- No, no tengo pensado revelar más de lo necesario. – decía una voz grave.
- Algo me dice que no lo aceptará...así sin más... ¡La atacó desarmado! No acatará tus ordenes sin hacer preguntas...
- Que yo responderé... con escuetas palabras.
Le dolía la cabeza, y todas estas palabras le parecían un sinsentido. No reconocía tampoco las voces. Parecían proceder de dentro de su cabeza, formar parte de los pensamientos agitados que ocupaban su mente.
Intentó a abrir los ojos, pero el exceso de luz le atravesó la cabeza como un rayo, y cayó nuevamente en un sueño intranquilo.
- ¡¡Buenos días!! – una voz juvenil le hizo girar sobresaltado la cabeza en dirección a su interlocutora. - ¡¡Has dormido una eternidad!! ¡¡¡Ya empezaba a pensar que no ibas a despertar jamás!!! – aunque su voz parecía alegre y reía abiertamente, sus palabras sonaban llenas de preocupación. – Todo bien?
Beril miró a su alrededor con sorpresa. Se encontraba en una habitación únicamente iluminada por el fuego de una chimenea delante de la cama que, a su vez, irradiaba un calor reconfortante. Las ventanas, que ocupaban los muros a los dos lados de la cama, estaban cerradas con contraventanas de madera. Parecía ser de noche porque desde fuera no se adivinaba ninguna luz. La puerta, cerrada, estaba junto a la cabecera de su cama. No reconocía nada de todo aquello.
Volvió la atención nuevamente a la chica que lo había hablado. Era muy joven, alrededor de los 15 años, pensó. Su piel era extremadamente luminosa, su pelo liso, rubio casi blanco y sus ojos grises. Ojos de luna. Tenía un aspecto extraño, irreal.
- No sé dónde estoy... – le confesó. Ella lo miró con atención.
- ¿No recuerdas cómo te trajeron hasta aquí? – preguntó ella.
Ella entornó los ojos, observándolo atentamente.
Poco a poco los recuerdos volvieron a su cabeza como un mal sueño...
- La mujer de oro...
- Eh... si... decías eso todo el rato mientras estabas inconsciente.
- Había una mujer... lanzaba puntas doradas... – se llevó la mano a la herida en la parte izquierda del tórax. – y tenía una lanza...
- Si, lo sé – bajó la mirada y miró hacia la puerta antes de continuar – te tuvieron que arrancar la lanza, tuviste suerte... por poco no lo cuentas.
Tenía toda la zona cubierta con vendajes limpios, pero sentía una tirantez dolorosa al mover el brazo izquierdo.
- ¿Qué más recuerdas? – insistió ella. Beril notó la ansiedad en su voz esta vez.
Los recuerdos acudieron ahora vívidamente a su mente. Su madre con los ojos muy abiertos. El último beso de Ferin. El temblor de la tierra que acabó con todo lo que él conocía...
Pero no dijo nada.
- Estoy... muy cansado... me da vueltas la cabeza.
Se abrió la puerta en ese momento. Una señora bajita y regordeta entró en la habitación a toda prisa. Acomodó a Beril sin mirarlo siquiera, sumergida en sus propios pensamientos.
Beril se movió algo tenso mientras la mujer lo manejaba.
- ¡¡¡Ohhhh!!! – lo miró a la cara por primera vez. – oh, chico que susto me has dado!! ¡¡Esperaba encontrarte dormido!! No has despertado apenas durante dos semanas, y cuando estabas despierto no decías una sola palabra, parecías totalmente ausente.
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Descubriendo Alasdain
Romance"Miró dentro de los ojos de ella, ahora frente a los suyos. Eran brillantes, de oro. El dolor se hizo intenso, insoportable, y el cuerpo de Beril comenzó a ceder, cayendo entre los propios brazos de su enemiga, que no lo soltaba. Quiso alejarse de e...