Empezaba a comprender por qué decían que el uso del celular podía convertirse en un vicio. Giulio aún no entendía el suyo por completo y había ocasiones en las que creía que jamás lograría hacer nada sin que otra persona le repitiera para qué servían los pequeños dibujos que salpicaban toda la pantalla del dispositivo, pero el internet le había dado un giro total a su vida y sentía cómo lentamente comenzaba a formar una necesidad en su interior.
Introducía las palabras de a poco, equivocándose por los pequeños espacios de las letras y confundiéndose con toda la simbología del diminuto teclado muy similar al que aparecía en las computadoras que había en el refugio.
Aunque su curiosidad por navegar en las aguas del famoso internet había despertado desde aquella vez que Marice le había mostrado qué tan sencillo era averiguar sobre la vida de alguien únicamente escribiendo su nombre, el valor para tomar su propio curso de investigación no había surgido hasta esa mañana, un día después de su incómoda travesía hacia el taller del Maestro Loresse.
Fue una búsqueda rápida, aunque un tanto torpe, la que le había revelado que el buen hombre había muerto de viejo, retirado en una tenuta en los campos que rodeaban a Artadis, casado y ya con nietos, y muy satisfecho con todo el trabajo que había hecho a lo largo de su vida y que había dado fruto en la forma de su legado de artistas y sus obras presentadas al mundo, Giulio entre ellos.
Quería buscar más información sobre sí mismo también, el problema era que el valor llegaba en dosis pequeñas y hasta el momento sólo le había alcanzado para rondar los contornos de su historia, contada por voces que no eran la suya.
Había averiguado dónde estaban en exhibición muchas de sus obras, quién había comprado cuál a grandes rasgos y los títulos de varios libros que hablaban sobre él. Unos eran de lo que actualmente se denominaba ficción. Otros explicaban cómo había sido su niñez sin darle ninguna pista a Giulio cómo era que podían saber algo como eso. Una persona había llegado tan lejos como para escribir sobre el supuesto romance entre Giulio y Jean, lo que lo había puesto rojo de rabia.
Por fortuna, nadie mencionaba a Laurelle ni a Lucilla.
Había descubierto con asombro la infinidad de reproducciones de sus diferentes cuadros y dibujos, especialmente de aquel retrato suyo que nada tenía que ver con su verdadera apariencia, e incluso había leído muchos relatos y mitos con respecto a su supuesto «fantasma» merodeando por la casa del lago, donde había perecido y la gente que había visitado el lugar durante la noche, antes de que las obras de restauración comenzaran, aseguraba haberlo visto.
Si eso era cierto Giulio no tenía recuerdo alguno de haber sido alguna vez un fantasma ni de haber regresado a la Tierra a penar.
Era alguien famoso y muy querido. El problema era que estaba muerto. Al menos públicamente.
Suspiró con pesadez cuando terminó de tallar y enjuagar la última ronda de trastes. Había discutido esa mañana con Sofía, harto de sus gritos, y como castigo la horrenda mujer lo había delegado a lavar los platos hasta nuevo aviso.
Lo que diría la gente si supiera que el Gran Giulio Brelisa estaba de regreso entre ellos, lavando trastes sucios para pagar el alquiler y poder comer.
Al menos podía pintar de nuevo. La mujer del Taller de Loresse conocía demasiado bien un alma artística y había estado en lo correcto con respecto a Giulio. Regresaría esa misma noche a continuar su pintura, así fueran únicamente dos horas las que tuviera disponibles.
Colocó el último plato sobre el escurridor y se secó las manos en un trapo que colgaba del borde de una mesa cercana. Después de mirar brevemente a su alrededor para constatar que Sofía no estaba por ningún lado, sacó su celular para resumir su lectura sobre los hechos más relevantes de la humanidad de los últimos siglos. Era penoso esconderse para hacerlo, pero la mujer tomaba cualquier pequeña distracción de sus trabajadores durante el horario laboral como un escupitajo en la cara. En su prisa por abrir el navegador de internet, Giulio abrió el pequeño dibujo de Pictugram por accidente.
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El Lienzo Incompleto (Completa)
Ficção GeralGiulio Brelisa es un prodigioso pintor de la época del Renacimiento que ve su existencia trágicamente truncada en el año de 1520, a la edad de 25 años, a manos de su propio padre, sólo para despertar en el tempestivo siglo XXI, exactamente en el 202...