A la mañana siguiente se sentía como si le hubiera pasado una manada de elefantes por encima mientras dormía. Le dolía la cabeza, por no hablar de los brazos y las piernas que le molestaban con cada movimiento.
Había dormido toda la noche sin despertarse, y por primera vez en mucho tiempo, no había tenido pesadillas que le alterasen el sueño.
Le sonaban las tripas cuando alguien llamó a la puerta. Salió a abrir, comprobando que la señora Flora no estaba por ningún sitio.
Era Aramen. Traía con él una bolsa de papel que sostenía en los brazos.
- ¡¡Buenos días dormilón!! – dijo echándole una mirada llena de simpatía.
- Hola.
- He imaginado que no tendrías nada en la despensa aún. – Pasó de largo y se dirigió al ángulo opuesto, donde para sorpresa de Beril estaba dispuesta una pequeña cocina visible integrada en un entrante, detrás de una columna.
- Yo... la verdad es que no sabía ni siquiera que hubiera despensa.
Hasta ahora no había tenido que preocuparse por nada de eso, y ni se le había pasado por la cabeza, pero tampoco sabía cómo hubiera podido hacerlo.
- Ok, ok... – dijo Aramen – poco a poco. Para empezar un buen café y unos buenos huevos revueltos, ¿ok? ¡Yo aún no he desayunado tampoco y estoy muerto de hambre!
- Emmm... gracias... – dijo Beril algo confuso. Aramen se dio la vuela, le sonrió mientras manejaba una sartén que había encontrado en uno de los armarios y con un gesto de la mano le dio a entender que no se preocupara.
A los pocos minutos sobre la mesa circular de la sala Aramen dispuso unos platos con comida y unas tazas de café con leche. Se sentó en una silla y empezó a comer rápidamente. Beril se sentó en otra de las sillas y probó los huevos. No se había dado cuenta de que tenía un hambre voraz.
- Mmmmm... – Aramen dio un sorbo al café y levantó la vista hacia Beril.
- Ahora empezamos a razonar, ¿eh? – reía siempre estrepitosamente con una risa contagiosa.
- Muchas gracias por... todo esto... yo... no sabía que tenía que haber ...
- Si, si... ya me lo imagino... aquí cada uno es responsable de sí mismo, de su casa y de su comida...
- ¿Su casa? – preguntó Beril.
- Veo que nadie te ha explicado una sola palabra... también es normal – reflexionó en alta voz. – Bien. Empecemos entonces desde el principio, si te parece...
- Si, serìa ùtil. ¡¡Gracias!! – dijo Beril.
- Ok... a ver... Esta – señaló a su alrededor – es tu casa, ¿vale? Vivirás en ella mientras estés Alasdain. Lo normal es que lleguemos aquí siendo niños. De hecho – dijo riendo - hay una zona en Alasdain en la que es mejor no entrar a no ser que sea estrictamente necesario, allí las normas no tienen validez aún.
Su gesto era còmico y risueño mientras hablaba.
- Pero tú esa etapa te la has saltado. Así que tienes que asimilar mucha información rápidamente. Cuando el Namak observa ciertas características en nosotros y calcula que estamos preparados empezamos el entrenamiento. Entonces nos trasladan a todo el grupo y nos entrenamos y vivimos cerca de la gente con la que solemos estar, nuestros amigos y tal... tú entrenarás en mi mismo grupo... aunque tú has llegado a destiempo y en unas circunstancias algo...diferentes – Aramen normalmente reía mientras hablaba, pero mientras decía esto miró al suelo e hizo una mueca – Entonces te asignaron a esta casa que no está precisamente cerca de los que estamos en grupo del primer nivel, imagino que terminarán cambiándote de casa...sería más fácil, pero no lo se.
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Descubriendo Alasdain
Romance"Miró dentro de los ojos de ella, ahora frente a los suyos. Eran brillantes, de oro. El dolor se hizo intenso, insoportable, y el cuerpo de Beril comenzó a ceder, cayendo entre los propios brazos de su enemiga, que no lo soltaba. Quiso alejarse de e...