Fue raro para Giulio volver a subir a la colina sin ningún deber que demandara su atención.
Habían pasado al menos dos semanas de la celebración por su muerte y la gente había regresado lentamente a enfrascarse en sus vidas. Los turistas, sin embargo, continuaban llegando. Giulio podía verlos aglomerarse en el hostal de la esquina de la calle desde el balcón de la ventana de su habitación. Se movían en multitudes diminutas, a veces a pie, en otras sobre los vehículos largos de de color azul rey que los paseaban por toda la ciudad en una visita guiada. Autobuses. Veían por decenas desde Artadis y recorrían Canos en poco menos de una hora.
La finalidad de la ciudad era lucrar con el nombre de Giulio. Le parecía irónico considerando que habían sido los antepasados de las personas que vivían actualmente en Canos quienes habían propiciado los eventos que habían conducido a su muerte.
Canos había dado dos artistas más además que él, pero de ellos se hablaba mucho menos ya que los motivos de sus muertes no habían sido tan misteriosos como el de Giulio y sus carreras habían tenido un cierre digno al final.
Subir a la colina había perdido su efecto tranquilizador en él. El camino se había convertido en una marejada de emociones difíciles de controlar. Se había encontrado con un sinfín de atracciones turísticas alusivas a su persona conforme las calles se inclinaban en ascenso que no en pocas ocasiones se había detenido a cuestionar sus propios recuerdos mientras leía lo que citaban las placas con.
Aquí bebía y comía Giulio Brelisa, decía un letrero frente a la fachada de casco antiguo de un local.
En esta fuente, conservada desde hace más de seiscientos años, Giulio Brelisa pasaba largas horas dibujando
Sí. Lo hacía cuando estaba aburrido y la inspiración no fluía como él deseaba. Paseaba por el pueblo, se detenía en esa fuente y dibujaba. A veces plasmaba lo que veía a su alrededor. A veces añadía personajes bizarros de su invención que despertaban el temor de quienes los veían, por lo que procuraba mantener sus dibujos lejos de la vista común.
Taberna «El Decoro de la Doncella», donde el Gran Brelisa solía beber y propició una pelea campal.
Pastelería y repostería «Dulce Lisa», donde encontrarás los mejores mazitones del mundo, dulce de frutas favorito del Maestro Giulio Brelisa.
Sastrería de gala «El Gran Eosebi», atendiendo desde hace quinientos cincuenta años. Brelisa vestía y calzaba aquí.
Y había esculturas. Muchas de ellas por todos lados, sobre todo en las plazas y las jardineras de institutos y casonas. La mayoría hacían referencia a los personajes que Giulio había inventado para sus pinturas y dibujos, aunque también había algunas de su persona, hechas con la imaginación como principal referencia porque él distaba mucho de ser pequeño y menudo, o de tener las mejillas rollizas, como señalaba la mayoría.
En una investigación rápida con ayuda de Marice había descubierto que las copias de sus pinturas también abundaban, especialmente la del lobo devorando al ángel y la del carruaje de las ánimas.
En el poco tiempo que había ayudado en la organización de la celebración de la colina, había aprendido el itinerario de los autobuses de turistas. El recorrido terminaba en la Colina del Sol luego de pasar por los restos de la casa, que aún estaba por ser restaurada, y descargaban puñados de personas de todas las etnias posibles que guiaban más tarde hacia la iglesia y después hacia la cripta. En ocasiones se quedaban a escuchar la misa de turno, rodeados de los feligreses locales.
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El Lienzo Incompleto (Completa)
General FictionGiulio Brelisa es un prodigioso pintor de la época del Renacimiento que ve su existencia trágicamente truncada en el año de 1520, a la edad de 25 años, a manos de su propio padre, sólo para despertar en el tempestivo siglo XXI, exactamente en el 202...