Capitulo 15

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—Así que Eva es tu amante. Tienes una amante — dijo Letizia, desconcertada, sintiendo cuánto más dolor le causaría Felipe

—Sí, Letizia. ¿Acaso estás celosa?  — preguntó sorprendido.

—¿Celosa yo? ¿Por qué tendría que estarlo? Simplemente me hubiera gustado saberlo. Además, quisiera saber por qué no te casaste con ella y nos evitábamos este maldito matrimonio — dijo, intentando no romper en llanto.

—Porque la indicada eres tú, y no me equivoqué. Mi abuelo te adora.

—Y yo adoro a tu abuelo, pero podrías habérmelo dicho.

—Tienes razón y lo lamento. Lo olvidé, estaba desesperado por casarme contigo, traerte para que el abuelo te conociera y creyera que este matrimonio es real.

Letizia comenzó a reírse cínicamente para no llorar —matrimonio real, me haces reír. Quiero que sepas una cosa: odio este matrimonio real. Odio fingir que te amo delante de todos. Y no veo la hora de que todo esto termine de una vez.

—Sabes que debemos tener un hijo —le recordó Felipe

—No puedo, estoy con mi regla. Tenemos que esperar, pero desde ahora te lo dejaré muy claro. No te la voy a hacer fácil, Felipe, porque ese niño también será mío.

—No te negaré a tu hijo, no soy tan ruin.

—¿Sabes qué? Yo sí pienso que eres un ruin y que eres capaz de cualquier cosa por dinero, pero no le vas a hacer daño a nuestro hijo.

—¿Me crees capaz de hacerle daño a mi propio hijo?

—Eso y mucho más. Por dinero harías cualquier cosa.

—No me conoces en absoluto, Letizia Ortiz — contestó Felipe angustiado. No podía creer que ella pensara eso de él.

—Y no quiero conocerte — de repente, el teléfono de él comenzó a sonar otra vez, interrumpiéndolos, y nuevamente era esa mujer.

—¿Por qué no le respondes? No me molesta en absoluto.

—Como quieras — como estaba manejando, tuvo que usar el altavoz conectado al auto, y a Letizia se le rompió el corazón por dentro, con unas terribles ganas de llorar —Hola, Eva

—Hola, mi amor, ¿cómo estás? — esas palabras hicieron que las lágrimas rodaran por sus mejillas, y miró por la ventana para no ser delatada.

—Más tarde iré a tu casa, Eva. Necesito hablar contigo.

—Te espero, mi amor. Me tienes olvidada. No quiero creer que ya tienes otra.

—Después hablamos, debo cortar porque estoy manejando.

—Está bien. Te espero con la ropita que a ti te gusta y pondré el jacuzzi para que disfrutemos los dos juntos — exclamó la mujer, cortando la llamada.

—Leti...

—No digas nada, por favor.

—Estás llorando — Felipe no quería lastimarla, pero parecía que era lo único que lograba.

—No lloro por ti, no te preocupes.

—No me mientas...

—Es la verdad, no lloro por ti. Lloro por lo que fuiste para mí y que ahora no eres nada. Intentaste enamorarme, me engañaste para que me casara contigo, y tenías una amante. ¿Cuántas cosas más me escondes, eh? Porque si vamos a estar juntos un año entero quiero saberlo.

—Te lo dije, Leti, y te lo repito: te amo, pero el dinero es más importante para mí que tu amor.

—No creo en tu amor, pero si es verdad, es más humillante todavía saber que prefieres más el dinero que a mí.

—Lo siento... lamento no ser el hombre que te mereces.

—Ya no hables, Felipe, no quiero escucharte — y él le hizo caso.

En unos minutos llegaron a la casa. Letizia se tomó una ducha, se puso su ropa de cama y se recostó. Todo esto la tenía mal del estómago. Mañana iba a sacar turno con una ginecóloga para que le recetara algún medicamento para las náuseas y le resolviera algunas dudas, como por ejemplo cómo podía ser que tuviera tantos síntomas y se sintiera tan mal con pocas semanas de embarazo.

Felipe también se dio un baño, pero no se puso su pantalón de dormir, lo que significaba que no dormiría en la casa; seguro se iría con su amante, pensó Letizia. Cuando él vio que el rostro de su esposa estaba muy pálido, se preocupó.

—Llamaré a un médico, no puedes estar así.

—Mañana iré, ahora ve, Eva te espera.

—Ella puede esperar, tú no estás bien.

—No estoy bien desde que me casé contigo, y hasta que no nos divorciemos no me recuperaré, así que si tienes cosas que hacer, vete. Acostúmbrate a verme así.

—¿Tanto me odias? — preguntó su esposo, muy angustiado.

—Con toda mi alma — Felipe se sintió muy mal y, para no demostrárselo, salió de la habitación. Se subió a su auto y se dirigió a la casa de Juliet.

Allí lo esperaba ella, su amante de hace siete años, una mujer que siempre lo había apoyado en todo, pero que siempre lo había querido por su dinero.

Hace años Felipe le alquilaba un departamento y mantenía todos sus gustos, algo que tenía que terminar. Ahora estaba casado y tenía que respetar a Letizia. Sin embargo, necesitaba pasar una última noche con Eva y sacar todo el dolor que sentía por el odio de su esposa. Nunca pensó que ella lo odiaría tanto, pero se lo merecía; desde el principio había sido muy ruin con ella.

Cuando golpeó la puerta del departamento, la hermosa Eva le abrió, vestida con un baby doll hermosísimo, una rubia de piernas largas, dueña de unas increíbles curvas y unos ojos marrones que hechizarían a cualquier hombre, y Felipe no era la excepción.

—Hola, mi amor, por fin llegaste. Te estaba esperando ella lo abrazó y lo besó apasionadamente; él respondió con mucha pasión —Ya preparé el jacuzzi. Te daré unos masajes; estás muy estresado.

—Eva, necesito hablar contigo.

—Luego, mi amor, ahora disfrutemos de estar juntos — contestó la joven, sacándole el saco y desabrochándole la camisa. Felipe no pudo rechazarla y le siguió el juego. Juntos, abrazados, se dirigieron al jacuzzi, y sin pensarlo le hizo el amor. Sin embargo, minutos después se sintió el hombre más desgraciado del planeta, y no podía dejar de pensar en Letizia, enferma en su cama, lo cual lo hacía sentir culpable.

—Eva, tenemos que hablar. Esto entre nosotros no puede continuar.

—Felipe... ¿por qué? ¿Acaso tienes otra mujer? — preguntó desconcertada.

—Sí, Eva, me casé hace un mes —confesó.

—Y olvidaste decírmelo... — Felipe se sentía culpable por ella también; no debería haber jugado así con ninguna de las dos.

—Lo lamento, todo sucedió muy rápido. No era mi intención lastimarte. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites y te ayudaré a que consigas un trabajo.

—No necesito tu limosna, me usaste siempre como quisiste.

—¿Acaso tú no? No quiero ofenderte, Eva, pero hace siete años que mantengo todos tus gastos y pago por este departamento.

—¿Sabes qué? Vete de aquí. Esto no va a quedar así...

Un Matrimonio Por Conveniencia (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora