Epílogo

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Después de la Copa del Rey, le conseguí a Luis el contrato que merecía. Estable durante varios años, bien pagado, a veinte minutos de su casa para que pudiera dejar a la niña en la guardería antes de irse a entrenar cuando Luz se reincorporó al trabajo. Volvió a ganar títulos, aunque ya como parte secundaria de una plantilla mucho más coral. Siempre decía que eso de ganar MVP de finales había que dejárselo a los americanos, que tenían un ego frágil.

-Mi mejor premio lo tengo en casa.

En los meses siguientes conseguí varios clientes más. La forma en que Luis habló de mí en la entrevista picó la curiosidad de algunos jugadores de temperamento caliente a los que me esmeré en guiar con un poquito de mano izquierda y un poco más de mi propio carácter. Aunque conseguí robarle un par de ellos a mi hermano, la llamada que más ilusión me hizo fue la de Elena Barco.

-Si no nos ayudamos nosotras en este mundo de hombres, ¿quién lo hará?

Coincidí con mi padre de forma casual en una presentación. Volvían a invitarme a ciertos eventos, aunque ahora seleccionaba mucho a cuales acudir. Me saludó afectuoso, y me ofreció volver a la empresa, con la dirección general en mis manos, ya que Jesús estaba entre rejas, inhabilitado por varios años a causa de sus negocios con Ortega.

-Has demostrado todo lo que vales. Eres la más inteligente de mis hijos.

Tardé en contestarle. Aunque las palabras son importantes, es difícil entenderse cuando se habla un idioma distinto por completo. Mi padre y yo éramos dos extraños, y me enfadó que aún me doliera constatarlo.

-No tengo nada que demostrarte. Tu empresa no me interesa, y si ahora crees que soy la mejor de tus hijos es porque he crecido desde que me fui. Ya no estoy a tu sombra, bajo tu dominio. Ensucias todo lo que tocas, padre, y lo peor es que crees de verdad que lo haces por nuestro bien. No vuelvas a acercarte a mí.

Fina y yo seguimos casadas. Cuidamos de Isidro, que a veces nos da algún susto: se ha convertido en un auténtico padre para mí. Hemos arreglado el piso para hacerlo más cómodo, pero no pensamos en mudarnos: nos encanta el barrio y tener cerca a nuestra gente. Cada vez que acudimos a la boda de una de sus amigas, recordamos la nuestra, y la volvemos a celebrar. Bailamos hasta que se acaba la música, luego nos besamos a escondidas entre la maleza y se rumorea que los fotógrafos a veces piensan que somos nosotras las recién casadas.

Trabajamos juntas, codo con codo. Peleamos a veces por la estrategia a seguir, nos proponemos ideas locas para que la otra las valore cuando nos atascamos, cuestiona mis decisiones hasta que acordamos la mejor opción. Aunque ella ya lleva por su cuenta su propia cartera de clientes, sigue manejando también mi agenda para que, de vez en cuando, tenga que pasar un par de noches fuera de casa. Si ella me acompaña, nos lo tomamos como la luna de miel que no tuvimos. Si se queda en casa, disfrutamos de unos reencuentros sólo aptos para mayores.

Rafa ha sacado la altura de su madre, y ha empezado a practicar baloncesto. Lo acompaño a todos los partidos, pero luego no me quedo a verlos. Quiero que disfrute de jugar por puro divertimento, sin presión, que no se preocupe de si mete puntos o no para que nos sintamos orgullosas de él. No puedo quererlo más. Hace poco le propuse a Fina adoptarlo, y ella me miró de esa forma en que me provoca hacer barbaridades en público. Le digo a menudo que la amo, que la admiro, que es única y especial para mí, y no hay día que ella no me haga alegrarme de haber escrito aquella declaración de objetivos.

Si me preguntan qué va a pasar en el futuro, les diré que yo no tengo todas las respuestas. He tenido tantos éxitos como fracasos, pero me gusta mi vida. Amo a mi mujer y a mi hijo. Y todo lo demás, lo afrontaremos juntas.

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Y ahora sí, se acabó del todo. He disfrutado intensamente de planear, escribir, reescribir, retocar y contestar los comentarios a esta historia, en un verano absolutamente marcado por #Mafin.
Gracias.

Amor y desafío / MafinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora