Capitulo XXIV

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Arranqué un pedazo de la venda de mi pecho para vendarme la muñeca que se habría desgarrado y sangraba. Tuve que reacomodarme casi toda la venda de mi pecho para mantener la presión suficiente como para que mi herida no empezara a exudar tristeza latente.

Miré hacia atrás, luego de revisar si la venda ya estaba mejor colocada. Corroborando que no se saliera agitando un poco la pezuña, hice una mueca por el dolor que era hacerlo. Mordiéndome el labio para no hacer ruido, miré hacia atrás. La rosa parecía querer levantar a su amiga desmayada, pero el icor verde parecía repugnarle. Suspirando por eso, regresé, a paso lento, para agarrar a la yegua que realmente no me gustaba.

Y como si fuera Moisés, las yeguas se apartaron de mi camino. Miré a la rosa, que me miró un poco... ¿asustada? No lo sé, su expresión y ojos decían cosas distintas, y si soy sincero, no me importaba lo que esta yegua pensara de mí.

Bajé la cabeza y pasé por debajo de su vientre. Arrodillándome para tener más apoyo, usé la fuerza de mi cuello y un poco de palanca para acomodarla en mi espalda, y como la última vez que había hecho esto con ella, noté el notable peso extra sobre mis extremidades. Algunas articulaciones estallaron por el nuevo y repentino peso, haciéndome dar un suspiro de alivio por algo de estrés que se liberaba.

Moviéndome para acomodar mi peso y a la yegua, miré directamente a la púrpura, cosa difícil aún por las manchas, y lancé mi hocico hacia adelante en señal de que nos fuéramos.

Cuando empezó a caminar, la seguí. Sería un camino algo largo, y el peso extra no es de ayuda.

Gruñendo un poco por los primeros pasos, me forcé a acostumbrarme al dolor que era mi pezuña derecha. Tampoco es que pudiera respirar profundamente, mi lado derecho estaba bastante magullado y creo haber tenido algo de sangrado interno por estrellarme contra ese árbol. Al menos no recibí un corte por las garras de la cosa cuando me golpeó, o perder la cabeza para el caso.

¿Suerte? quizás. O ¿simplemente el destino me quería ver sufrir? ¿O quería ver como avanzaba por el camino que elegí?

Observé el cielo en busca de alguna respuesta, lo único que se me presentó fue el color del sol que me devolvió la mirada. Parpadeando un poco por eso, devolví la mirada hacia los que estaban al frente viendo que no se habían alejado mucho.

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*Toc, toc, toc*.

Miré la puerta de mi casa, extrañado. El sol había caído hacía un rato, pero, eh, aquí alguien me vino a visitar.

Parándome del sofá donde quería dormir esta noche para descansar, pasé al lado de mi alforja deteniéndome mientras la miraba, abrí una de ellas y saqué el cuchillo que tenía conmigo casi siempre. Manejándolo en mi pezuña buena, lo guardé en la media que tenía mi nueva prótesis, que solo era un tronco de madera cortado y lijado lo suficiente como para parecerse a una pezuña.

Abrí la puerta, y grata sorpresa que me llevé, ¡una pegaso amarillo mantequilla y pelo rosa estaba parada enfrente de mi puerta! La última interacción que tuve con ella fue hace dos días.

«¿Qué la traerá aquí?».

Sin hacer movimiento o sonido, me aparté de la puerta para dejarla pasar. Vi como se estremecía y susurró:

―Está demasiado oscuro—.

Poniendo los ojos en blanco, dejé la puerta abierta y me dirigí hacia varias velas que había repartidas por los cuartos. ¿Cuánto tiempo tendrían? No tengo ni la más mínima idea.

Con un poco más de luz en la habitación, escuché los sonidos de cascos entrar. Miré de reojo para ver al pegaso temeroso entrar poco a poco, con las orejas enterradas en el cráneo.

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