CAPITVLVM IX

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IX
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Amaya

Me saqué de un tirón la venda de los ojos y me llevé la mano al cuello. Intenté calmar mi llanto, pero no lo logré; ni siquiera sabía si seguía dentro de los recuerdos de la Valeria, porque aún sentía murmullos a mi alrededor.

—¡Amaya!—escuché entre todo el ruido que aún resonaba en mi cabeza y me giré rápido. Cuando mi mirada se encontró con la del Amaro, todo el ruido que me estaba atormentando desapareció.—¿Qué pasó...?

Gateé sobre la mesa hasta llegar donde él y lo abracé, mientras lloraba en su pecho. El Amaro me correspondió el abrazo y llevó una de sus manos a mi cabeza, para acariciarla.

—No puedo decirle.—sollocé solo para él y lo miré con angustia.—No puedo, Amaro.

Él asintió y, con sus pulgares, me limpió las lágrimas que rodaron por mis mejillas. Nos quedamos así hasta que logré calmarme lo suficiente como para controlar mis lágrimas. Después de eso, me acompañó hasta la cocina, donde le comenté a grandes rasgos lo que había visto.

—Está bien, Amaya.—musitó él, mientras me envolvía con intensidad entre sus brazos.—¿Preferí decirle otro día?

—Está mucho mejor ahora, no tiene por qué saber lo que le pasó.—hablé con la voz rota.

El Amaro tomó mi cara entre sus manos, pero corrí rápido la mirada porque una parte de mí sabía lo que me iba a decir.

—Mírame, Amaya.—me pidió, pero yo negué con la cabeza y volví a sentir las lágrimas amenazando con salir de mis ojos.—Si tú me decí que no podí contarle, yo voy y le digo que la hueá de hechizo no funcionó.

—Le va a afectar mucho, Amaro.—lo miré e hice un puchero para aguantar las lágrimas.

—Fue su decisión.—me miró con seguridad y habló con firmeza.—¿Tú creí que no le afecta no acordarse de su vida antes del accidente? La Valeria podría recuperar la memoria mañana... Quizás sea mejor que esté preparada para que la realidad no le llegue de golpe.

—Me pasó algo más mientras estaba ahí...—murmuré y él me miró con atención.—Apareció alguien al final del recuerdo y parecía conocerme.

—¿Cómo?

—No sé,—me llevé la mano al cuello tras recordar el dolor que sentí cuando me estaba estrangulando.—no logré ver quién era.

El Amaro se dio cuenta de mi gesto y tomó mi mentón entre sus dedos para elevarlo y mirar mi cuello.

—¿Te ahorcaba?

—Sí.

—Ya estai bien, Amaya.—volvió a abrazarme, mientras apoyaba su mentón sobre mi cabeza.—Yo no voy a permitir que te hagan daño otra vez.

—¿Qué cuchichean tanto, viejas sapas?—el Maxi se asomó por la entrada de la cocina y susurró:—La Valeria pregunta si es mejor que vuelva otro día.

Miré al Amaro, que asintió con seguridad, dándome la poca que tenía yo. Fuimos hacia donde estaba la Valeria, acompañada de la Matilde, que casi recién llegó de pelarse.

—Amayita,—se acercó y tomó mis manos entre las suyas.—discúlpame, mi niña. Nunca pensé que esto iba a hacerte sentir tan mal.

Hechizo CuliaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora