Capitulo 2. El Namak: quien ve el interior del alma

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- No, no tengo pensado revelar más de lo necesario. – decía una voz grave.

- Algo me dice que no lo aceptará...así sin más... ¡La atacó desarmado! No acatará tus ordenes sin hacer preguntas...

- Que yo responderé... con escuetas palabras.

Le dolía la cabeza, y todas estas palabras le parecían un sinsentido. No reconocía tampoco las voces. Parecían proceder de dentro de su cabeza, formar parte de los pensamientos agitados que ocupaban su mente.

Intentó a abrir los ojos, pero el exceso de luz le atravesó la cabeza como un rayo, y cayó nuevamente en un sueño intranquilo.

- ¡¡Buenos días!! – una voz juvenil le hizo girar sobresaltado la cabeza en dirección a su interlocutora. - ¡¡Has dormido una eternidad!! ¡¡¡Ya empezaba a pensar que no ibas a despertar jamás!!! – aunque su voz parecía alegre y reía abiertamente, sus palabras sonaban llenas de preocupación. – Todo bien?

Beril miró a su alrededor con sorpresa. Se encontraba en una habitación únicamente iluminada por el fuego de una chimenea delante de la cama que, a su vez, irradiaba un calor reconfortante. Las ventanas, que ocupaban los muros a los dos lados de la cama, estaban cerradas con contraventanas de madera. Parecía ser de noche porque desde fuera no se adivinaba ninguna luz. La puerta, cerrada, estaba junto a la cabecera de su cama. No reconocía nada de todo aquello.

Volvió la atención nuevamente a la chica que lo había hablado. Era muy joven, alrededor de los 15 años, pensó. Su piel era extremadamente luminosa, su pelo liso, rubio casi blanco y sus ojos grises. Ojos de luna. Tenía un aspecto extraño, irreal.

- No sé dónde estoy... – le confesó. Ella lo miró con atención.

- ¿No recuerdas cómo te trajeron hasta aquí? – preguntó ella.

Ella entornó los ojos, observándolo atentamente.

Poco a poco los recuerdos volvieron a su cabeza como un mal sueño...

- La mujer de oro...

- Eh... si... decías eso todo el rato mientras estabas inconsciente.

- Había una mujer... lanzaba puntas doradas... – se llevó la mano a la herida en la parte izquierda del tórax. – y tenía una lanza...

- Si, lo sé – bajó la mirada y miró hacia la puerta antes de continuar – te tuvieron que arrancar la lanza, tuviste suerte... por poco no lo cuentas.

Tenía toda la zona cubierta con vendajes limpios, pero sentía una tirantez dolorosa al mover el brazo izquierdo.

- ¿Qué más recuerdas? – insistió ella. Beril notó la ansiedad en su voz esta vez.

Los recuerdos acudieron ahora vívidamente a su mente. Su madre con los ojos muy abiertos. El último beso de Ferin. El temblor de la tierra que acabó con todo lo que él conocía...

Pero no dijo nada.

- Estoy... muy cansado... me da vueltas la cabeza.

Se abrió la puerta en ese momento. Una señora bajita y regordeta entró en la habitación a toda prisa. Acomodó a Beril sin mirarlo siquiera, sumergida en sus propios pensamientos.

Beril se movió algo tenso mientras la mujer lo manejaba.

- ¡¡¡Ohhhh!!! – lo miró a la cara por primera vez. – oh, chico que susto me has dado!! ¡¡Esperaba encontrarte dormido!! No has despertado apenas durante dos semanas, y cuando estabas despierto no decías una sola palabra, parecías totalmente ausente.

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