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En el lúgubre laboratorio del doctor, la atmósfera era opresiva

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En el lúgubre laboratorio del doctor, la atmósfera era opresiva. Meredith estaba de vuelta en la fría mesa de metal, sus pequeños brazos y piernas asegurados con correas. Los gritos y sollozos llenaban la habitación, resonando en las paredes estériles.

El doctor, con su sonrisa cruel y ojos fríos, observaba a Meredith como si fuera un mero objeto de estudio.

─Vamos a empezar con la siguiente fase del experimento ─dijo, más para sí mismo que para los asistentes.

Las máquinas empezaron a zumbar y los monitores mostraban una serie de datos incomprensibles. Meredith, aterrorizada y dolorida, apenas podía comprender lo que estaba sucediendo. Cada pinchazo, cada descarga de los instrumentos la hacía gritar, sus pequeños pulmones agotándose con cada sollozo.

En una esquina de la habitación, Shigaraki observaba en silencio. Su semblante era una mezcla de ira y desesperación, luchando contra la creciente empatía que sentía por la niña. Recordaba su propia infancia, las y torturas que había soportado. Ver a Meredith pasar por lo mismo le revolvía el estómago.

─Esto no está bien ─murmuró, sus manos temblando ligeramente.

El doctor lo ignoró, concentrado en sus procedimientos. Las lágrimas de Meredith caían silenciosamente mientras sus fuerzas se agotaban. La pequeña intentaba aferrarse a cualquier pensamiento que pudiera consolarla, pero el dolor era demasiado abrumador.

En otro rincón, Dabi también observaba, su expresión endurecida por la culpa y la impotencia. Quería intervenir, detener el sufrimiento de Meredith, pero sabía que desafiar al doctor y a All For One era una sentencia de muerte. Sin embargo, ver a la niña sufrir encendía una furia que apenas podía contener.

Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, el doctor detuvo los procedimientos.

─Eso es todo por hoy. Llévenla de vuelta a su habitación ─ordenó a los asistentes.

Con cuidado, desataron a Meredith y la llevaron a una pequeña celda en el fondo del laboratorio. La niña, agotada y adolorida, apenas podía mantenerse consciente. Dabi la siguió, su mente llena de pensamientos oscuros y promesas de venganza.

Shigaraki, mientras tanto, se quedó en la sala del laboratorio, observando los instrumentos aún zumbantes. Algo dentro de él se rompió al ver los restos del dolor que habían infligido a Meredith.

─Esto tiene que acabar ─murmuró para sí mismo, sus ojos brillando con una determinación renovada.

Mientras Meredith se acurrucaba en su manta, tratando de encontrar algún consuelo en medio de su tormento, Dabi se acercó a la celda y se arrodilló junto a ella.

─Lo siento tanto, pequeña ─dijo en voz baja, su mano temblando mientras la acariciaba suavemente.─ Prometo que encontraré una manera de sacarte de aquí.

Meredith no respondió, pero su mirada vacía se encontró con la de Dabi por un breve instante. Aunque no entendía del todo, algo en la voz de Dabi le ofreció una pequeña chispa de esperanza en medio de su sufrimiento.

𝐏𝐚𝐩𝐚 𝐩𝐨𝐫 𝐚𝐜𝐜𝐢𝐝𝐞𝐧𝐭𝐞『𝐀𝐢𝐳𝐚𝐰𝐚 𝐒𝐡𝐨𝐮𝐭𝐚』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora