Capitulo 17. El ópalo del atardecer.

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Lo había siempre visto desde el otro lado. Bajó del caballo, conduciéndolo con Auris en la silla.
Llegó hasta donde se levantaba su casa, que era la última desde ese lado de la ciudad.
La casa estaba intacta, tal como la recordaba. Se encontraba cerrada. Beril dio un fuerte empujón a la vieja puerta de la acequia que cedió dejándoles pasar. El patio, siempre rodeado de rosas y flores aromáticas estaba como un desierto. Nadie lo había curado y el sol había secado las plantas.

Solo los naranjos y algunas rosas habían resistido al abandono. Un arbusto de moras había invadido una zona delante de la casa.

Tiró del caballo e hizo descender a Auris.

Se volvió y vio una zona oscurecida en las piedras justo delante de la entrada. Avanzó hasta aquel punto y se agachó para tocarla, como si fuera lo último que quedara de ella.

Auris caminó hacia la derecha de la casa, donde otra mancha oscura teñía el suelo. Se agachó de espaldas a él y lo rozó con las yemas de los dedos. Se alzó de nuevo y se giró a mirarlo. Sus ojos se entrecerraron con una mueca de dolor.

- Ven, Auris. – la dijo. Ella lo obedeció aquella vez.

Le sobrevino un calor intenso cuando la vio apoyar los pies desnudos en el último punto donde había visto a su madre.

Estaba frente a la mujer que había asesinado a su madre en el punto donde lo había hecho.
Y se encontraba perdidamente enamorado de ella.

El solo pensamiento de ello lo hacía enrojecer con mil sentimientos encontrados. Apartó la mirada de ella.

Se preguntó qué diría su madre.

Suspiró y se giró hacia la casa. Parecía igual que la última vez que la había visto.

Se acercó a la puerta y la abrió con la llave escondida bajo una roca. Como si no hubiera pasado un solo día desde la última vez que la había cogido.

Se volvió hacia Auris que parecía clavada en el suelo.

- No entraré si no quieres en la casa de tu madre.

La dirigió un gesto para que se acercase.

- Ven, vamos a ver si podemos curarte mejor esas heridas.

La guió a través de la casa hasta un baño. Llenó la bañera con agua limpia y salió del cuarto de baño para dejarla intimidad.

Entró en la habitación de su madre y abrió el armario. Dentro estaba toda la ropa de su madre como si ella nunca hubiera dejado la casa. Eligió un vestido de tonos claros que pensó le podría servir a Auris y se lo dejó sobre la cama.

Después se dirigió a su antigua habitación y entrando en el baño aledaño dejó correr el agua sobre su cuerpo apoyando la cabeza sobre las baldosas brillantes.

Agradeció enormemente la sensación de tranquilidad familiar y se vistió con ropa limpia sintiéndose descansado.

Al salir de su habitación vio a Auris con el vestido de su madre. El vestido la quedaba algo corto y holgado.

- Gracias – dijo, agradeciéndole el vestido.

- No te queda del todo mal. – la dijo sonriendo.

Ella se giró visiblemente incómoda con la apreciación.

- No creo que haya nada comestible en la cocina, pero igual nos sienta bien una infusión.

- Estaría bien... – dijo ella.

Lo siguió hasta la cocina.

Pasando por el salón Auris vio el retrato de la madre de Beril. Éste siguió la mirada de ella.

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