Paseo

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El viaje estaba tomando más tiempo de lo esperado. Lo que había empezado como un trayecto lleno de cantos, bromas e historias terminó en un completo silencio, donde cada uno se encontraba sumergido en sus pensamientos. El cálido viento daba en mi rostro, recogí mi cabello en una cola y me apoyé, observando la hermosa combinación del atardecer. Pequeños árboles rodeaban el camino, haciéndolo parecer una ilustración a la cual no dudé en tomarle una foto.

Mi ojiazul descansaba en mis piernas, totalmente agotada por correr detrás de un salchicha que había robado su gorra favorita. Sus mejillas estaban rosadas de tanto correr, su ceño fruncido y sus hermosos labios se movían constantemente en lo que parecían ser pequeños balbuceos. Sus brazos se aferraban como podían a mi cintura, debido al pequeño salchicha que dormía entre sus brazos.

—¿Seguro que no la vas a despertar? Te ves incómoda con todos encima. –Mariana grababa haciendo zoom, captando el momento en que la ojiazul abría su boca inconscientemente, soltando ronquidos.

Tapé su rostro, riéndome de manera disimulada ante el desastre en el que se podía convertir si estaba muy agotada.

—Si la despierto estará amargada y se moverá a la esquina para no hablarme. Si hace eso, los perritos se acomodarán encima mío y empezará a quejarse de que si los quiero más a ellos. –Movía mis manos inquietas por el aire.

Mauro negaba, decepcionado por lo que se había convertido la rubia. Mariana seguía grabando todo para, según ella, "recuerdos inolvidables," aunque estaba segura de que era para mostrarlo a la rubia y burlarse de ella.

—Se ha convertido en lo que juró nunca ser. –Exhaló agotado Mauro.

Llevaba desde que inició el trayecto de vuelta intentando convencerlo de que yo podía manejar para que descansara, pero ninguno de los dos me dejó. Empezaba a dolerme un poco las piernas, pero Victoria se veía tan tierna que no quería levantarla.

Me agaché para repartir pequeños besos por todo su rostro, aunque se quejara y quitara sus abultadas mejillas por el enojo de ser levantada.

—Ojitos, ya me incomoda la posición. Despierta.

Apoyó su dedo en mis labios, volviendo a esconder su rostro en mi abdomen, a lo que suspiré rendida. Moví ligeramente su rostro para morder suavemente su mejilla, escuchando sus quejas. Seguí mi recorrido desde pequeñas mordidas hasta ver sus zafiros con un deje de enojo.

—No te enojes, solo es para acomodarnos de otra forma en la que yo también pueda dormir. –Repartí pequeñas caricias por su mejilla, pero aun así no me devolvió la mirada.

Toda idea de dormir abrazada con mi ojiazul se fue al caño cuando se movió de mi agarre hasta la esquina. Miré brevemente a Mariana, quien simplemente se encogió en su asiento, comenzando a hablar con Mauro sobre el próximo proyecto de Miko, dejándome sin salvación.

Jugaba con las pequeñas orejitas del salchicha, aún con los ojos cerrados. Su cuerpo me daba la espalda, un claro signo de que estaba malhumorada.

—Preciosa, ven.

Mi mano estirada fue ignorada por completo. Arrastró con ella a los dos salchichas, dejándome sola. Bufé, acomodando su abrigo, y me apoyé en él, observando cómo se quejaba con el pequeño salchicha que movía su cola, contento de recibir caricias.

Toda emoción de poder dormir con ella se fue al caño al verla apoyarse sobre mí para quitarme su abrigo y volver a su posición, dándome la espalda.

—Es mío.

Movió mis piernas de su regazo para colocar a los cachorros en él. Gruñí bajo, recogiendo mis piernas para acomodar mi cabeza de manera incómoda sobre el asiento.

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