5 Lienzos

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—Esta será tu habitación —le dijo Fátima tras conducirlo por un largo pasillo de paredes color crema y luces blancas. Todas las puertas lucían igual y Giulio contó al menos veinte accesos con numeración desde las escaleras hasta la habitación que él ocuparía—. Es pequeña, pero tiene lo necesario para que estés cómodo —continuó ella, presionando un interruptor en la pared que encendió un enorme rectángulo en el techo.

Aun no acostumbrado a la espontaneidad de ese mundo para generar luz de la nada, Giulio dio un paso atrás, no sabiendo qué esperar cuando el cuarto entero se iluminó. Una tontería asustarse por algo que comparado con los carruajes autónomos y la cantidad de cosas que había visto en la calle era inofensivo, por supuesto. Llevaba sólo unas cuantas horas en ese lugar y ya había entendido que las personas que lo habitaban habían hecho miles de inventos y descubrimientos. La luz, la capacidad de generarla y contenerla en esos pequeños bulbos o rectángulos que pendían de los techos, era una de las máximas proezas que Giulio sería incapaz de explicar a su gente si alguna vez regresaba a su casa.

Estaba en todos lados, la luz; en los techos, en las paredes, en los artefactos que las personas sacaban de sus bolsillos y mediante los cuales hablaban, e incluso en el rectángulo gigante que habían colocado en una de las paredes del salón comedor y que, como una ventana hacia otro mundo, había mostrado miles de maravillas que habían dejado a Giulio asombrado. Lo que más lo había impresionado habían sido los paisajes, la majestuosidad del cielo, las personas que aparecían hablando, los colores, los niños riendo y gritando mientras bebían leche y un vistazo directo al espacio, a la luna... ¡La luna! Había visto la luna a través de esa ventana de colores, luces y sonido, y gente contenida dentro de ella.

¿Qué clase de lugar era ese?

Y si sabía que no se encontraba en un peligro directo había sido únicamente porque se había convencido de que si veía a los demás interactuar con todas las extrañas herramientas y artefactos que ofrecía ese mundo sin perecer, él no tenía por qué ser la excepción. A ojos de todos era una persona más, alguien común. Nadie sabía que su padre lo había herido mortalmente la noche anterior ni que... No lo sabía.

No sabía lo que había ocurrido después.

Siglo veintiuno, le había llamado Rob. De alguna manera Giulio había saltado cinco siglos en la historia de la humanidad y había reaparecido en una época que solo tenía sorpresas de sueños dementes para ofrecerle. Quería saber lo que había sucedido con su padre y con Lucilla y no había manera de preguntarlo porque nadie parecía conocer nada sobre ellos. Sin embargo, sí sabían sobre él, o esa impresión le había dado después de escuchar a Mel hablar sobre «Giulio Brelisa» con reverencia y burlarse en su cara cuando Giulio había asegurado que él era esa persona.

Quinientos años, había dicho el hombre. Habían pasado quinientos años desde que la casa del lago había sido erigida, lo que desde luego era una mentira porque había sido Akantore el que la había hecho construir en combinación de su gusto con el de Clara, la madre de Giulio, y no habían pasado más de treinta años de eso. ¡Quinientos era simplemente imposible!

Nadie se adelantaba tanto tiempo en el futuro después de quedarse dormido por una noche. Giulio no era un hombre de ciencia, pero estaba seguro de que esas cosas no pasaban ni siquiera en los cuentos de fantasía que las madres le contaban a sus hijos antes de dormir.

Y aun así ahí estaba, solo, desorientado, varado en un lugar cuyos rasgos generales conocía pese a todos los cambios que el paso del tiempo había hecho en las calles y en la gente. Deseaba saber lo que había sucedido consigo mismo como para que su nombre aún siguiera vigente, pero el temor a profundizar en la historia y descubrir lo que ya imaginaba paralizaba las preguntas en sus labios.

El Lienzo Incompleto (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora