Promesas

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Me desperté con la sensación de flotar en el agua, relajada aunque incapaz de encontrar un punto de apoyo firme donde asirme. Me mantuve quieta para controlar esa sensación de inseguridad y mareo, y poco a poco cobré conciencia de los acontecimientos del día anterior.

También me di cuenta de que estaba sola en la cama.

Con mucho cuidado, me puse de lado y eché los pies al suelo. Antes de incorporarme por completo cogí mis gafas. Bajo ellas había un papel.

"Te he dejado café hecho y algo de desayunar en la cocina. Llámame cuando te espabiles."

La letra redonda, de escolar, y la carita feliz de la firma me hicieron sonreír. No recordaba la última vez que alguien me había dejado una nota manuscrita en la mesilla de noche.

La receta de ducha y desayuno funcionó a las mil maravillas, así que cuando por fin la llamé, mi voz transmitía una energía y optimismo que pude contagiarle.

-Sácame un billete a Nueva York. Voy a ver a María Duque.

La espera en el aeropuerto y el vuelo me dieron mucho tiempo para trabajar. No quería dejar libre mi mente para que volviera a entrar en el círculo vicioso de ira contra mi familia, desprecio por Jaime y angustia por haber arrastrado a Fina en mi caída. Me dediqué, en cambio, a tareas concretas, papeleo farragoso que era necesario resolver. Le había encargado a ella preparar y presentar toda la documentación necesaria respecto a la nueva empresa (una sociedad muy, muy limitada) y al contrato de representación de Luis Merino.

Me reservé para mí un tema más personal y desagradable, pero que no quería posponer: mi demanda de divorcio. Comprobé el efectivo del que podía disponer, y gestioné una nueva cuenta a la que Jaime no pudiera acceder. Por último, anulé su disfrute, en calidad de cónyuge, de la cobertura del seguro que mi madre había creado para sus hijos antes de morir. Pensé en qué pensaría ella al verme como estaba, en si eso le generaría angustia o enfado: llegué a la conclusión de que, por encima de todo, mi madre nunca me hubiera dejado desamparada.

-Nunca os dejaré solos.

Aunque Nueva York me encantaba, ni me planteé entrar en la ciudad o alojarme en ella. No había ido a hacer turismo. Tan pronto superé los farragosos trámites de aduana, cogí un taxi para que me llevara directamente al hotel del complejo de Flushing Meadows donde María estaba concentrada antes de jugar el Open de Estados Unidos.

Confiaba mucho en mi capacidad para convencerla de que siguiera conmigo. Se podía decir que la había descubierto yo, cuando aún era una niña y jugaba en una cochambrosa pista de red raída en su Monzón natal. Después de enfrentarme a ella en un par de peloteos informales, no me cupo duda de su talento excepcional: le conseguí una beca en la mejor academia de tenis de Madrid, y ella juró y perjuró que cuando diera el salto a profesional, yo estaría a su lado.

Era el momento de cumplir las promesas.

La estaba esperando en el bar del hotel cuando me sonó el teléfono. Luis Merino. No podía ser más inoportuno. Tentada estuve de no descolgar cuando visualicé el decálogo de mi declaración de objetivos: atención personal. Suspiré y atendí la llamada.

-Hola Luis, ¿cómo estás?

-¿Que cómo estoy? Pues estoy solo, jodidamente solo y sin equipo. Queda una semana para que todo el mundo empiece su pretemporada y yo tengo que comerme la preparación física en solitario, corriendo por el parque de al lado de mi casa. ¿Eso te parece normal?

No lo era. De hecho, era un riesgo considerable. Me sentía relativamente tranquila porque sabía que su mujer le supervisaría para evitar lesiones, pero aún así había que ponerle remedio a eso. Suspiré.

Amor y desafío / MafinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora