Capitulo 9. Un atardecer de oro y plata.

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- Eras un rayo verde – le dijo Aramen. – Cuando vi que no estabas en tu casa me di cuenta de que podías haberte dirigido al campo de batalla del simulacro y casi me muero. Corrí tanto que se me salía el corazón por la boca. Cuando llegué ya estabas delante de Auris en medio de un fulgor de mil colores. Ella no se defendió en absoluto. Solamente alzó la mano para intentar hablarte... y entonces la clavaste la flecha con un gesto terrible, y un segundo después parecías haber visto un fantasma... Argentis creó el escudo a vuestro alrededor...y menos mal que resultó la conexión, porque volaron unas cien flechas de todos los elementos en vuestra dirección, incluida una mía, debo confesar... Fue un espectáculo espeluznante. Argentis luchaba para interceptar todos los ataques y a todos los que se acercaban a ti. Su expresión era de terror absoluto. Apenas me dio tiempo a acercarme a ella cuando se desmayó...totalmente agotada. La llevé a su casa totalmente inconsciente. Cuando se despertó insistió en ir a tu casa. Pensábamos que Auris estaría...

- Pensabais que la había matado.

- No sabíamos que habías cerrado la herida. Por el camino nos lo contaron, así que pasamos antes por casa de Auris y vimos que estaba consciente y batallaba con Flora... – rio un poco recordando – como si no hubiera pasado nada; se negaba a estar quieta...poco más tarde pareció dormirse. Y un minuto más tarde estábamos en tu casa.

- ¿En un minuto? ¿Dónde está la casa de Auris? – preguntó Beril, extrañado.

Solo había un pequeño grupo de casas sobre la colina donde habitaba Beril, las demás distaban al menos 10 minutos de allí.

Aramen tragó saliva, visiblemente incómodo.

- Era una forma de hablar... – dijo.

Beril sonrió tristemente al ver la expresión de Aramen y se frotó la cara con las dos manos, suspirando.

- No sabes cuánto me arrepiento de haber perdido la cabeza. No me lo podré perdonar nunca. Yo... espero que Auris se recupere pronto y que todo esto no tenga ninguna consecuencia. Me siento como si estuviera en deuda con ella, al mismo tiempo que no puedo soportar siquiera pensar en que por su culpa... 

- Auris puede ser de todo, pero no es mala persona Beril... lo que pasó aquel día... – dijo Aramen con las cejas levantadas que resaltaban su afirmación.

- Entonces, ¿está bien? – preguntó sin mirarlo directamente.

A Aramen pareció cogerle por sorpresa la pregunta.

- Tu lanza la atravesó de parte a parte, el corazón estaba dañado, pero por fortuna con las curas de la señora Flora la herida está cicatrizando rápidamente y volverá a ponerse en pie en breve.

- ¿En breve? – resopló de nuevo.

- Es curioso...

- ¿El qué? – pregunto Beril.

- Ella también me preguntó por ti cuando he pasado a verla hoy. En realidad, me pidió que te dijera que se alegra de haber sido ella la que ha resultado herida esta vez, y que siente muchísimo que no hayáis coincidido sin que uno de los dos salga con el corazón herido.

Aramen rio ante el gesto de Beril, que se había quedado con la boca abierta, sorprendido de la ironía algo cínica con la que ella había hecho alusión a sus dos únicos encuentros, a decir verdad, bastante dramáticos. Después se acordó de su madre con la flecha clavada en el pecho y la comicidad de la frase le pareció cruel.

- Dile de mi parte que lo debería sentir más por aquellos que salieron con algo más que una pequeña cicatriz.

Aramen le había pedido perdón a Beril al día siguiente de todo lo ocurrido. Se sentía culpable de lo que había pasado, y aunque Beril le había dicho que no tenía por qué, sabía que seguía creyendo que, si él no hubiera abandonado su puesto, nada habría ido mal. También se sentía culpable por todo lo que había dicho a Beril, que ni siquiera pensaba realmente.

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