Fue poco antes de la medianoche cuando Giulio alcanzó el sendero del bosque que dirigía hacia su casa, o la que hasta antes del accidente con su padre había sido su casa. Pocas cosas habían cambiado pese a todo el tiempo transcurrido. Habían nacido nuevos árboles, algunas rocas habían emergido y otras más se habían ocultado. La tierra se había movido poco, cambiando algunas formaciones que antes habían servido como una guía para él, y el camino de concreto que habían instalado quizás en algún punto del siglo pasado, se había difuminado a tal grado que las rocas aplanadas apenas podían distinguirse entre la tierra y los arbustos que brotaban de entre las grietas.
Había tomado prestada una lámpara de luz artificial del pequeño almacén de la oficina de Fátima. Sólo se presionaba un botón en la base del cuerpo cilíndrico y una luz blanca iluminaba con tal potencia que Giulio había preferido no encenderla para no delatar su presencia ante quienes pudieran estar escondidos por el bosque. La historia decía que había muerto víctima de un asalto por caminar a altas horas de la noche justo en ese mismo lugar. No quería hacerlo realidad. Además, estaba acostumbrado al fulgor mortecino de las velas y a la ausencia absoluta de luz cuando tomaba esos tramos. La electricidad no era parte de él como sí lo era de cada persona nacida en ese siglo.
En su mente sólo habían transcurrido unas cuantas semanas desde la última vez que había tomado ese sendero y aún le resultaba increíble cuántas cosas habían cambiado en un lapso tan pequeño de tiempo. Si doblaba a la derecha donde la roca gigante sobresalía entraría en tierras de los Daberessa. El letrero que lo indicaba no existía más, tampoco la casona, los faroles de aceite que acentuaban el camino y que los sirvientes de Lucio encendían cada tarde sin falta. Ahora sólo era un fondo oscuro, salpicado de altos y gruesos troncos de árboles que oscurecían el cielo con sus copas frondosas, inmóviles y plagadas de vida.
Al final de ese camino no estaría Lucilla esperándolo.
Nunca más volvería a verla.
Suspiró, mirando el vapor de su respiración flotar frente a su rostro, metió las manos en el bolsillo delantero de su sudadera, sintiendo los dedos helados, y resumió el camino.
El solsticio de invierno estaba por dar inicio y Fátima decía que pronto comenzaría a nevar. A diferencia del buen ojo que tenían las personas en el pasado para detectar esas cosas, en el presente se guiaban por lo que veían en sus celulares y lo que anunciaban en la televisión. Ya nadie volteaba al cielo o aspiraba el aire con profundidad. Ese invierno se pronosticaban lluvias y fuertes nevadas que podrían provocar el cierre de carreteras y caminos que conducían hacia las montañas.
El padre de Giulio hubiera tenido las bodegas de la casa llenas de conservas, granos y carne seca para entonces, y hubiera acondicionado un espacio adicional para las golosinas que también repartía entre los sirvientes a manera de incentivo por su buen trabajo. Los animales tendrían su espacio destinado en los establos y en sus respectivos graneros, y los sirvientes hubieran reparado las averías en sus techos y paredes antes de terminar de juntar la leña y secar las pieles. Akantore pasaba los primeros meses de invierno en casa. Antes de casarse con Laurelle, y cuando ambos coincidían en el invierno, solían salir juntos al balcón a departir en el frío de la mañana, la mayoría de las veces se debatían en entretenidos juegos de ajedrez que no
Giulio había comprendido la decisión de su padre por rehacer su vida en compañía de otra mujer, no así el distanciamiento que había generado hacia él luego de comenzar a hacer caso a los rumores que se diseminaban por el pueblo.
Entró a los límites de la propiedad Brelisa con cuidado. Jamás habían levantado vallas que dividieran el terreno con las propiedades vecinas, pero todos sabían los límites de sus tierras según las características del bosque, era como un acuerdo tácito entre los propietarios. Por increíble que pareciera, la enorme piedra en forma de puño que bloqueaba el tramo y lo dividía en dos caminos y que Giulio conocía desde que era un niño, continuaba ahí, sólo que reducida de tamaño luego de que la tierra la hubiera cubierto hasta la mitad. De ahí a la derecha estaría el camino hacia la casa de los Daberessa. El fantasma de lo que alguna vez habían sido, recordados únicamente por aquel que había regresado para lamentar una existencia vacía y solitaria.
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El Lienzo Incompleto (Completa)
Художественная прозаGiulio Brelisa es un prodigioso pintor de la época del Renacimiento que ve su existencia trágicamente truncada en el año de 1520, a la edad de 25 años, a manos de su propio padre, sólo para despertar en el tempestivo siglo XXI, exactamente en el 202...