Hechizo Culiao

CAPITVLVM XIII

XIII + IG
~ 𐙚 ~
Amaya

Tomé un sorbo de juguito y me removí inquieta sobre la silla, mientras miraba alerta al Maxi, que estaba con la misma expresión que yo.

Me giré por encima de mi hombro para mirar al Amaro, que está en la cocina dándole comida al Miauricio. Nos había despertado al Maxi y a mí hace un rato para tomar desayuno, pero no se nos unió.

Eso solo significaba una cosa...

—Nos va a retar.—murmuró el Maxi, mientras se escondía la cara entre sus manos.—Lo conozco lo suficiente pa' saber que algo le pasa, Amaya.

—¿Tú creí que nos va a retar?

—Lo hará.

—Te tocará recibir el mío también, porque yo me voy.—susurré y me levanté dispuesta a correr a mi departamento. Pero, al girar la manija, me di cuenta que la puerta estaba cerrada con llave.

Malditasea...

—¿Dónde vai, Amaya?

Me giré sobre mis talones para mirar al Amaro, que estaba apoyado en el marco de la puerta de la cocina con los brazos cruzados sobre su pecho, mientras me observaba con cautela.

—¿A mi casa?—me reí nerviosa, para después tirarme un mechón de pelo detrás de la oreja.—¿Puedo?

—No.—negó ligeramente con la cabeza y estiró sus labios para apuntar la silla donde estaba sentada antes.—Anda a sentarte.

—¿Por qué?—murmuré cabizbaja.

—Tengo que hablar con ustedes dos.

Volví mi mirada hacia el Maxi, que fingió una mueca de terror e hizo como que lloraba. Por mi parte, caminé resignada hasta mi puesto, me senté y observé con atención al Amaro, que se instaló al lado mío... Sin decir absolutamente nada.

Por eso, con el Maxi sacamos nuestro as bajo la manga:

—¡Disculpa, Amaro!—exclamamos al unísono, tal y como lo habíamos planeado en secreto apenas vimos que la cosa se venía seria.—¡Nunca más, nunca más...!

—No ando de humor pa' sus juegos.—habló tajante y miró terrible serio al Maxi.—¿Me vai a decir por qué chucha se te ocurrió tomar tanto anoche, tonto hueón?

—Tenía pena, mi terroncito de azúcar.—el Maxi hizo un puchero y se encogió de hombros, cabizbajo.—Mira, ve el lado positivo: no fui a molestar a las vecinas. Al contrario, la vecina vino a molestarnos a nosotros...

—Te estai ganando unas buenas pataditas en el hoyo, Maximiliano.—lo amenacé, y él me miró divertido, pero su expresión cambió por completo cuando proseguí con mi amenaza:—O, que le hablé mal de ti a la Matilde.

—No seriai capaz...

—¿Tú creí?—sonreí intimidante y susurré:—Le mando un mensaje y quedai sepultado bajo tierra...

—¡No!—exclamó y unió sus manos en forma de súplica:—Era broma, Amayita.

—Más te vale...