Capitulo 3. Alasdain a medianoche con luna llena.

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En sus sueños recorría un campo de olivos con gente que dormía a su alrededor...en el centro, sobre la fuente derruida Argentis bailaba rodeada de gotas plateadas que poco a poco adquirieron tonos bronceados. El escenario comenzó a parecerse al patio anterior de su casa, y un segundo después la Argentis que había conocido había cedido su lugar a la mujer dorada que bailaba murmurando una canción. Parándose en seco delante de él, le clavó de nuevo la lanza de oro con los ojos de metal fundido mirándolo fijamente. "tu madre eligió su destino..." le susurraba al oído, "...ahora tú has elegido el tuyo Beril Arcomayor..."

Beril se despertó bañado en sudor y respirando agitadamente.

¿Había de verdad aceptado seguir allí?

No podía. Realmente no podía seguir en aquel lugar, rodeado de gente que le hablaba de cosas extrañas que no tenían nada que ver con él y con su vida, en la que todas las personas que amaba habían dejado de existir.

Se levantó de golpe y salió despacio de la habitación, esperando encontrar a la señora Flora. Pero no encontró a nadie. La puerta no estaba cerrada con llave y salió sin ninguna dificultad.

En la ensenada una luz completamente plateada invadía todo con pequeños brillos. Sobre su cabeza la bóveda de gemas centelleaba como millones de estrellas. La belleza de todo lo que lo rodeaba lo dejó paralizado por un momento. Valía la pena estar allí solo para admirar cada noche ese espectáculo.

Pero no podía quedarse.

Siguió caminando instintivamente. Bajó la pendiente, siguiendo el único camino que conocía. Pero ¿cómo saldría de allí? ¿Dónde estaba la salida? Se sintió encerrado en un espacio inmenso.

Llegó al acantilado.

Un fuerte rumor de agua cayendo lo atrajo al precipicio. Se acercó titubeante al borde para avistar un arroyo caudaloso que brotaba de la roca sobre la que se encontraba. No recordaba haber oído el torrente cuando había venido con Eilean.

Podía percibir ahora la pequeña vibración bajo sus pies del agua que pasaba entre las rocas.

Se acercó más aún, asomándose al borde. La noche era clara y el agua reflejaba el color de las gemas que estaban sobre él.

El acantilado cerraba un profundo circulo de agua. Comenzó a recorrer el borde. En algunos puntos de la roca pudo ver estrechos senderos oscuros. Una pequeña playa rocosa en el lado opuesto a la caída del agua que hacía elevarse una pequeña nube de diminutas gotas y se precipitaba hasta encontrar la superficie del lago.

Tras él lo sorprendió un rumor. Al girarse pudo ver a Argentis. La terrible pesadilla de momentos antes parecía tomar forma porque ella tenía una expresión dura en lugar de su habitual gesto ligero, y una voz triste que susurraba.

- Qué haces aquí...

No parecía una pregunta, más bien una reflexión propia. Parecía tremendamente seria.

- Yo no soy como tú...

Ella acusó el golpe invisible de sus palabras.

- Beril Arcomayor...

Ella se acercó con el ceño fruncido y adelantó una mano decidida a agarrarlo, pero Beril retrocedió instintivamente. Sus pies se enredaron tropezando entre ellos y notó, como a cámara lenta, que perdía el equilibrio al borde del acantilado.

Argentis se abalanzó hacia delante pero no consiguió retenerlo.

Tras una caída que le pareció eterna su cuerpo chocó dolorosamente contra el agua. Cerca de él, una segunda figura rompió limpiamente la dura superficie.

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