CAPITVLVM I

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Amaya

—No vai a poder conmigo, ¿me escuchaste?—murmuré entre dientes, mientras intentaba con todas mis fuerzas abrir un frasco donde la Matilde había guardado la canela.

—¡Me duele la guata!

—¡Ya voy!—exclamé nerviosa, mientras mi prima se revolcaba en el sillón por el dolor y hacía como que lloraba. Cuando logré abrir el frasco, leí con atención el libro que tenía al frente y eché la especia al agüita de hierbas, tal como decía ahí.

—¿Por qué no puedo cerrar el hocico?—la Matilde hizo un puchero y se sobó el estómago con un puchero.—Debí haber escuchado ese consejo que me dio mi mamá.

—¿Qué consejo?

—No sé, no lo escuché.

Desde la cocina la miré mal, porque me tiene con los nervios de punta por su dolor de guata, pero la chistosita igual anda tirando tallas.

—Listo.—tomé la taza entre mis manos y la soplé, porque estaba muy caliente.—Ven, Mati.

—Erí la mejor, gatito.—la Matilde se arrastró hasta la cocina, tomó la taza entre sus manos y le dio un sorbo grande al agüita de hierbas.—¿Estai segura que con esto se me va a pasar el dolor de guata?

—Sí.—asentí confiada y empecé a guardar todo lo que había sacado para hacer el agüita.—Mi papito me pasó este libro de remedios naturales cuando nos vinimos pa' acá.

En realidad, me dio libros para todo. Hay hasta un manual para aprender artes marciales. Igual lo entiendo, porque con el tío Bruno fueron los que más dudaron en dejarnos a la Matilde y a mí venir a vivir solas a Santiago. Aún así, logramos llegar al acuerdo —después de una seria conversación con mi mami y la tía Pilar— de que era más fácil para nosotras estar más cerca de la universidad y vivir este proceso juntas.

—Me voy a acostar un ratito.—hizo un puchero y se abrazó por el abdomen.—Si necesitai algo, me pegai un grito nomás.

—Bueno.—la abracé por los hombros y sonreí con ternura, para después arrugar ligeramente la nariz.—¿Vai a ir hoy a la universidad?

—No, te voy a abandonar.—me miró triste y me pellizcó las mejillas.—No me quiero cagar en la sala.

Solté una risa y me acerqué a tomar mi mochila, para después caminar hacia la puerta.—Me voy, ¿querí que te traiga algo?

—Un pololo.

—Voy a ver si venden uno por ahí.

—Gracias, gatito.

Me despedí con una sonrisa cálida y cerré la puerta detrás mío. En cuanto me giré, mi mirada quedó fija en el cabro que estaba abriendo la puerta del departamento del frente, porque era como si mi prima hubiese manifestado a su futuro pololo. Centré mi atención en él, que se giró lento:

—¡Ah, por la cresta!—se sobresaltó en cuanto me vio y se llevó la mano al pecho, como si hubiese visto el ser más horrible del mundo.—Te he dicho que no te quedí así detrás mío, Amaya.

—Erí terrible miedoso, Maxi.

El Maxi es conocido por tenerle miedo a todo lo que tiene que ver con fantasmas, cosas paranormales y, en general, todo lo que se relacione con el terror. Aún así, por alguna extraña razón, fue el primer amigo que se hizo la mayor fan del terror —es decir, la Matilde— cuando llegamos a vivir a Santiago.

Hechizo CuliaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora