14 Lienzos

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—Podrías venderlo, ¿sabes? —murmuró Marice por enésima ocasión, sentado junto a él en el asiento intermedio de la camioneta donde Fátima y Bernal, su esposo, un hombre ya entrado en años, los llevaban a él, a Tomello y a Marice a la ciudad de Artadis—. Ganarías mucho dinero.

—No quiero venderlo. Es mío.

—Es algo que tiene cinco malditos siglos de antigüedad —chilló Marice sin alzar la voz, casi encima de él por lo mucho que se había acercado para no ser escuchado por Fátima, que evidentemente fingía que no lo hacía—. El último códice de Brelisa que se vendió llegó a costar cuarenta y cinco malditos millones de dólares... ¡Imagina todo ese dinero!

—Me gustaría saber cuál fue —refunfuñó Giulio.

Muchos de sus cuadernos tenían sólo bocetos y notas sobre algunas ideas que con el tiempo no habían llegado a realizarse y había dejado por ahí, arrumbados. También tenía dibujos rápidos que eran prácticamente garabatos, nada que en su tiempo se hubiera vendido ni siquiera por una migaja de pan.

—Eso no importa. Ya viste cuánto dice el internet que cuestan ese tipo de cosas en el mercado —susurró Marice.

Fátima les lanzó una mirada pícara por el espejo pegado en el vidrio delantero y Giulio neutralizó su expresión.

Explicarle a la buena mujer cómo era que habían encontrado el baúl había sido complicado. Giulio jamás había sido un buen mentiroso, normalmente porque se enredaba con las palabras al inventar versiones y se ponía rojo hasta las orejas.

Sólo había logrado sacar la voz para jurar por su honor que no habían robado el baúl. Entonces habían tenido que confesar sobre la bóveda oculta en la propiedad de los Brelisa y ella había escuchado con mucha atención, lanzándole miradas por de más curiosas a Giulio.

Al final, Fátima había informado anónimamente al gobierno sobre la ubicación de la bóveda, y les había dicho a ellos tres que no podía obligarlos a entregar el baúl al ayuntamiento pese a que también había remarcado que hacerlo hubiera sido lo más honesto y sensato de cualquier ciudadano Taliseno. Al no obtener respuesta por parte de ninguno, había suspirado dramáticamente y se había ofrecido a llevarlos a Artadis, donde conocía a un coleccionista de antigüedades muy decente que ofrecería una buena cantidad de dinero por el baúl si lo encontraba aceptable.

Seguro que el coleccionista lo vendería después a algún museo. La mayoría de los baúles y repisas que Akantore había guardado dentro de sus bóvedas solían tener las iniciales de la familia Brelisa. Giulio también las había mirado en ese cofre.

—Marice, hazte a un lado —refunfuñó, recuperando su espacio cuando se recorrió hacia el costado opuesto de la banca acolchada.

Tomello se asomó desde el asiento trasero.

—Caballeros, creo que somos ricos. Excepto Giulio, que pensó en dejar el baúl y no lo cargó de regreso al pueblo. Flojo de mierda. Técnicamente sólo este idiota y yo deberíamos reclamar la fortuna.

Giulio se mordió la lengua para no remarcar que el baúl le pertenecía a su familia, por ende era suyo. Aunque Tom tenía razón en eso de que él había decidido que lo dejaran.

—Supongo, entonces, que me devolverán las monedas.

—¿Cuáles monedas? —preguntó Marice con inocencia luego de captar la nueva mirada que Fátima les lanzó por el espejo.

Tom se echó a reír y plantó una mano en la cabeza de Giulio para empujarlo.

—Era una broma. Maldición, te tomas todo muy en serio... ¿Qué harán con el dinero, si es que recibimos alguno?

El Lienzo Incompleto (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora