2.

4.3K 369 25
                                    

―¡Carajo! ―grité y me levanté de un salto de la cama, mala idea.

Consejo número dos, nunca se levanten tan rápido de la cama o todo se volverá negro.

―¡Sofía! ―me reprendió. Le molesta que a veces sea grosera.

―Lo siento ―dije en un tono bajo―. Maldito despertador, te juro que hoy fue tu último día vivo ―lo señalé de mala manera como si pudiera escucharme.

Tuve alrededor de veinte minutos para darme una ducha fugaz y vestirme, no tenía tiempo de desayunar, otra vez.

Agarré la mochila que estaba sobre la silla de mi escritorio y la colgué en mi hombro para después bajar corriendo las escaleras.

―¿No desayunas? ―preguntó mi papá con una taza, supongo que de café, en la mano.

―¿Ya viste la hora? ―lo miré asustada.

Asintió y se estiró al frutero para después coger una manzana, la misma que lanzó al aire y afortunadamente atrapé.

Y esta parte de mi vida se llama voy tarde a la escuela. Había perdido la cuenta de cuantas veces me había encontrado en esta situación, corriendo a la escuela, chocando con gente, ahogándome con manzanas, tropezando con todo, menos mal que esto terminaría en tres semanas.

Entré justo antes que la profesora de Ecología, quién me miró mal al verme bufar y dejarme caer sobre el asiento.

―Toma ―dijo Marie extendiéndome una botella de agua.

Me limité a hacerle un gesto de agradecimiento con la mano y abrí la botella, casi la bebí toda.

―Voy a regalarte un buen despertador, lo juro ―palmeó mi espalda y luego se sentó en la otra fila a mi lado.

La clase se fue rápido, en realidad ya no estábamos haciendo nada, sólo checábamos libretas y aquellos que no tenían los apuntes los copiaban; otros sólo hablaban y luego estaba yo, callada y escuchando a Marie hablar de CD9.

―¿Qué tal la canción que te mandé? ―noté emoción en su voz.

―Es buena ―sonreí―. Pensé en descargarla pero al final decidí que no quería tener a tus topos en mi celular.

Castores ―me miró mal. Claro que sabía cómo les decía pero me gustaba molestarla.

―Eso ―hice un ademán con las manos.

―¿Ya pediste permiso? ―me limité a asentir.

El timbre sonó y todos salieron como burros desbocados del salón, mediante empujones y tropezones, justo como yo todas las mañanas. Reí en voz baja.

Junto con Marie, nos encaminamos a la siguiente clase, teníamos contabilidad, una de las clases en las que me iba súper bien, tenía asegurada una buena calificación y estaba salvada de hacer examen final.

―Odio esta clase ―miré a Marie mientras sacaba su libreta―. A mí que me importan los activos y pasivos.

―No es la gran cosa ―me encogí de hombros―, sólo son obligaciones y derechos de una empresa.

―Disculpa ―me miró con el ceño fruncido―, me estás hablando en chino ―reí.

El resto de la clase estuve explicándole a Marie como estaban divididos los activos y pasivos, cosa que debería saber desde el semestre pasado, sin embargo se la había pasado siguiendo a esos chicos en lugar de ponerse a repasar.

Lo peor de todo es que a pesar de que casi no repasaba por estar pegada a twitter tratando de conseguir un follow de aquellos muchachos, iba mucho mejor que yo, menos en contabilidad, y no entendía porque.

A la hora del almuerzo fuimos a la cafetería, Marie no iba a comprar nada, casi nunca lo hacía, siempre llevaba un emparedado o fruta; en cambio, yo debería tener una tarjeta de cliente frecuente o algo por el estilo, estoy segura de que alrededor de cincuenta mil pesos habían sido invertidos en esta tiendita por mí.

No es broma, siempre compraba. Normalmente iba por dulces en los cambios de clase y comida en ambos recesos, así es, teníamos dos recesos. Increíble ¿no?

―Mira esto ―dijo Marie mientras buscaba algo en su mochila.

La miré atentamente mientras masticaba el trozo de pollo que acababa de meterme a la boca. Sacó un libro hecho por ella, era muy lindo, en medio decía CD9 y en el margen de arriba y el de abajo había unas rosas rojas y blancas, las hojas estaban unidas por dos hilos en el extremo izquierdo.

―¿Qué es eso? ―la miré mientras intentaba alcanzar mi jugo.

―Es para los chicos ―fruncí el ceño―. Jos, Alonso, Freddy, Bryan y Alan ―dijo con un tono de obviedad. ¡Bah!, como si yo me supiera los nombres de esos chicos.

Me limité a girar los ojos y extendí la mano para que me pasara el dichoso librito.

―No lo vayas a ensuciar o te mato ―me señaló con su dedo índice.

Negué con la cabeza y luego lo abrí; en la primera página había muchas fotos de ellos o mejor dicho, había muchos recortes de revista de ellos, en la siguiente había algunas frases de las canciones, me gustó mucho una que decía: "Un día vas a despertar con la nostalgia a flor de piel". Me fui a la siguiente página y había fotos de algunos lugares de la ciudad, de ella y de ella conmigo, eran fotografías estilo Polaroid. Marie tenía una Instax. Al final del libro había una carta, cabe recalcar que era enorme y al final de ésta estaban escritos todas sus redes sociales, todas.

―Marie ―me miró―, esto es hermoso ―sonrió ampliamente.

―¿Crees que les guste? ―se mordió el labio inferior tratando de contener su emoción.

―Les va a encantar ―le devolví el libro.

―Estoy tan emocionada Sofi ―me abrazó.

No era necesario que me lo dijera, sus ojos lo decían, Marie era una chica hermosa. Era pequeña, como yo, tenía su cabello largo, le llegaba un poco más abajo de la mitad de la espalda; tenía unos ojos preciosos, era una combinación entre color miel y verde, extraño lo sé, pero eran lindos, era delgada y la verdad debo admitir que alguna vez sentí celos de ella, no de esos celos enfermizos, más bien me dieron celos de ver que ella era muy feliz y yo no, que ella se quería tal y como era y a mí me costaba mucho trabajo. Celos de que ella tenía exceso de confianza en ella misma y que yo carecía de ésta.

De eso estaba celosa.

―Te quiero muchísimo Marie ―le devolví el abrazo mucho más fuerte.

Escuché a Marie sollozar, demonios, odiaba que fuera tan sensible.

Ella sabía muy bien cómo me sentía, ya saben, respecto a estar celosa de ella, además de que yo no era muy afectuosa con las personas y sólo lo era cuando estaba conmovida o triste.

―Te juro que el viernes vas a tener la mejor noche de todas ―se separó de mí y me reí negando con la cabeza.

Metanoia | Alonso Villalpando |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora