Capítulo 7

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Al llegar a casa después de un verano lleno de risas y promesas, sentí que la calidez del sol aún me acompañaba, pero la realidad de mi vida cotidiana comenzaba a asomarse. Tomás, mi hermano, salió rápidamente a reunirse con sus amigos, dejandome en la casa con mi madre. Era extraño porque casi nunca estábamos solas.

Mientras me acomodaba en mi habitación, intentando organizar mis pensamientos y recuerdos del verano, escuché los pasos que se acercaban. Era mi madre, quien entró sin previo aviso con una expresión curiosa en el rostro.

—Paula —comenzó con un tono que denotaba interés. — Note que hiciste un nuevo amigo en la playa. 

Mi corazón dio un vuelo. No quería hablarle de Mateo; todavía no. Había tanto que procesar y temía que cualquier comentario pudiera desdibujar la magia de lo vivido. 

—Así es —dijé cautelosamente.

Mi madre se sentó en el borde de la cama y cruzó los brazos. 

—Me dijeron que pasaste mucho tiempo con él… ¿Es cierto que te gusta?

Sentí una mezcla de vergüenza y emoción por la invasión. 

—Sí, nos hicimos amigos— respondí evasivamente, tratando de mantener la conversación ligera.

Pero mi madre no parecía satisfecha con esa respuesta. 

- ¿Amigos? ¿Solo eso? Porque he escuchado rumores… - Su voz se tornó más seria. - No quiero que te involucres con chicos así, Paula. Sabes cómo son. 

Las palabras comenzaron a girar en mi cabeza como un torbellino. 

- ¿Chicos así? ¿A qué te refieres? —pregunté, sintiendo cómo una punzada de incomodidad se instalaba en mi pecho.

—Ya sabes —continuó mi madre con un tono acusador. - Los chicos como él siempre tienen intenciones ocultas. Y ya he escuchado muchas cosas de ti que prefiero olvidar como para que ahora me salgas con esto. 

—¿De qué hablas? —pregunté, sintiendo que algo no estaba bien.

—Escuché algunas cosas… Tu amiga, la hija de la señora Rosa, anda diciendo por todo el barrio que te has estado dejando manosear por los chicos en el colegio. 

Mi corazón se detuvo por un instante. Y mis ojos se abrieron como platos. 

- ¿Qué? Eso es ridículo —respondí rápidamente, sintiendo cómo la indignación comenzaba a burbujear dentro de mí.

- Y también mencionó otras cosas, en resumen, que te has estado comportando de manera inapropiada… Que por eso tienes el cuerpo tan formado —continuó mi madre, cada palabra como un golpe directo a mi estómago—, no quiero terminar criando a otro niño. 

- No puedo creer que estés creyendo eso —murmuró, sintiendo cómo la rabia y la tristeza se entrelazaban en mi pecho. 

—¡Es solo chisme! —explotó mi rabia. — Daniela siempre ha tenido algo en contra mía porque el chico que le gusta no deja de acostarme en el colegio —le gritó.

Mi madre frunció el ceño, pero ahora no podía detenerme.

—¿De verdad crees que soy así? ¿Qué me dejo tocar por cualquiera? ¡No tienes idea de lo que estás diciendo! Mi cuerpo es así porque me he desarrollado, y tú ni siquiera te has dado cuenta porque nunca estás en casa para ver cómo estoy creciendo. 

Las palabras salieron como un torrente; cada frase era una mezcla de dolor y frustración acumulada durante años. La mirada de mi madre cambió entre sorpresa y culpa, pero no me detuve.

- Siempre estás ocupada con tu trabajo o tus cosas; nunca te tomas el tiempo para conocerme realmente. ¿Y ahora decides creerle a una vecina chismosa antes de siquiera preguntarle a tu propia hija? —continué, sintiéndome liberada al expresar todo lo que había guardado.

- Solo… No quiero que seas una chica fácil que entrega su virginidad a cualquiera solo porque es simpático. — Me dice. 

El mundo pareció detenerse por un momento mientras sus palabras resonaban en mis oídos como un eco hiriente. Eso fue ofensivo; no solo por lo que dijo mi madre sino también por cómo lo dijo. La imagen que había construido sobre mí misma durante ese verano, una chica valiente y abierta al amor, se desmoronó en ese instante. 

- Mateo no es así. Y no soy una chica fácil solo porque me haya hecho amiga de él —exclamé, levantándome abruptamente de la cama. 

Mi madre frunció el ceño, sorprendida por mi reacción. —No estoy diciendo eso porque quiero ofenderte, pero debes ser cuidadosa. Los chicos pueden ser manipuladores. 

Las lágrimas comenzaban a acumularse en mis ojos mientras luchaba por contenerlas. La mirada dura de mi madre comenzó a suavizarse al ver el dolor en mi rostro, pero aún así insistió.

—Solo quiero protegerte, Paula—dijo mi madre con voz temblorosa.

—¿Protegerme o juzgarme? —replico con furia. - Sabes que? Nunca te he pedido nada. Intenté no preocuparte con mis problemas porque veía que ya tú tenías suficiente con lo de papá y lo de mantenernos; ni siquiera te molesté cuando me acosaban en el colegio, y en serio te agradezco que nos hayas levantado sola. Pero esto me sobre pasa. No me conoces, madre. No nos conocemos. Así que no te molestes en protegerme, que yo lo he hecho sola todo este tiempo. 

Tras decir eso, decido salir del cuarto para alejarme de ella. Necesitaba espacio para respirar y procesar lo ocurrido. Mientras camino hacia el jardín trasero, donde las flores aún conservaban los colores vibrantes del verano, me doy cuenta de cuán lejos estaba ahora del refugio emocional que había encontrado junto a Mateo. La calidez del amor juvenil contrastaba severamente con la frialdad del juicio de mi madre. 

Me senté en un banco bajo el árbol frondoso del patio trasero y dejé caer las lágrimas que había estado conteniendo mientras las palabras hirientes de mi madre resonaban en mi mente.

LIENZOS DEL SILENCIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora