Capítulo 15

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No le escribí, esperando que ella me escribiera, y no pasó. Matrix05 tampoco me escribió casi esa semana. Así que me sumi en la rutina semanal de mis estudios y mi actitud retrocedió otra vez, terminaba cansada como para siquiera pensar en socializar. 

El sábado siguiente mi madre entró en mi habitación, con una sonrisa cansada, me dio un beso en la frente y me avisó que llegaría tarde esa noche, como siempre. No respondí; simplemente giré la cabeza hacia el otro lado, sintiendo cómo la indiferencia se convertía en un escudo protector.

Más tarde, mientras intentaba comer un tazón de cereal, mi hermano me observaba fijamente desde el umbral de la cocina. Había algo en su mirada que me resultaba incómodo; era una mezcla de preocupación y frustración que yo no sabía cómo manejar.

—Alguien vendrá a verte —anunció Tomás con tono firme—. Duchate y colócate algo presentable.

Lo miró con desdén, sintiendo que cada palabra era un intento de forzarme a salir de mi caparazón. No quería ver a nadie; pero al final, algo en la voz de mi hermano hizo que cediera. Sin decir nada, me levanté y me dirigí al baño.

La ducha fue un momento de alivio temporal; el agua caliente caía sobre mí como una pequeña bendición. Me visto con lo primero que encontré, una camiseta holgada y unos jeans desgastados. No tenía ganas de esforzarme por lucir bien; solo quería pasar desapercibida.

Después del mediodía, mientras intentaba distraerme viendo televisión, escuché un suave golpe en la puerta de mi habitación. Era Tomás nuevamente.

—¿Puedo pasar? —preguntó él antes de abrirla sin esperar respuesta.

Lo miré con desconfianza mientras él entraba y dejaba la puerta abierta detrás de sí. Pero antes de que pudiera decir algo más, lo vi.

- ¿Paula?

Mi corazón se detuvo por un instante al reconocer esa voz: Mateo, mi antiguo amor de verano. La sorpresa y el pánico se entrelazaron dentro de mí mientras mis recuerdos afloraban a la superficie: risas compartidas bajo el sol, paseos interminables por la playa y promesas susurradas al oído.

Me congele en el lugar, incapaz de moverme o responder. La última vez que había visto a Mateo había sido hace meses; después del verano todo cambió. Ahora él estaba allí, justo frente a mí, trayendo consigo una oleada de emociones que no sabía cómo manejar. 

—Estaré afuera mientras hablan—dijo Tomás y me dejo allí con él. 

Sentí el miedo de apoderarse de mí nuevamente. No estaba lista para enfrentar a Mateo ni para revivir esos momentos felices que ahora parecían tan lejanos e inalcanzables. Pero al mismo tiempo, había una parte de mí que anhelaba saber cómo había estado. 

Él caminó y se paró en la puerta de mi habitación. Mis ojos se encontraron con los suyos. Él sonrió al verme. 

- Hola - dijo acercándose a mi. Mi cuerpo reaccionó por si solo alejándome de él, como si una corriente eléctrica me hubiera atravesado, y el gesto no pasó desapercibido para él. Mateo se detuvo en seco, su sonrisa se borró lentamente y su expresión pasó de sorpresa, transformándose rápidamente en preocupación.

—¿Qué sucede? —preguntó con suavidad, intentando leer mi rostro.

Abrí la boca para responder, pero las palabras se atascaban en mi garganta. No sabía cómo explicarle lo que sentía; era como si un muro invisible se hubiera levantado entre nosotros. Cada vez que él intentaba acercarse, mi cuerpo reaccionaba en contra de mi voluntad, como si estuviera programado para protegerme de algo que ni yo misma comprendía.

Mateo frunció el ceño; no volvió a intentar acercarse; en cambio, se quedó allí, observándome con una mezcla de tristeza y comprensión. Sentí cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en mis ojos, y no pude evitar que un sollozo escapara de mis labios.

Lo había extrañado tanto. Recordé cada momento con él: las caminatas por la playa al atardecer, los secretos compartidos y la conexión especial que habíamos tenido, el beso. Desee con todo mi ser haber entregado mi virginidad a Mateo en aquel verano dorado, antes de que Diego entrara en mi vida y lo arruinara todo.

La imagen de Diego apareció repentinamente en mi mente, oscureciendo mis recuerdos felices junto a Mateo. La fuerza con la que me había arrebatado todo lo que había querido dejó una marca indeleble en mi alma. Desde entonces, cada toque se había convertido en un recordatorio del dolor y vergüenza; cada abrazo era un campo minado emocional que temía cruzar.

Mientras las lágrimas caían libremente por mis mejillas, sentí como el peso del dolor me aplastaba. Quería abrazar a Mateo; quería sentir esa calidez familiar nuevamente. Pero mi cuerpo parecía tener mente propia y se negaba a permitir cualquier contacto físico. Era como si estuviera atrapada entre dos mundos: el deseo ardiente de reconectar con alguien que había extrañado profundamente y el miedo paralizante a ser usada otra vez.

Mateo dio un paso atrás, dándome espacio mientras yo luchaba por contener mis emociones. Su mirada era suave y comprensiva; no había juicio ni prisa en él. Solo una profunda empatía que hacía aún más difícil para mí lidiar con lo que sentía.

—Está bien —dijo finalmente Mateo—. No tienes que decirme nada ahora mismo.

Las palabras resonaron dentro de mí como un bálsamo suave sobre una herida abierta. Aunque no podía verbalizarlo, agradecí su paciencia y comprensión. En ese momento, supe que él estaba dispuesto a esperar hasta que yo estuviera lista para abrirme.

Me dejé caer en el suelo mientras las lágrimas continuaban fluyendo sin control. La vulnerabilidad era abrumadora. 

—Lo siento —logré murmurar entre sollozos—. El… El…

Mateo se sentó lentamente, sin presionarme para que hablara más. Se quedó allí, manteniendo una distancia respetuosa pero presente, como un faro en medio de la tormenta emocional que me azotaba. 

Con cada lágrima derramada, comencé a sentir cómo parte del peso se aliviaba ligeramente; tal vez no estaba sola después de todo.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, dejé de llorar. Las lágrimas se habían agotado, y con cada respiración profunda, comence a calmarme lo suficiente para articular una palabra. Pero cuando finalmente hable, el peso de mi confesión me abrumó.

—Él me violó —logré decir, cubriendo mi rostro con las manos en un intento de ocultar la vergüenza que me invadió.

El silencio que siguió fue ensordecedor. El aire en la habitación se volvió denso, como si el tiempo se hubiera detenido por completo. 

De repente, un golpe resonó en la pared cuando Mateo golpeo su puño contra ella. La rabia brotó de él como un volcán en erupción. Sus ojos reflejaban una mezcla de furia y dolor. Varios lienzos cayeron al suelo por el impacto. 

—¿Quién fue? —preguntó con voz amenazante, pero llena de determinación.

No quería revivir esos momentos. 

—No vale la pena —respondí, apenas en un susurro.

Mateo frunció el ceño, frustrado por mi respuesta evasiva. Se acercó un paso más, pero esta vez no había agresividad en su postura; solo una profunda preocupación.

—¿Lo denunciaste? —preguntó con gravedad.

La pregunta me atravesó el pecho como una flecha. Negué con la cabeza, sintiendo cómo el peso del secreto se hacía aún más pesado sobre mis hombros.

—No… —dije finalmente—. No pude hacerlo. No podría soportar volver a revivirlo frente a extraños.

Mateo cerró los ojos por un momento, con impotencia. 

—Paula… —comenzó él, buscando las palabras adecuadas—. Tienes que saber que no estás sola.

Después de un silencio incómodo, no pude soportarlo más.

—¡Quiero que te vayas!



LIENZOS DEL SILENCIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora