26 Lienzos

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Usar la tableta táctil no fue tan difícil como había pensado al inicio. Con un poco de ayuda de sus amigos, y de internet, encenderla, acceder y usar los programas fue haciéndose cada vez más natural con el paso de las horas. Era similar a usar el celular, salvo que en la tableta no corría riesgo de llamar a emergencias o de enviar mensajes por accidente, en los que normalmente incluía una algarabía de letras presionadas que no tenían sentido.

Le habían ayudado a instalar un programa en el que se podía dibujar y pintar, y en eso había empleado toda su atención durante los primeros días en cada uno de sus momentos libres, alejándose un poco del que ahora llamaban «dibujo tradicional». Controlar las herramientas y entender las opciones que el programa le brindaba había limitado un poco sus habilidades. Había una inmensa cantidad de cosas por elegir que cuando se encontraba solo y no podía hostigar a nadie para resolver sus dudas se apegaba al plan de solamente dibujar y disfrutar el proceso.

No había vuelto a saber de Emma en los consecutivos días a su visita al laboratorio, tampoco de Leo, el hombre que comúnmente la acompañaba para todos lados. Había continuado yendo al taller por las mañanas para ayudar a Crisonta a preparar las cosas para las clases con sus alumnos. En esos lapsos aprovechaba para discutir algunas ideas con ella sobre posibles obras que deseaba pintar o proyectos en los que podía implicarse dado que, le había dicho ella, había un par de personas interesadas en saber más de su estilo al haber quedado encantados con su pintura. No sabía en qué momento se había hecho tan cercano a ella y había comenzado a apreciarla tanto como lo había hecho con Loresse.

Tampoco sabía qué había sucedido con esa pintura. Crisonta le había informado que la había enviado a un centro de evaluación de arte ubicado en un ala de la Galería Bonse y no había vuelto a tocar el tema después de eso. Giulio no estaba alarmado. No consideraba esa pintura como una de sus mejores obras puesto que aún se encontraba adaptándose al sinfín de herramientas y demás opciones que brindaba ese nuevo mundo para él. Crisonta, sin embargo, había quedado maravillada y le había pedido permiso para fotografiarlo y exhibirlo como un ejemplo de las creaciones que el Taller de Loresse producía.

Como asistente del taller básicamente debía continuar haciendo lo mismo que había hecho desde que se había ganado la confianza de Crisonta: llegar temprano, alistar los materiales de los alumnos, acompañarla de ida y vuelta al museo y a distintos lugares de Artadis para llevar y traer lienzos y objetos antiguos en los que ella trabajaba, ayudar a los estudiantes cuando tenían dudas de técnica que él podía resolver (pese a la molestia de algunos) y pintar por las tardes, cuando la gente terminaba sus clases y Crisonta se retiraba a su pequeña oficina a atender sus asuntos burocráticos. A veces cerraba el taller para retirarse a la parte trasera a trabajar en la restauración de pinturas antiguas y permitía que Giulio se quedara solo trabajando en sus propias ideas.

Esa mañana en particular, al menos una semana y media después de su ida al laboratorio y con una lista de deberes por cumplir antes de que el primero de los alumnos llegara, Giulio la miró regresar de la cafetería ubicada a pocos locales del taller con dos vasos en la mano y la expresión un tanto contrariada.

—Se cancelarán las clases de hoy.

—Oh, ¿sucedió algo? —preguntó Giulio después de recibir el vaso desechable de té y agradecerle.

—Debo ir a Canos en calidad de urgente y necesito que me acompañes. El taller permanecerá cerrado hasta que regresemos hoy por la tarde.

No fue tanto lo que dijo, sino como lo dijo, lo que hizo a Giulio desconfiar. La petición había sonado más bien como una demanda, pero no una que ella hiciera directamente, sino que alguien más le hacía a ella con respecto a Giulio.

El Lienzo Incompleto (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora