21 Lienzos

45 14 0
                                    


Reunirse con los estudiantes de Crisonta a las afueras del museo de Bonse no fue tan extraño como Giulio había temido. Muchos compartían su edad o rondaban por los años cercanos, otros eran mayores, siendo ellos los más tranquilos y observadores. Ninguno cuestionó la presencia de Giulio. Apenas escucharon que los acompañaría al recorrido de esa mañana se limitaron a saludarlo y se olvidaron de él para enfrascarse en sus celulares mientras esperaban a que Crisonta regresara del interior de las instalaciones de la Galería para permitirles el acceso.

La plaza Margarita, siempre atiborrada de las llamadas motonetas, fluía con un tránsito de personas y vehículos monótono. Hacía un sol radiante que pronosticaba un día cálido y alguien había comentado que no habría mucho turismo dentro del museo, lo que Giulio dudaba. Las filas fuera de la taquilla eran largas y bulliciosas, llenas de rostros impacientes que empeoraron sus muecas cuando Crisonta salió y le indicó a su grupo de estudiantes que podía entrar.

Lo primero en recibirlos fue una enorme y hermosa mujer tallada en mármol que estaba cómodamente sentada en medio de un nicho de flores y enredaderas, las ondas del cabello le caían sobre los hombros y los pechos desnudos mientras su rostro, en una perpetua expresión de jubilo, veía hacia arriba, hacia el fauno que estaba inclinando oliendo las ondas de su pelo.

El grupo se dividió para rodear la escultura y pasar por las dos puertas que estaban a sus costados.

El olor a madera vieja, esencias, cera y piedra asaltó a Giulio como uno de los mejores estimulantes para mantener su memoria activa. La ornamentada estancia se dividía al fondo en tres caminos distintos, todos en forma de pasillos enormes, con techos en arco y claraboyas que fungían como principal fuente de iluminación. La mayoría de los estudiantes de Crisonta lo veían todo sin mucho interés, algunos incluso presumían la arrogancia del artista que creía saberlo todo y al que nada de lo que hicieran otros podía impresionarlo. Giulio alguna vez había sido igual, hasta que Loresse lo había hecho aterrizar los pies a la tierra dándole una dura lección de humildad.

Sonrió al recordarlo, también al mirar un maravilloso cuadro de un artista para él desconocido pese a que la fecha de la obra indicaba que había sido su contemporáneo. Si tenía el honor de estar en la Galería Bonsedebía ser bastante reconocido para el resto del mundo, sobre todo porque el nombre del autor indicaba que se trataba de una mujer.

El recorrido duró algunos cuantos minutos en silencio, hasta que Crisonta comenzó a explicar los detalles más destacables de las obras que le parecían relevantes. Los ojos de Giulio lo absorbían todo con el hambre que los siglos de ausencia habían despertado en su interior. Había colores, formas, figuras, contextos que le eran desconocidos y al mismo tiempo lo maravillaban, sintiéndose identificado con la valentía de algunos autores por plasmar ideas que para él eran revolucionarías.

El manejo del color de algunos era exquisito. Las luces de otro eran absorbentes. Las sombras hipnóticas. Los relieves, las formas, las figuras. Óleo, acuarela, temple, técnicas mixtas, frescos. Giulio sentía que podría dar cientos y cientos de vueltas por los anchos corredores de piedra, empapado de tanta belleza, y jamás cansarse.

Caminaba detrás del grupo, pero él estaba dando su propio paseo. Los cuadros y las esculturas desfilaban frente a él en una sucesión que lo mantenían constantemente alienado de la voz de Crisonta y del murmullo cada vez más denso de las salas que comenzaban a llenarse de turistas curiosos.

La vorágine de idiomas, el calor de la gente, los nombres de las obras, las fechas de siglos y años futuros, lo arrancaron repentinamente de su estupor y lo hicieron retroceder, notando que el grupo de Crisonta estaba cada vez más lejos.

El Lienzo Incompleto (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora