¿Bon appétit?

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Al abrir la puerta, fui recibida por los cachorros, todos con pequeños gorros de chef. Una ojiazul luchaba a muerte con una pequeña gata que no deseaba usar el gorro.

Las puertas del balcón estaban abiertas, permitiendo el paso de los rayos del sol que iluminaban la pequeña mesa redonda decorada con un hermoso jarrón desbordante de lavandas, platos, dos copas y una elegante botella de vino.

—¿Todo bien? Espero no haber olvidado alguna fecha especial. –Me acerqué, tomando a la pequeña gata en mis brazos y colocándole sin problema su gorro, recibiendo una mirada desinteresada de ella y una asombrada de la ojiazul, que extendía su dedo lastimado hacia mí.

—Llevo intentando ponerle ese gorro durante 30 minutos y he fallado en todos los intentos. –Seguía con su dedo en mi rostro, al cual le di un pequeño beso.

—¿Mejor?

Miró pensativamente su dedo por unos momentos, sus ojos se encontraron con los míos y señaló dolorida sus labios, acercándose con pasos cortos.

Alcé una ceja, divertida con la escena, y cerré el espacio dándole un corto beso. Una sonrisa apareció en sus labios; movía su cuerpo feliz, aún con los ojos cerrados, como si estuviera guardando la escena en su mente.

Besé su mejilla, obteniendo un pequeño chillido que intentó ocultar con una falsa tos y poniendo un rostro serio.

—Esto no pasó. –Arreglaba su camisa intentando mantener su imagen de chica mala, pero por la forma en que movía su pie y mordía su labio ocultando su sonrisa, se delataba.— Ven, necesito que me pongas una curita.

Me abracé a su espalda, pero me sorprendió sosteniendo mi cuerpo mientras caminaba entre los cuatro pequeños que exigían mi atención.

—Ustedes la tienen todos los días, hoy es mía. –Un fuerte rojo inundó sus mejillas al darse cuenta.

—Ojitos, cada vez estás más roja. ¿Por qué estás tan nerviosa si siempre eres cursi?

Me dejó en la cama y salió corriendo al baño, volviendo con el pequeño botiquín lleno de curitas de Spiderman, Monster Inc. y otros.

—¿No te cansa que sea así?

Coloqué la pequeña curita, besando suavemente su mano mientras pensaba en su pregunta.

—Nunca te ha importado eso y tampoco te he dicho que me molesta tu forma de ser. Amo que seas así de cariñosa y que te la pases pegada a mí como una pulga.

Solté un grito al ser empujada, terminando en una batalla de cosquillas en la cual no desaproveché para tocar descaradamente su cuerpo.

—Este no era el propósito del juego, eh.

Sus ojos se movían nerviosos por mi rostro, sus manos tomaban las mías intentando soltarse, cada pequeño toque agregaba un poco de color a su rostro.

—Pero funcionó.

Me levanté, reforzando el agarre en su cintura, dejando nuestros rostros juntos. Simplemente me era imposible no sentirme ahogada en sus hermosos zafiros que brillaban solo por mí. Su cuerpo se movió ligeramente para tomar mi celular, dejando su cuello a mi alcance e inundándome con su perfume. Me debatí entre morder o besar, pero recordé la última vez que hice eso y terminé durmiendo en la sala.

—No hagas eso.

Volvió a mi regazo rápidamente, sosteniendo mi mentón con un enorme puchero y señalando su cuello.

—La última vez casi me quedo sin cuello y tú solo te reías.

—Fue suavecito.

—Quedé con la marca por una semana, Selene.

Me encogí de hombros, tomando fotos de su enorme sonrisa orgullosa junto con su dedo destacando la curita.

—Listo, ahora vamos a tener una cita super romántica. Buongiorno, a la cocina, Arellano.

Dio un pequeño giro acompañado de una reverencia, mostrando el delantal que tenía el logo 1K.

—¿Ok? Sinceramente, tienes el rostro de que te dejo sola en la cocina y pierdo el departamento.

—Confía en mí, Luna. –Ahí estaba su sonrisa deslumbrante, la misma que me provocó muchos gay panics antes de conocerla. —Después de ti, mi hermosa dama.

Pasé por la pequeña cortina y me encontré con un pequeño desastre: muchos sartenes y ollas de todos los tamaños, casi toda la alacena y utensilios habían sido sacados.

—¿Seguro que sabes cómo cocinar?

Rascaba su nuca nerviosa sin soltar mi mano—Es que solo sé qué receta haremos, pero no cómo se realiza.

Subí el volumen de la música y empecé a explicarle paso a paso, pero solo podía morderme los labios para no reírme al ver lo mucho que le costaba.

—¿Y si hacemos una pizza?

Escondió sus manos detrás de la espalda, bajando la vista avergonzada.

—Vamos, ojitos, no te desanimes. Me está encantando nuestra cita, pero el propósito es que ambas disfrutemos. –La atraje, besando tiernamente su mentón, subiendo con pequeños besos hasta borrar su puchero y convertirlo en pequeñas sonrisas.

Rodó sus hermosos zafiros dejándose llevar y empezamos a hacer la pizza, tomando pequeñas pausas en las que conversábamos sobre nuestro día, una batalla de quién atrapaba más pepperoni y una pequeña discusión sobre cuál pizza se veía mejor.

—Sigo diciendo que mi pizza se ve mejor, la tuya es muy cursi con esa forma de corazón. –Miraba desinteresada el horno.

—La tuya es cuadrada, ojitos. Eso es un pecado. –Le tiré harina y salí corriendo, escuchando sus quejas mientras intentaba seguirme el paso. Brinqué el sofá, tomando a Cleo y colocándola como escudo, lo cual la detuvo en seco, pisando enojada el suelo.

—Eso es trampa. Me va a lastimar si me acerco.

Tomó un cojín, acercándose despacio, siendo observada en todo momento por una pequeña gata amargada por ser despertada. Un pequeño maullido la alertó, quedándose a dos pasos de mí.

—Me rindo.

Se tiró en el sofá, siendo atacada por los pequeños que querían recibir su atención. Su rostro era golpeado por la cola de dos salchichas, mientras Honey solo mordía su abrigo intentando quitarlo de su regazo. Me senté a su lado, apoyándome en su regazo, recibiendo pequeños besos de cada uno.

—¿Por qué ellos sí te pueden besar a cada rato y yo no?

—¿Cuándo he dicho que no me puedes besar?

Selló sus labios al darse cuenta de que había perdido la batalla. Cerró sus ojos, siendo su rostro iluminado por los rayos del sol, destacando cada pequeño detalle. Gruñí bajo al darme cuenta lo enamorada que me tiene esa torpe ojiazul.

—No te duermas o se quemará la pizza.

Piqué su abdomen, soltando un pequeño silbido al sentir sus abdominales. Sus ojos se abrieron, notando mis intenciones, y puso su mano en mi boca.

—No quiero más mordidas, Luna. Mañana tengo una sesión y se va a notar esa marca, pero acepto besitos sin ningún problema.

Estiró sus labios y cerró los ojos, juntando sus manos, esperando feliz. Al notar que no me movería, se acercó despacio, besándome suavemente mientras tapaba parte de su rostro con la almohada al escuchar la queja de Cleo.

—No me mires así, tú querías besos.

—No me defendiste cuando se me tiró encima con sus garras aferradas a mi camiseta.

Le metí una rebanada de pizza en la boca, quedando todo en paz sin sus quejas por un pequeño susto.

—Bon appetit, ojitos.

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