11 Lienzos

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Mirar su nombre tallado en la placa de bronce que había sido incrustada en la piedra sobre el marco de la entrada fue el golpe de realidad que hasta ese momento había intentado evitar. Esa era su cripta, el lugar donde se suponía que debía estar sepultado y del que jamás debió haber salido. Los muertos no andaban, no sentían más, no hablaban ni escuchaban.

Pero él lo hacía.

De pie frente a su cripta, era capaz de sentir el frío que emanaba del interior de la puerta cerrada con la misma nitidez con la que era capaz de percibir el aire gélido que escapaba de la nevera de la cocina del refugio cuando la abría, maravillado por lo ingenioso de su hechura. Podía escuchar el susurro del viento, el triste y lejano piar de algunas aves y el graznido burlesco de los cuervos, y podía hablar, aunque sus palabras no dijeran mucho que pudiera ser escuchado esos días.

Era como estar y no estar, ser y no ser, y no saber qué era lo que verdaderamente deseaba de esa realidad que poco a poco asimilaba como su presente y tal vez su futuro.

El candado estaba abierto cuando Giulio alcanzó la puerta en la cima de la escalinata. Era un portón viejo, de madera gruesa y desgastada que había sido recientemente reforzado en algunas zonas. Las anchas bisagras se deslizaron suavemente cuando él empujó con una mano, sin rechinidos ni obstrucciones, quizás por un engrasado también reciente. Giulio volteó por sobre su hombro. La esbelta figura que lo había conducido hasta ahí había reaparecido y lo observaba en silencio, de pie en medio de un par de querubines de piedra que jugaban con un pequeño gato.

El pasillo que le dio la bienvenida al interior de la cripta se distinguía por una única lámpara de cristal que pendía del techo. Alguien había encendido el interruptor y la luz amarilla detallaba las grietas y sanaciones en las paredes, y las figuras sacras que habían sido talladas a lo largo de una franja superior, enmarcada por largas oraciones en latín. Se trataba de un paraje bíblico con respecto a la resurrección divina de los muertos.

Se estremeció y contempló por un momento la semioscuridad al fondo de la escalera en caracol que finalizaba el corredor y conducía al subterráneo. Cuando decidió bajar, lo hizo muy lento, con las piernas y los hombros tensos. El aire olía a encierro y la temperatura se enfrió aún más conforme sus pies descendieron los peldaños. Cuando llegó al fondo, esperando encontrar nada más que un cuarto de piedra mohosa, no pudo evitar maravillarse con el complejo y cuidadosamente elaborado diseño de la antesala que se abrió para él, conformada por altas columnas de piedra en forma de arco que mantenían el techo en su lugar, y las claraboyas que permitían el paso de la luz natural del cielo, que a esa profundidad se sentía tan lejano.

El suelo, dividido en ladrillo, piedra y mármol, tenía un camino central en donde también habían sido trazadas inscripciones en taliseno y latín que él pisó con cuidado. Uno de los laterales de la antesala tenía un mural de mármol donde había sido tallada una poderosa escena de lo que para el escultor era la representación del cielo: ángeles, aves, niños y un sol radiante bajo el que todos retozaban, recostados sobre esponjosas nubes que aun a través de la piedra parecían de algodón.

El otro lateral había sido escarbado en la piedra para levantar un altar sobre el que reposaba un cristo crucificado. Debajo de él, un ejército de veladoras cuyas flamas repiqueteaban, emanando un pesado aroma a cera que, entremezclada con la mirra que flotaba fuera de unas canastillas de metal que pendían del techo, era capaz de revolver el estómago. También había flores. Ramos frondosos, de resplandecientes lirios, crisantemos y rosas, todos de color blanco, abarcaban el ancho de la pared y una gran sección del suelo, donde había sido instalada una placa que explicaba brevemente los logros de Giulio. Flanqueándolo todo había seis enormes cirios también encendidos que a su parecer sobrecargaban el ambiente ya de por sí pesado.

El Lienzo Incompleto (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora