9 Lienzos

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El día del evento llegó más rápido de lo previsto. Para entonces la experiencia de Giulio en ese nuevo mundo se había afinado, sobre todo su conocimiento en los insultos, los modismos y las costumbres que Tom y Marice le enseñaban durante cada uno de sus descansos, tomándolo como una especie de proyecto personal del que cada día decían sentirse más orgullosos. Giulio lo consentía porque eran las únicas dos personas, además de Fátima, que hasta ese momento se habían acercado a él par entablar una especie de relación que aún no estaba muy seguro de nombrar «amistad».

Tom era hosco, burlesco y a veces violento en sus maneras. Marice era más bien tranquilo, aunque también se inclinaba hacia la socarronería cuando Giulio no daba muestra de tomar sus burlas como una afrenta personal. Imaginaba que también para él hubiera sido gracioso encontrarse con alguien que de pronto no supiera cómo utilizar o nombrar las cosas que a simple vista eran cotidianas y comunes, como para ellos podía serlo la tecnología en toda su amplitud. Tal había sido el caso del tostador que Giulio había quemado unas cuantas noches atrás, luego de sumergirlo en la tina del fregadero y gritar de sorpresa cuando una fuerte descarga le había sacudido la mano y, según Fátima, no lo había matado por suerte.

Los tostadores y todo aquello que se conectaba a la electricidad no se lavaba. No sumergiéndolo en agua al menos, ni mientras estuviera conectado. Lo había aprendido a la mala y esperaba no llevarse más sorpresas similares mientras tuviera a Tomello y a Marice para hacer preguntas estúpidas que aunque los hacían reír, no se negaban en contestar.

Considerándolo un bicho raro, lo primero que Tomello le había enseñado había sido a usar la televisión apropiadamente. Hasta ese momento Giulio sólo había sintonizado un canal, el mismo donde Fátima había dejado el artefacto cuando le había presentado su habitación a Giulio. Su nuevo amigo también le había obsequiado un par de cuadernos que él no utilizaba y un lápiz del que Giulio se había enamorado al instante especialmente por el pequeño borrador de la punta contraria. Marice le había pedido fotografiar más dibujos para subirlos a la galería de la que Giulio aún tenía muchas dudas, y juntos lo habían llevado a una taberna oscura y ruidosa de la que la música brotaba de todos lados, extasiando a Giulio.

Solía ser un buen bebedor, pero esa noche había evitado el vino y cualquier sustancia embriagante que sus amigos habían insistido en hacerle tomar. Los recuerdos, sentimientos y emociones que tenía atorados en el pecho eran una amenaza constante sobre sus trastocados nervios y bastaría algo tan simple como el vino para hacerlos brotar como espinas de su cuerpo. Lucilla era un nombre que repetía constantemente entre sueños, que solían llegar a su cabeza estando despierto o dormido. La extrañaba tanto que sus manos dolían con el deseo de tocarla, de sujetarla en un abrazo eterno del que no planeaba soltarla jamás.

Embriagarse sólo lo haría estrellarse contra la realidad de manera más brutal e insoportable.

Prefería el engaño, entonces, la fantasía de que todo eso no era más que una ilusión, un mal suelo, que terminaría tan pronto la fiebre y la agonía de las heridas que su padre había infligido en su cuerpo cesara y él volviera a abrir los ojos en su habitación, con Lucilla a un costado de su cama sujetando su mano, y Akantore detrás de ella, listo para hablar con tranquilidad como Giulio tanto le había rogado durante su discusión.

Mientras eso ocurría, no se negaría a aprender más cosas sobre esa realidad que con un poco de suerte sí podría recordar una vez que regresara a su hogar. En la taberna había aprendido que la música se había convertido en un milagro que se podía disfrutar en todo momento. No hacía falta asistir a un concierto en un teatro exclusivo para la nobleza y las familias pudientes, cualquiera podía escuchar lo que deseaba sólo con tener un dispositivo de comunicación en la mano para enriquecer sus oídos.

El Lienzo Incompleto (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora