06

10 2 8
                                    

                                             † No hay peor manera de castigarse así mismo que frustrarse por hacer las cosas mal.

                                                  -Un agujero profundo; 18 años.

A pasado un buen tiempo desde la última vez que lo vi. Y debo ser sincera, no la he pasado tan bien que digamos. Y no, no porque no lo haya visto, sino que he tenido unos dos que tres problemillas, lo mismo de siempre.

«Mi vida de mierda»

El instituto como principal, claro, le sumamos que soy tan cabeza hueca y que no sé pensar antes de actuar. Me he enfermado, he querido salir corriendo porque ya no soporto la presión del instituto, y no sólo de eso, también de mi familia, sé que debo dar todo de mí, aunque sea para que el esfuerzo que está haciendo mamá no sea en vano.
Aun así, también tengo vida propia, y como toda adolescente, me frustro, canso, agobio, y aún más si es por los estudios, me deprimo y este pequeño factor me pasa muy seguido, hay ocasiones en las que en serio siento que no puedo, y sé que esta mal, porque ya se que le sigue después.

«Pensamientos suicidas»

Aunque los trate de evitar, es imposible si ya estoy hundida en ellos, es como una droga. Pero muy a pesar de eso, bueno, de una u otra manera se que voy a salir, a veces me tardo más, otras menos, pero salgo. Siendo sincera, a veces deseo no salir sino que, hundirme más, hasta que me consuman y sólo talvez, me vaya de una manera definitiva. Es la única manera de dejar de sentir tanto y a la vez nada. Sólo así puede dejar de doler tanto.

Sufro con problemas de depresión, no es ningún misterio o secreto. Éste factor me afecta aún más cuando simplemente me dejo caer y dejo de sentirme alguien. Dejo de ser alguien y me convierto en nadie. La frustración del futuro, de no ser nadie, de no ser significante para nadie me agobia. Tener en vago sentimiento de no ser nada para nadie, es horrible. Siento que vivo más en mi pequeña burbuja de la que me trato de proteger de los demás, a sencillamente vivir la vida y dejar de tener miedo de todo.

Especialmente del mañana.

Cuando no puedo hacer algo bien o, cuando no entiendo nada, me hace sentir terrible, el ser humano menos interesante y más patético. Desearía tener la capacidad de entender todo, incluso la vida.

El estrés crónico hace que abuse de hábitos que no son favorables para mi salud, lo que me hace querer en ocasiones mandar a la mierda todo, incluso mis sueños. Y es aquí, cuando ésto sucede, cuando con más ganas quiero morir. Los ataques de pánico ya no se miden en qué lugar me darán, ojalá y pudiera tener un aparato, o algo que me notificara cada que voy a sufrir un ataque, así podría evitar salir para que nadie me viera atravesar uno.
Por lo que esta semana a sido de las peores. Y digo “peores” porque en realidad lo ha sido.

Este día en especial, no me siento bien. Me tocaba jornada completa en el instituto, pero por mi estado decidí que tal vez era lo mejor irme a casa, pero obviamente no tenía la suficiente confianza cómo para ir con mi profesor de módulo y explicarle porque no iba a poder asistir a su clase. Como excusa puse que se me habían olvidado mis lentes y, como la ciega que soy, no podía ver bien sin ellos y mucho menos forzar mi vista.

Y también una pequeña excusa de sentirme mal de salud. Cosa que me hacía sentir como... Una mentirosa.


—¡No hay problema, hija! Vaya con cuidado.—dijo mi profesor, le agradecí y me retiré.

Agradecí al cielo que me había dado el permiso, así que procedí ha guardar todo en mi mochila. Pero antes de irme a casa, iríamos con mi amiga, Jeimmy –la única amiga que tenía en el instituto– a comprar, después de todo era la hora del almuerzo.
Nos sentamos en unas bancas del parque que quedaba a unas dos/tres cuadras del instituto– el cual también era la parada del autobús–.
Conversábamos mientras nos terminábamos nuestro almuerzo y se llegaba la hora de la entrada para los estudiantes de la tarde, ella se regresaría y yo me iría a casa.

«A perturbar más nuestra vida»

—Sabes que no estoy bromeando cuando digo que no me siento bien, Jeimmy.

Dí una respiración pesada.

—Lo sé, también me ha pasado, ya sabes.—respondió ella.

—Siento que no puedo más. Cada vez es peor, cada vez siento que puedo menos. No sólo con ésta estúpida relación, sino también con mi maldita vida.—la frustración me consumía cada vez más.

—Tal vez deberías terminar, y ver qué pasa luego—sugirió—. Creo que es lo mejor en estos momentos para tí.

Ya lo había pensado. No puedo estar con alguien que se que me ama, pero no recibe amor, no así como da. Es injusto. Y aún más, cuando estoy pasando estos momentos en los cuales por instantes me siento bien y al segundo después ya no. La bipolaridad me matará algún día.
Clark es especial, a su manera. Sé que me quiere, pero ¿Lo quiero yo también? No lo sé, no estoy segura de mis sentimientos hacia él. A veces no le dirijo la palabra y otras actuó de manera cortante y seca, no merece eso, sé que en parte es mi culpa, pero por otra también de él, soy apenas su primera novia. Es frustrante adivinar qué pasa por su cabeza. O cuando me dedicó a demostrar una pizca de cariño hacia él, se pone nervioso y terminamos alejándonos para darle su espacio.

No estoy acostumbrada a eso y tampoco estoy en buenos términos para estar soportando una relación así. A veces se pasa de tóxico, y ¡Dios mío! es agotador. Aún así, se muy bien que, la del problema soy yo, no solo problemas familiares y psicológicos, sino también problemas personales tales como alguien de mi pasado en el que aún pienso...

No se merece eso, y yo no soy quién para evitar que sane y pueda ser feliz con alguien con quien el sentimiento sea mutuo.

—Sí, lo haré. Sólo necesito poder darme ha explicar bien y que no piensen que sólo jugar con los sentimientos de las personas me gusta, ya sabes, después que terminé con Ander, porque era otro intenso sin vida propia. – ella asintió esta vez.

Diría que terminamos de comer a gusto, pero la verdad es que la lluvia se empezaba ha aproximar. Empezamos a guardar todo, me puse de pie en cuanto metí todo lo que había sacado de mi mochila.

Y vaya sorpresa la que me lleve.

¿Por qué se aparecía así de la nada?

Si, lo volví a ver, de nuevo. Y esta vez no precisamente en el autobús.

Venia con otro chico, lo que deduje que a lo mejor era un amigo. Venían hablando, cuando yo voltee y justamente él también dirigió su vista hacia donde estábamos nosotras, provocando que de nuevo nuestras miradas chocaran o, se encontraran.

Supongo que mi sonrisa fue muy notoria. ¿Ni siquiera para disimular soy buena?

¡Dios míooo! 

Creo que él se dió cuenta, porque sus labios se curvaron en una sonrisa. Me sentía una idiota itnotizada por un dios griego que quizá ni existe.

«¿Otra vez tu estúpida imaginación?»

Pero el momento se pasó en cuanto cada quien siguió con su camino. Él por el suyo, y yo por el mío. Como todo debía ser.

—¿Lo viste?— le pregunté a Jeimmy.

—¿Qué fue eso?

Sonreí y empezamos a correr para no mojarnos, me despedí de Jeimmy, quedando con que al día siguiente le contaría todo.

Si la estaba pasando mal, era seguro que verlo ha él hizo que sonriera como tonta, incluso al recordarlo . ¿Qué diablos era él? ¿Por qué se aparecía así?

«¡Una creación más de la pequeña, Kelly!»

No le preste atención al montón de incógnitas que rondaban, y tampoco a esa voz en mi cabeza.

Y debo ser muy, pero muy sincera, con tantas cosas que me habían pasado, tantos momentos malos y de mal gusto, me atrevería a decir que hasta me había olvidado de él.

¿Cómo le hace para poner mi mundo patas arriba, sin siquiera hablarme, sólo con echarme en cara que existe y qué puede hacerme poner nerviosa cuando él quiera?

No lo sé, pero tal vez un día se lo pregunte.

O quizá solo me quedé con lo mágico que fue.

Porque muy en el fondo, sé que esto no es tan real ni tan humano como parece.

El chico del autobúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora