Se quedó mirando el vehículo largamente, registrando el peso de las llaves dentro de su mano como lo haría un verdugo neófito al sujetar el hacha por primera vez en su vida. Era una máquina de cuatro puertas con una amplia portezuela trasera, vidrios por todos lados, llantas gruesas tan hinchadas que parecía que explotarían en cualquier momento y un recubrimiento de metal negro salpicado de lodo seco que había tenido mejores días a juzgar por los arañazos y las decoloraciones que lo aquejaban especialmente en las zonas cercanas a los arcos de las llantas.
Giulio había estado lavando los platos en la cocina de la cafetería cuando Sofía había entrado despotricando que habían vuelto a multarla por dejar el vehículo en la callejuela trasera que conectaba con el local. Algo sobre que no se tenía permitido acceder por ahí con vehículos porque bloqueaba el flujo peatonal y molestaba a los turistas. Giulio la había escuchado a medias, perdido en sus pensamientos mientras la cocina fluía de actividad a su alrededor, hasta que el racimo de llaves apareció súbitamente frente a su rostro, seguidas de una orden tajante por que saliera a mover el vehículo hacia el estacionamiento ubicado al otro lado de la manzana, abierto exclusivamente para los dueños de los comercios.
Por mucho que había balbuceado e intentado negarse explicando que no sabía cómo conducir un vehículo de la era moderna, Sofía lo había desdeñado con ademanes bruscos y había finalizado la orden con un grito que había acallado de tajo el ruido siempre incesante de las ollas, el fuego, el aceite y las mangueras disparando agua a presión.
El estacionamiento no estaba lejos ciertamente. Sofía podía haber bajado las malditas cajas de suministros que siempre traía consigo y después mover el vehículo a donde debía dejarlo por el resto de la tarde. Debió haber previsto que volverían a sancionarla si la ley de tránsito ya lo había hecho en varias ocasiones. Mejor aún, Giulio debió haber insistido que no sabía cómo usar un vehículo sin importar que sus deberes de ese día fueran más insignificantes que los de los cocineros o los repartidores. Debió haberse negado e insistir que alguien más fuera enviado en su lugar.
Se secó el sudor de las manos en el delantal rojo de cuadros blancos que aún tenía atado en torno al cuello y la cintura y procedió a calar las cinco distintas llaves en la cerradura de la puerta del conductor. Podía no ser de esa época, pero siempre había sido observador. Era la naturaleza de un artista, después de todo. Había visto cómo se abría y se encendía un vehículo prácticamente desde que había despertado en ese lugar. Sabía que había un conector anexado al cuello del volante en el que también se insertaba una llave y que la palanca que sobresalía por encima de ese mismo interruptor era la que permitía que el mecanismo que ponía en marcha el vehículo se moviera.
Tragó en seco cuando se sentó detrás del volante y cerró la puerta con un chasquido. La gente iba y venía a su alrededor. El calor dentro de la cabina era agobiante pese a que el sol no le pegaba directamente al vidrio ni al techo. Había escuchado que la gente también era adepta a robar vehículos, por lo que pedir ayuda a cualquier persona que pasara en ese momento estaba fuera de posibilidad. Si Sofía descubría que alguien había entrado en su propiedad sin su permiso al único que culparía sería a Giulio y cobraría la afrenta con su salario.
Suspiró profundo e introdujo la llave correcta en el interruptor luego de probar tres veces con las equivocadas. La palanca estaba atrancada sobre la letra P. Debajo había una R, una N y una D. Cuando giró la llave y el motor se encendió con un poderoso ronroneo que sacudió todo el vehículo su corazón se aceleró. Una gota de sudor le corrió por la sien. Era un universo completamente distinto al de montar a caballo, donde podía manipular al animal como si fuera parte de su propio cuerpo porque de alguna manera los caballos entendían las necesidades e intenciones de sus amos. Los carros sólo eran máquinas inanimadas y misteriosas.
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El Lienzo Incompleto (Completa)
General FictionGiulio Brelisa es un prodigioso pintor de la época del Renacimiento que ve su existencia trágicamente truncada en el año de 1520, a la edad de 25 años, a manos de su propio padre, sólo para despertar en el tempestivo siglo XXI, exactamente en el 202...