta tú. Jamás miraría a otra mujer. Cómo podría, si tú eres la mejor persona del mundo.

Me escondió la mirada, aunque aceptó el beso que dejé en su mejilla. Hacía días que no compartíamos más contacto íntimo que ese, y yo lo echaba de menos. Añoraba sus besos y la forma en que me agarraba la cara para mezclar nuestras respiraciones. Extrañaba ceñir sus caderas y acercarla cuando quería sentir todo mi cuerpo contra el suyo. Echaba de menos despertarme y verla dormida a mi lado con sus pijamas de muñequitos y el pelo revuelto. No me hacía a pasar los días sin escucharla hablar con esa pasión por la vida que le rezumaba por los poros, o siendo testigo de su entrega a la familia. Sin todo lo que me hacía sentir con su sola presencia, mi vida se había vuelto más gris, más vacía.

Aunque notar sus ojos sobre mí después de hacer el amor, esperando unas palabras que yo no sabía, no quería, no podía pronunciar hasta que no me sintiera absolutamente libre para hacerlo, seguía inquietándome.

Porque el problema era que, cuando sí que estaba en casa, me mostraba huidiza, taciturna. Como queriendo estar en otro lugar. Me sentía como una impostora desarrollando un papel, el de esposa enamorada, para el que no me creía capacitada, y que en consecuencia declama su texto con prisas, deseando que le permitan bajar del escenario. No podía ser que Fina de verdad me quisiera en un papel protagonista en su vida. Yo no valía tanto.

A finales de enero pude darle buenas noticias a Luis.

-Quieren renovarte un mes más, hasta después de la Copa del Rey. Los has convencido.

Tuve que desplegar todas mis dotes de persuasión para convencerlo de que aceptara seguir en el equipo de Málaga, alejado de casa, mientras yo cuidaba de Luz. Sabía que en su corazón batallaban el amor a su esposa con el orgullo de volver a sentirse importante en la pista. Su espíritu competitivo jugó a mi favor, y a la postre, aceptó mi propuesta.

Amor y desafío / MafinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora