La mudanza fue menos complicada de lo que Giulio había esperado, y también más rápida. Quizás fue el hecho de que sus pertenencias se limitaban a la poca ropa que Fátima le había obsequiado, a su mochila y lo que contenía dentro de ella. Aún conservaba el dinero que la venta del baúl le había dado. Le hubiera gustado confiar en los bancos de la época para comenzar a guardar su dinero en ellos como lo había hecho en el pasado, pero ni siquiera tenía documentos que lo identificaran, lo que había descubierto recientemente que podría llegar a convertirse en la mayor traba de su nueva existencia.
Lo único que tenía para demostrar su identidad era su palabra, por lo que mermaba por completo sus opciones de hacerse de créditos y préstamos. Tampoco podía identificarse como un ciudadano de Artadis o de La Arboleda. Taliseno, mejor dicho, considerando que las ciudades y repúblicas independientes del pasado se habían unificado para formar un país.
Pues él no pertenecía legalmente a ningún lado y su acento al hablar hacía que la gente lo confundiera con un foráneo. Tampoco ayudaba que su conocimiento de otros idiomas fuera prácticamente obsoleto en esa nueva era. Amargamente había descubierto que el francés e italiano que siempre había dominado con maestría ya no se usaba, no con la misma estructuración de antes. Como el taliseno, habían cambiado mucho, aunque los principios básicos fueran los mismos.
En resumen, no habrían bancos para él y quizás tampoco trabajos más sobresalientes que aquel que Fátima le había ayudado a conseguir en colaboración con los miembros del refugio, y sólo porque la dueña del lugar no le había dado mucha importancia a la ausencia de documentos.
Marice y Tomello también habían sido apoyados para conseguir un empleo en Artadis. Los tres vivirían juntos a partir de ese momento. El lugar que habían conseguido era un departamento. La ubicación no era la más favorable, pero la renta mensual era accesible si combinaban los esfuerzos de los tres para pagarla, y la distancia con el centro de Artadis, cerca de los callejones de talleres y galerías, que era donde Giulio trabajaría a partir de ese momento, podía ser fácilmente superada a pie.
Repartidor de alimentos, eso sería ahora. Era oficial decir que había caído del pedestal. Había esculturas representando muchas de las obras de sus cuadros repartidas por toda la ciudad; clases y exposiciones en su nombre, visitas guiadas cuyo único objetivo era conocer cada rasgo de la existencia de Giulio Brelisa a la par de otros grandes artistas talisenos y extranjeros, y el verdadero estaba entre ellos, sin dinero, sin casa, con un destino incierto y trabajando como sirviente.
De haberse encontrado solo recorriendo el horrendo departamento que a partir de ese momento sería su hogar se habría echado a reír.
—No está tan mal —dijo Marice, apareciendo bajo el marco de la puerta de la minúscula habitación que habían designado para Giulio. La más grande estaba peor, y sería compartida por sus dos amigos con una litera para ahorrar espacio—. Con un poco de pintura en las paredes podremos fingir que es nueva.
—Qué optimista —murmuró Giulio.
Miró por la ventana. El callejón hacia el que asomaba su habitación cinco pisos abajo era angosto y curvo, y estaba plagado de pequeños vehículos de dos ruedas. Muchas de las ventanas de los pequeños edificios que abarcaban el largo del bloque tenían diminutos balcones que no servían para más que poner macetas sobre sus banquillos. En algunos habían sembrado enredaderas que colgaban plagadas de flores. Todo era de un color opalina, rojo y marrón, como si el sol estuviera siempre a punto de despuntar o de descender en un atardecer inacabable. El frío también era más sutil en esa zona, lo que Giulio consideró una ventaja.
También notó muchos adornos nuevos y desconocidos en las calles que en las noches se volvían coloridos remolinos y tormentas de luces blancas o de colores. Fátima había dicho que se acercaban las fiestas decembrinas, lo que Giulio desconocía por completo y llegaría a aborrecer cuando las calles se saturaran de visitantes y el comedero (cafetería, lo corregirían más tarde) donde trabajaría se atiborrara de comensales demandantes y ruidosos.
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El Lienzo Incompleto (Completa)
General FictionGiulio Brelisa es un prodigioso pintor de la época del Renacimiento que ve su existencia trágicamente truncada en el año de 1520, a la edad de 25 años, a manos de su propio padre, sólo para despertar en el tempestivo siglo XXI, exactamente en el 202...