6 Lienzos

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Estaba seguro que de haber continuado en su hogar, allá, en su época, su mano habría quedado inutilizada y su carrera como artista habría llegado a su fin. Quizás habría tenido que seguir los pasos de su padre como comerciante y vivir miserable por el resto de su vida. Ahí, en cambio, pese a que veía la cicatriz y la palpaba como una huella muy real de que lo que había ocurrido no había sido ningún sueño, sabía que al tomar el bolígrafo que Fátima le había obsequiado podría dibujar y escribir sin ningún problema en el cuaderno.

—Oh. Un asalto. La gente discierne mucho respecto a su muerte, pero la versión oficial y que repiten a menudo es que fue un asalto cuando regresaba de un paseo e iba hacia su casa. Pobrecito. Era muy joven. Veinticinco años y ya había formado una trayectoria artística muy sobresaliente. —Fátima lo miró con extrañeza—. Justamente tu edad. Y te llamas igual que él. Un nombre muy bonito, por cierto. Qué afortunado eres. Siempre he creído que aquellos que son capaces de manifestar sus ideas y anhelos en una hoja de papel fueron bendecidos por Dios.

Por el contrario, se sentía como el ser más miserable de la existencia. Su padre lo había asesinado y los anales de la historia dirían por siempre que lo habían atracado de camino a casa. ¿Dirían también lo mucho que había sufrido mientras moría?, ¿hablarían sobre cómo había pasado sus últimas horas de agonía deseando que todo terminara para así poder descansar, ensuciándose con sus propios desechos y maldiciendo a todo aquel que se acercaba en pos de intentar ayudarlo?

Se forzó a sonreír y asintió.

—Solo tengo dos preguntas más, Fátima —dijo, tratando de vencer el nudo que sentía apretujándole la garganta—. ¿Qué sucedió con su padre, con Akantore Brelisa?

El rostro de la mujer se ensombreció. Giulio se preparó para el golpe.

—He leído un poco y visto algunos documentales, aunque no hablan mucho sobre él. Sólo sé que no soportó la tragedia y murió pocas semanas después de su hijo, no sin antes dejar todo especificado para la construcción de la cripta y la iglesia. Dicen que se quitó la vida. Qué horror —suspiró en verdad afligida. Giulio bajó la mirada—. No imagino lo que debió sentir. Soy madre de dos niños y la sola idea de perderlos... No, Dios, jamás —suspiró, y pronto recuperó su buen humor—. ¿Cuál era la segunda pregunta?

Obligándose a bajar el nudo que le comprimía la garganta, Giulio se felicitó a sí mismo cuando su voz no salió tan rota como había temido.

—En la propiedad vecina de los Brelisa vive... vivía una familia. Lucio y Leonora Daberessa. Tenían una hija, la menor de todos, se llama... llamaba Lucilla. Lucilla Daberessa —musitó, cerrando los dientes con fuerza cuando el imparable temblor en su mandíbula los hizo castañear—. ¿Sabes qué ocurrió con ellos?

Evitó levantar la cabeza al saber que la nubosidad que distorsionó su visión eran lágrimas que estaban a punto de resbalar por sus mejillas. Si Fátima lo notó, no hizo mención alguna cuando contestó.

—Me temo que no. ¿Cuándo vivieron ahí?

Nunca, aparentemente. Los años no sólo hacían estragos en las cosas, sino en las mentes de las personas que ni siquiera tenían el conocimiento de que algo o alguien hacía falta como para echarlo de menos.

—No importa ya. Gracias. En verdad agradezco lo que estás haciendo por mí.

Los Daberessa habían sido tan conocidos en el pueblo como los Brelisa. Si Fátima no sabía de ellos y nadie más parecía ubicar su nombre, quería decir que lo que Giulio tanto se había negado a creer hasta ese momento era verdad. Su vida se había quedado en el pasado y ese era realmente el siglo veintiuno. La Arboleda tenía ya otro nombre y la gente que él conocía y amaba estaba quinientos años en el pasado. Todos y cada uno de ellos, excepto su padre, que había muerto dos semanas después de él.

—¿Te encuentras bien, cariño?

—Sí. Me siento un poco cansado, pero estoy bien.

—De acuerdo —murmuró la mujer, sin presionarlo para que levantara la cabeza. Para esas alturas era demasiado evidente por qué Giulio la mantenía abajo—. Te dejaré solo entonces para que termines de instalarte. Pero antes dime si has comido algo el día de hoy.

Con movimientos pesados, Giulio metió la mano dentro del holgado bolsillo de su sudadera y sacó el bulto envuelto en papel metálico que Rob le había obsequiado.

—Me dieron esto. Rob dijo que era... que su esposa los prepara para él cada mañana.

—Bien. Aunque no me parece suficiente —Fátima rodeó la cama y fue a plantarse a su lado. Giulio se sintió un poco mejor cuando la amable mujer le acarició suavemente el cabello y le retiró unos mechones de la frente—. Haré que traigan la comida a tu habitación sólo por hoy. Se servirá en un par de horas más y dudo que haya quedado algo del desayuno que te negaste a probar. Puedes bañarte por el momento y ponerte cómodo. Cualquier cosa que necesites, estamos en la primera planta. ¿Recuerdas el camino hacia mi oficina?

Giulio asintió. No había puesto mucha atención en el trayecto de ascenso por el edificio, pero había memorizado las cosas que le habían parecido más importantes, como las salidas en caso de que necesitara huir y el extraño cartel de letras llamativas que estaba colgado debajo del vidrio de una puerta en medio del pasillo que conectaba con el recibidor en la primera planta. Por lo demás, conocía cada rincón de ese pueblo como en su momento había conocido cada hectárea de la propiedad de su padre. Si salía a la calle quizás no se perdería, pero no tendría ningún lugar a dónde ir.

Fátima se retiró después de unas cuantas palabras más, dejándolo solo. Fue entonces cuando acompañado de la pena y la fatiga, con el mundo a cuestas y la cabeza punzando, Giulio se cubrió el rostro con las manos y se echó a llorar.

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N/A: Si termino de postear a tiempo volveré a subir arte, si no, lo haré después de las fechas de los wattys

El Lienzo Incompleto (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora